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Ya había pasado casi una semana desde que Angeline regresó a su trabajo y su jefe aún no aparecía. —Gracias a Dios esta semana no hay reuniones sino no sabría que hacer— pensó.

Le parecía extraño que el imbécil no haya dado señales de vida, ni llamadas, ni mensajes, nada, incluso hasta el señor Cristopher tampoco había pasado por el lugar.

—Será que le pasó algo y yo no me he enterado— pensaba. Angeline estaba angustiada, su jefe era muy puntual y nunca faltaba. 

—Se habrá tomado muy enserio mi desplante y se suicidó. No es muy egocéntrico. Seguramente se fugó con la pelicastaña de su novia, sí eso es. Como lo dejé viendo un chispero, encontró consuelo dónde mejor le parecía—. Angeline seguía absorta en absurdos pensamientos acerca de su jefe y en un

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