LA VIDA EN NEGRO

LA VIDA EN NEGRO

El local que regentaba la señora Wung, estaba situado estratégicamente en la periferia de Hongkong, donde solían acudir los hombres de negocios que visitaban la ciudad, tras firmar un sustancioso contrato con alguna otra empresa que les proporcionaría pingües beneficios. Antes de abandonar Hongkong, solían relajarse en su local, donde hallaban las técnicas más refinadas de la mano de las bien entrenadas geishas de madame Wung.

Aquella noche madame Wung, recibía a su amigo Robert Ley, que le traía a una mujer especial, lista para ser entrenada en sus misteriosas técnicas, para una misión que superaba las pretensiones que madame Wung, podía siquiera soñar en sus más osados sueños. Era su mejor cliente y cuando este aparecía, ella se deshacía en elogios y zalamerías, típicas de la idiosincrasia china, siempre enmarcada en la más exquisita hospitalidad oriental.

Los cortinajes de seda azul cubrían las paredes y sobre ellas cuadros pintados en tinta negra, por los más afamados artistas chinos, que habían trabajado para el emperador Xuangtong, adornaban el suntuoso local regentado para deleite de extranjeros. Grandes jarrones de porcelana blanca con enormes pájaros azules, y pebeteros de bronce, de los que emanaban aromas de inciensos y especias olorosas, creaban una atmósfera que invitaba a viajar a otros mundos, en que el opio, era el encargado de transportar a quien se atrevía a salir del mundo en que habitaba. Todo en aquel lugar exudaba exquisitez, que a Wallis le fascinaba, como si siempre hubiese llevado dentro un hambre insaciable de lujo, que acabaría por conseguir en grado sumo. Madame Wung, tenía órdenes estrictas de cómo entrenar a aquella mujer, elegida entre otras muchas para llevar a cabo una de las misiones más peligrosas, difíciles y retorcidas, que la historia hubiera visto desarrollarse a través de los siglos. Nada tenía que ver con el negocio familiar de madame Wung sino con otra índole de manejos internacionales para los que debería ser preparada en distintas partes del mundo.

-Debe usted tener cuidado con sus palabras, como primera norma, cuando se halle, ante quien debe entregarle lo que usted anhela, mi señora…-se inclinó madame Wung, a lo que Wallis correspondió de la misma manera.-Su cliente debe sentirse cómodo y relajado en todo momento, sin que nada despierte su recelo, ni lo alarme innecesariamente. Pase usted tras ese biombo y cámbiese, es preciso que para imbuirse de la atmósfera que se respira en este lugar, forme primero parte de él…

Wallis observó las prendas chinas de seda escarlata con dragones en color azul marino, que serpenteaban por todo él, y se fijó especialmente en los diminutos rubíes que iban engastados, o mejor dicho cosidos en las escamas, proporcionándole al vestido una luz discreta y elegante. Cuando estuvo dentro de él, que se fundió con su cuerpo como una segunda piel, salió y dio una vuelta completa para dejar que madame Wung le diese su visto bueno. Esta se acercó y le puso un anillo en cada mano, en la derecha uno hecho de jade y en la izquierda otro de plata con una piedra de ojo de tigre.

-El jade le protegerá de los ataques del enemigo, y el ojo de tigre es su piedra, pues en occidente es usted del signo de Géminis…el poseedor de la doble personalidad, algo que le será de suma utilidad cuando lo precise. Aquí es usted tigre, y como tal actuará cuando se le requiera. -Wallis se quedó perpleja ante los conocimientos que madame Wung poseía sobre su persona sin que ella le hubiese dicho ni tan siquiera la fecha de su nacimiento. Madame Wung sonrió adivinándole el pensamiento y le pidió con un gesto de sus manos, que le siguiese. La condujo a una habitación enteramente decorada al estilo chino, mucho más minimalista y  encendió unas varas de incienso, que pronto con su fragante olor, llenaron el aire que respiraban ambas mujeres. Madame Wung se acercó al armario de puertas de madera talladas cuya cerradura atravesaba un pasador de bronce, y al quitarlo aparecieron tres baldas repletas de frascos de exquisita factura, llenos de esencias. Madame Wung escogió uno, lleno de un líquido ambarino, y olió el tapón tras lo que sonrió y acercándose a Wallis. Se lo pasó por el cuello justo tras las orejas y bajo la nuca. El almizcle quedó impreso en su piel como parte de ella para siempre.

