Capítulo 3 - Mi enemigo

En la tarima estaban los instrumentos de nuestros músicos, faltaba el acordeón… ¡Ignora lo ocurrido! Comencé a saludar de besos y abrazos, le entregué nuestro regalo a Virginia para que ella se lo entregara a Fernanda. A Deacon le ingresó una llamada, me miró, alzó una de sus cejas, giró la pantalla y era su hermano. Yo no tenía una suegra jodona, ni bruja.

Yo tenía un cuñado de m****a, un envidioso, mujeriego, despilfarrador, y rodeado de malas compañías. El cual por alguna razón decía que yo le hacía daño a la vida de Deacon; tal era su odio que al nacer mis hijos no le bastó el parecido que les hizo una prueba de ADN. Mi presencia en la familia Katsaros era similar al de una plebeya ante un gremio de aristócratas… «¡de pacotillas!», —salió mi yo, peleonera.

 Según ellos, yo fui la embaucadora que fue por el dinero del magnate más cotizado y jodí todo su linaje, porque jamás uno de ellos se había casado con una tercermundista. «Por la gloria de lo divino», —en fin—, Deacon era tan diferente; él era perfecto, desde siempre ha sido un caballero y siempre me dio mi lugar. Pero en esa familia seguían adorando a la exesposa; se hacen de la vista gorda, aunque sea una golfa.

Para ellos no importa por ser de una familia respetable en Grecia. De hecho, la única vez que me salí de casillas, —y desde ahí mi esposo fue más tajante con los miembros de su familia—, fue cuando les dijeron bastardos a mis hijos y salió el tema de hacerles la prueba de ADN. Ellos mantenían una relación tirante, no se la llevan bien y desde nuestra boda hace diez años se convirtió en el brujo de mi cuento de hadas.

¡Ah! Eso sí, solo lo buscaba para pedirle dinero, y como mi marido era tan noble para no escucharlo decir barrabasadas termina dándole lo que él pedía. Lo llamó, ¿quién sabe ahora qué necesitará? Deacon se retiró a discutir con él, yo continué saludando a todos, incluyendo a Julieta Lara, nunca me cayó bien esa vieja. Ahora estaba más plástica que antes, no lo decía por las cirugías.

«Las cuales son muy evidentes», yo misma me reía de ese otro yo, el cual cree para no pelear con la familia de mi marido. No entendía la razón de su obsesión con las cirugías, somos de la misma edad, estamos en nuestra flor trentena, lo mejor de la vida, yo pensaré en ellas por ahí, en unos veinte años, si me animo, con lo cobarde que era con los quirófanos, —suspiré.

Con Deacon había aprendido a ser diplomática, fueron besos en una mejilla, besos en la otra, grito de histeria por parte de ella. —«Parece loca»— Virginia y Maju desviaron la mirada para no reírse en su cara, yo hice lo mismo.

—¡AY POR TODO LO CREADO! —gritó casi dejándonos sordas—. ¡Si a David los años lo pusieron más bueno! —volvimos a reír—. ¿Se ha casado? Díganme, ¡chicas, por favor!

—¿Tú no estás casada? —Le preguntó Maju, hizo un manoteo de eso no importa.

—A ese pelele le pongo los cuernos que me da la gana. —Las tres nos miramos, hasta ahí llegó mi intento de acercamiento con esa compañera de universidad—. ¡¿Qué?! ¿Acaso ustedes no les han puesto los cuernos a sus maridos?

—Mira, para mí la fidelidad es mi carta de presentación. —Le respondió Maju.

—No solo la tuya, —habló Virginia—. Ha sido mi decisión, solo tener un hombre en mi vida y cada vez me enorgullezco de la decisión tomada. En la variedad nunca está el placer.

—Que aburrida y anticuada eres Virginia.

—Suelen decirme eso, pero soy feliz. 

—Ustedes, más que nadie, saben, que solo he sido de un hombre, —respondí.

—Las tres hemos sido de un solo hombre. —confirmó Virginia.

—¡Ay, no lo puedo creer! ¿Solo han disfrutado de un espécimen masculino? —miré a mi marido y parecía molesto, yo estaba igual con esta loca—. En la variedad si está el placer, mi querida Virgi. Hasta el nombre te queda. —En que momento se nos dio por invitar a esta loca.  

—Con permiso y perdón por lo que diré. No me apetece reanudar una amistad. —Fui enfática. Ella alzó una de sus cejas tatuadas.