-El aroma que desprende una mujer atrapa al hombre que lo huele, sin embargo este perfume es tan especial, que solo unos pocos pueden captar su aroma. Asegúrese que quién tiene esa capacidad, depende para siempre de usted.

Las enigmáticas palabras de madame Wung resonaron en las orejas de Wallis y se quedaron para siempre, recordándolas en cada instante de su vida, cuando un hombre se acercaba a ella sin que esta supiese de sus intenciones verdaderas. A lo largo de su azarosa vida, las técnicas amatorias y de seducción aprendidas en casa de madame Wung, le proporcionarían la ventaja precisa para ser ella quién llevase a partir de entonces, las riendas de su vida. Nunca más un hombre gobernaría su destino. Su madre al nacer dijo unas escuetas palabras y ella las había hecho suyas de manera un tanto literal: “Es un bebé precioso se merece un rey”. Madame Wung le advirtió que todo lo que debería saber y aprender no le resultaría tan agradable como hasta entonces, y que su voluntad como mujer, sería puesta a prueba muchas veces antes de dársele el visto bueno por quienes la apadrinaban.

Wallis, dócil y obediente a toda indicación de madame Wung, aprendió a acicalarse, a adornarse sin excesos y con elegancia y sencillez sin resultar jamás vulgar por ello. Elegir un perfume, un vestido, o unos zapatos, resultaron ser algo más difícil de lo que en un principio le pareció, y sin embargo disfrutó de cada momento, teniendo en cuenta que no hubo de sufrir ya, la ofensa tácita de sentirse pobre e inferior en su nivel de vida. A partir de ahora elegir al hombre con el que compartir su vida sería su misión, más importante. El segundo día Wallis, más segura de lo que debía llevar a cabo, se introdujo en una bañera de cobre llena de agua tibia, con sales de baño que emanaban un aroma embriagador, que reconoció enseguida, era almizcle, con unas gotas de agua de rama de bambú, nada demasiado dulce ni pesado. Una vez dentro, tiró del cordón que pendía de la pared y dos mujeres ataviadas ricamente, aparecieron inclinándose ante ella como si de una reina se tratase, portando sendas bandejas sobre las que descansaban dos frascos de perfume y en una y en la otra un vestido primorosamente doblado.

-¡Dejadlo ahí!-les habló con voz autoritaria y firme tras lo cual se retiraron.-

La pieza se llenó paulatinamente de un vaho fragante e intenso que comenzó a desagradar a Wallis, que salió de la bañera y se embutió en un albornoz para de nuevo llamar a sus servidoras. Ellas le secaron y vistieron antes de presentarla a madame Wung. Esta la esperaba impaciente. A su lado se hallaba Robert Ley que como casi siempre, desplegaba en su cara una gélida sonrisa que le hacía sentir un miedo inconfesable.

-La señora Wung me dice que progresa aceptablemente, y que dentro de unos días podremos ponernos en marcha, para dar comienzo a nuestra primera misión. Siga como hasta ahora señora Simpson, lo está haciendo muy bien.

-Tengo algo que preguntarle señor Ley, y quiero que me responda con sinceridad y exactitud. Dígame por favor que ha sido de Earl…

Robert Ley torció el gesto y bajando la mirada le respondió con cierto grado de displicencia.

-Su marido señora Simpson, sigue con el pernicioso hábito de beber en exceso y resulta un tanto incómodo, para lo que a nosotros nos interesa, que es pasar lo más desapercibido posible…deberá abandonarlo si no se corrige, es un perjuicio aleatorio, dado el estado de nuestra relación…, digamos comercial.

Robert la llevó al local harto conocido por ella, donde Earl bebía de manera habitual y dejaba jirones de dignidad en aquella silla del fondo, donde las botellas se agolpaban una tras otra antes de ser echado del local, cuando el alcohol lo dominaba, sin que pudiese siquiera levantarse por sus propios medios. Walis asintió con gesto triste y comprendió que su vida seguiría sin aquel hombre su derrotero, el que le marcaba a ella lejos de sus brazos, y lo miró por última vez con desconsuelo, y quizás un poco de alivio, al sentirse liberada de ser su cuidadora, su madre más que su esposa.

-Tendremos que salir de Hongkong dentro de una semana, aprovéchela y siga al pie de la  letra las instrucciones de madame Wung, para que pueda llevar a cabo lo que tenemos previsto para usted.

Afuera les esperaba Vladimir Yaroskov, que con sus ropas vulgares y gastadas irritaba a Wallis. El Buick negro les llevó de vuelta a la casa de la señora Wung y la dejaron en ella desapareciendo en la oscuridad. Wallis se recluyó en su habitación y pensó en todo lo que le estaba ocurriendo y con una serenidad inusual, analizó cada detalle, cada momento, deduciendo lo que de ella se requeriría a partir de aquel instante, que resultaba ser un punto de inflexión en su vida. No habría retorno si tomaba la decisión que estaba a punto de considerar. Unos golpes secos le devolvieron a la realidad. La señora Wung entró seguida de un varón desconocido, que sonrió y se inclinó reverentemente ante ella.

-Este es el señor Michel Granjers, ha llegado desde los Estados Unidos ayer y desea su compañía…espero que se hagan muy buenos amigos,-le sugirió la señora Wung con una media reverencia que desconcertó a Wallis.

Acto seguido la señora Wung abandonó la estancia y el norteamericano le tendió la mano, a lo que Wallis correspondió extendiendo la suya, que el varón besó cortésmente. Ambos salieron de la alcoba de Wallis y se dirigieron a una salita especialmente concebida para tales ocasiones, donde Wallis se acomodó entre cojines de seda bordados en plata y oro. Wallis dejó que su menudo cuerpo, delgado  se acoplase a los cojines y presentó una imagen que a pesar de carecer de belleza, fascinó a Michael Granjers. Este se sentó a su lado y acercó la nariz a su cuello para oler aquel extraño perfume, que jamás había penetrado sus fosas nasales. Wallis recordó entonces las palabras de la señora Wung y sonrió atrapando con este gesto la atención masculina. Palmeó con sus manos de uñas largas y cuidadas y sus servidoras encendieron varas de incienso en los pebeteros de las esquinas de la estancia, llenándola de un aroma embriagador e intenso que impregnó las paredes y los cuerpos de los dos amantes.

Wallis dejó que el varón le desnudase lentamente y cuando su cuerpo estuvo tan solo vestido con almizcle, exudando feromonas femeninas por cada pro de su piel, se dispuso a acariciar el torso velludo de su cliente. Las manos grandes de dedos gruesos y largos de Michael exploraron cada centímetro del cuerpo femenino, en busca de una excitación que no tardó en producirse. Los suspiros de placer de la mujer  se entremezclaron con los gemidos del hombre que cabalgaba sus caderas, aferrando  suavemente los pechos de ella que en sus manos semejaban desaparecer, a causa de su tamaño. El sudor hizo su aparición cubriendo los dos cuerpos y confiriéndole un brillo que resaltó los encantos de Wallis y la poderosa musculatura de Michael. Cuando quedaron saciados de la pasión sexual que los había consumido, él se durmió entre los húmedos cojines y ella se retiró tras cubrirle con una sábana de seda negra.

En una habitación contigua la señora Wung y Robert Ley se congratularon del resultado, tan altamente satisfactorio, alcanzado por la señora Simpson. Estaba preparada para cumplir con el propósito para el que se le había seleccionado.

-Ha realizado usted un trabajo realmente bueno con la señora Simpson, madame Wung. Aquí tiene lo convenido-le entregó una pequeña bolsita de terciopelo negro que ella recibió iluminándosele el rostro, siempre terso ye inexpresivo. Dejó que cayese en su mano el contenido de la bolsita y unas pequeñas piedras muy brillantes refulgieron en ella. Eran diamantes tallados, al menos una docena de ellos.-se los ha ganado, he añadido tres más de los acordados, por un trabajo excelente.

-Cuando precise de mis servicios ya sabe donde encontrarme señor Ley, mi casa es su casa. –Madame Wung se inclinó como era su costumbre y se retiró satisfecha. Los gastos quedaban ampliamente cubiertos y las ganancias eran considerables. Los tres diamantes extra, le permitirían llevar adelante la reforma que ansiaba desde hacía tiempo en su segunda casa, ampliando de esta manera su ya pujante negocio.

Robert Ley y Vladimir Yaroskov, se dirigieron a un local de ambiente occidental en el que pasar desapercibidos, para poder hablar con tranquilidad de los proyectos que tenían ambos. Nada hacía pensar a ninguno de los dos que se convertirían en enemigos acérrimos al cabo de los años. En aquellos años los dos compartían intereses comunes en el Oriente extremo, y debían captar miembros para sus incipientes servicios de inteligencia, aun muy lejanos de lo que serían a posteriori en los años de la guerra fría. Con un vaso de vozka amediado entre sus manos,, Vladimir sonreía aviesamente como considerando las posibilidades que una hembra de aquella categoría podría proporcionar a sus superiores ahora que estaban formando un cuerpo especializado en captar a diplomáticos de otras naciones enemigas. Robert comprendiendo sus pensamientos le atajó explicando cual era el propósito de aquel entrenamiento intensivo de una mujer que poseía las cualidades precisas para algo de mucho mayor calibre que el de servir de cebo a unos cerdos occidentales pervertidos ávidos de lujuriosos placeres sexuales.

-En Berlín estamos preparando un equipo de hombres y mujeres capacitados para servir de durmientes, de manera que puedan ser utilizados en misiones de alto riesgo o bien de agentes de control…

Las palabras de Robert causaron una honda sensación en su cerebro y pasándose el dorso de la mano por los labios para limpiarse los restos de licor, le miró con admiración antes de dignarse a responderle.

-Creo que mis superiores deberían imitar ese tipo de equipos para nuestra nación, algún día ambas naciones serán las dueñas del mundo. Mira yo ya estoy harto de captar a mujeres carentes incluso de ideología que solo buscan conocer occidente y si pueden fugarse de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas…a veces pienso si no me acabaré fugando yo para trabajar a favor de mi país desde fuera…resultaría más práctico a todos los efectos.

-No desesperes, cada gobierno toma las medidas que considera precisas, si el tuyo cree que es lo mejor es porque tiene planes para llevar a cabo y de seguro serán eficaces, a mí no me parece nada descabellado sacar a la, luz las porquerías de esos malditos enemigos del nuevo orden mundial…caerán tarde o temprano. Wallis tiene todas las capacidades y cualidades que se precisan para convertirse en una espía que jamás logre descubrir nadie a pesar de que trabaje intensamente para nuestros intereses. Es un cerebro privilegiado.

-Bien, así las cosas dejo en tus manos a esta mujer, pero si cambia de opinión, o precisas ayuda en alguna disciplina sabes que cuentas con mi ayuda incondicional, siempre y cuando no se halle en contradicción con los intereses comunistas…ja ja ja.

Robert se echó al coleto lo que quedaba de su doble whisky, y se incorporó dejando el vaso sobre la mesa con un sonoro golpe, dando por terminada la conversación abruptamente. Vladimir lo imitó y dándole una fuerte palmada en la espalda sonrió y se despidió en su lengua materna que Robert entendía perfectamente.

-Cuídate colega nos vemos, ya sabes como contactar si te resulta imprescindible. .La voz de Robert sonó amigable como no solía ser nunca. Nadie hubiera sospechado que los comunistas no le resultaban simpáticos en absoluto. Ahora su mente se desvió hasta hallar en este el rostro frío y sobrio de Wallis que ya estaba en condiciones de ser integrada en el grupo ultra secreto de Pekín a cargo de los Rogers.

Ciertamente Wallis estaba cobrando una seguridad en sí misma que jamás había logrado sentir, y el lujo que la rodeaba, le aportaba parte de esta. Se miraba y veía a una mujer bien vestida, elegante sin adornos innecesarios ni joyas llamativas…aun. Pero disponía de una cuenta prácticamente ilimitada en cuanto a gastos para su uso personal. Salía de vez en cuando en el Buick negro que Robert había dejado a su disposición a fin de que se integrase en la ciudad y conociera de primera mano las costumbres que deberían ser suyos cuando se encontrase en la gran capital china. Salía poco prefería aumentar sus conocimientos de aquel pozo de sabiduría femenina que era la señora Wung. La disciplina era para ella, un deleite más que una obligación y el orden alimentaba su espíritu.

Se miraba ante el espejo y veía a alguien que comenzaba a ser, a convertirse, en quién siempre quiso ser, una mujer segura, vestida lujosamente, con dinero y sin el control de un varón dominante, que le impidiese ser ella misma. Una de las chinas que le servían entró y se inclinó reverentemente, para comunicarle que su benefactor acababa de llegar y solicitaba ser recibido. Le sorprendió que llegase tan entrada la noche, pero él mandaba de momento. Robert se admiró del progreso conseguido por Wallis y se apresuró a felicitarla extendiendo su diestra que Wallis apretó con fuerza, algo que agradó sobremanera a Robert.

-Estoy seguro de que se preguntará la razón de mi intempestiva aparición, y le presento mis más sinceras disculpas, pero se trata de algo imprescindible, hemos de partir en secreto hacia Pekín, ahora sus dos servidoras bajo la estricta supervisión de la señora Wung, le hacen las maletas con todo cuanto deberá usar en su nueva  vida, que le aseguro será placentera y en compañía mucho más segura y agradable.

-Permítame señor Ley hacerle una pregunta que me mortifica…¿porqué me eligió a mi? No me conocía de nada no podía estar seguro de que aceptaría…

Verá señora Warfield, su marido no es tan callado como debiera, sobre todo cuando bebe en demasía, que es más a menudo de lo que debería suceder. En cuanto me refirió su relación con usted, no dudé ni por un instante, en profundizar en el conocimiento de su persona y fui descubriendo unas cualidades y ambiciones que comenzaron a componer en mi mente, una imagen muy proclive a nuestros intereses, teniendo en cuenta su deseo de rodearse de orden, lujo, su amor por la disciplina…cosas que son encomiables y para mi imprescindibles señora, muy difíciles de hallar en una mujer hoy en día. Si a eso sumamos su extraordinaria inteligencia queda completado el perfil de una mujer ideal para mis propósitos.

Las palabras de Robert, sonaron a oídos de Wallis carentes de innecesarios halagos y entendió que aquel hombre, la estaba preparando para algo mucho más grande que convertirse en una buscona de tres al cuarto.

-Siento que hayamos tenido que engañarle, pero era preciso hacerlo, señora Warfield, comprenderá que debíamos conocer sus límites en cuanto a enfrentarse e una situación que podría producirse en un futuro antes de confiar plenamente en usted. Ha pasado las pruebas que le hemos puesto y la señora Wung asegura que se halla lista para usar sus armas de mujer, mejor que ninguna otra, por lo que le ruego que se cubra con un abrigo, ya que la noche está fría y nos siga, nos vamos de Hongkong. El Buick negro le condujo serpenteando por las calles vacías de los suburbios, hasta llegar a calles centrales, para abandonarlas y salir a un amplio descampado, rodeado de una densa arboleda que ocultaba un enorme claro con una improvisada pista de aterrizaje. Un avión G-3 de tres motores de 195 hp de la firma Junkers, apareció como un gran pájaro con sus alas extendidas y una cabina hecha para dos tripulantes.

-Se ha construido en la fábrica de Fili, cerca de Moscú, Hugo Junkers es demasiado listo para que descubran sus diseños antes de que sea preciso, y lejos de los escrutadores ojos de nuestros enemigos, que controlan Alemania por el denigrante tratado de Versalles. No tardaremos en devolverles el trato que nos dan, no tardaremos…-añadió con rencor mal disimulado Robert ley. Iremos muy apretados en la cabina que ha sido diseñada para dos ocupantes cosa nada habitual en estos prototipos, está preparado para misiones como la que llevamos a cabo en esta parte del mundo. Vamos a Pekín…¿está asustada señora Wallis? Aun puede renunciar si es su deseo…

Nada de eso, soy de las que llegan siempre hasta el final señor Ley…adelante, subamos a ese pájaro y vayamos a Pekín.

Los poderosos motores del Junkers se encendieron, ansiosos por remontar el vuelo, y empujaron con toda su potencia al pájaro metálico, hacia el cielo oscuro de Honkong. Rugía como un león y sobre las nubes bajas, le pareció a Wallis haber alcanzado el cielo. Le esperaban sensaciones y experiencias que marcarían para siempre su vida y las líneas de trabajo que debería desarrollar.

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