—Ya veo la razón del porqué llevas tres divorcios desde que nos graduamos. —comentó Maju.

—¡No me quejo!, estoy en mi cuarto matrimonio.

Alcancé a escuchar la respuesta antes de llegar a donde mi marido. Cada uno hace de su vida lo que se le apetecía.

—¿Qué pasa Torbellino latino? —Le sonreí, lo besé, los brazos de Deacon me envolvieron.

—Hay personas que no cambian, y ella es una de esas. Es lo más abre piernas qué se pueda ser, —la risa de mi marido me regocijó—. ¿Qué te dijo tu hermano?

—No prestes atención. Ojalá algún día alguien le dé su escarmiento. 

—¿Te pidió dinero otra vez?

—Sí, —me tomó de la mano—. Ya le giré algo.

—Si no te pones serio con él. Hasta tu fortuna la despilfarrará.

—Sabes a la perfección que eso jamás pasará. Todo lo mío es tuyo y a él le doy de mi cuenta personal, jamás toco nada que sea de mis hijos, —no dije nada, no quería dañarme la noche que al parecer no pintará tan tranquila—. Escúchame, —acunó mi rostro—. El día que falte, él deberá conformarse con lo ya estipulado en mi testamento. Lo demás es tuyo y de mis hijos.

—No me interesa el dinero y lo sabes, ahora sí seré la trepadora ante todo tu gremio familiar y conocidos.

—¡Blanca! Eso me tiene sin cuidado, —bajé la mirada—. Disfrutemos del cumpleaños de tu amiga. Quiero ver la sonrisa de mi bella esposa.

—¡Deja de mandarle dinero a tu hermano cada vez que se gasta lo que le corresponde de su mensualidad! No me hagas ser drástica contigo.

—Es mi hermano, después de todo, —afirmé, al mirarme comprendió lo que había dicho—. Torbellino, sabes…

—Acabas de escoger el que yo sea drástica contigo.

—Blanca Katsaros.

—Varela, querido, —él detestaba cuando no anteponía su apellido, me había aguantado mucho ese tema—. Sabes lo aburrida que estoy con el tema de tu hermano, jamás hemos tenido un percance al punto de sacarte de mi habitación, pero llegó la hora. He tratado de no permitirle dañar mi felicidad. Pero me cansé de lo malacostumbrado que lo tienes Deacon, a veces siento que le tienes miedo. —Por un momento me quedó mirando.

—¿Mi hermano siempre será nuestro talón de Aquiles?

—Tú eres el culpable, se lo has permitido, como ti te tuviera amenazado. No sé cuándo te darás cuenta de cuan malo es, te envidia, me detesta y odia a tus hijos porque sabe que tu dinero ya no es para él. Pero el señor lo prefiere, así mi querido madurito, si gana la apuesta que teníamos, quedará postergada a ver si al menos demuestras por primera vez el ponerle fin.  

—Y dale con lo mismo, —lo miré—. ¿Blanca vas en serio?

—¿Cuándo he faltado a mi palabra? Si tanto me quieres, al menos tómate la molestia de investigarlo, escucha lo dice, habla de ti y ojalá te des cuenta de que es una persona diferente e hipócrita. Frente a ti sonríe, a tu espalda te manda dagas.

Desde hace mucho lo descubrí hablando horrible de Deacon, de mí y de Adara. Desde entonces no quise tener ningún vínculo con él.

—Hagamos una cosa. Te voy a hacer caso, no me castigues.

—¡No querido!, esta vez no cederé, primero quiero evidencias.

—¿Lo podemos negociar?

—No, negociaciones cerradas. Primero evidencias de que contratas a un investigador.

—Bien. Ahora disfrutemos, además la apuesta no debe de cambiarse, ¿usted no tiene palabra, señora Katsaros? —hasta aquí llegó nuestro enojo.

—Tiene razón, ese acuerdo se lo puedo dar en cualquier parte de la casa. Pero a mi habitación no vuelve y después de las veinticuatro horas, esas son las horas de la apuesta, perderá los placeres de este cuerpo.

—Le recuerdo que usted se desvive por mis atenciones.

—Sobreviviré. Además, no ha ganado.

—El regalo de nosotros cinco hará llorar a Fernanda, —besó la punta de mi nariz—. Torbellino, te voy a hacer caso, mandaré a investigar a mi hermano.

—Cerciórate de que sea una persona que no se deje ver, o si lo hace que no se deje comprar. Sabes por qué te lo digo. Y solo cuando tenga la certeza, vuelves a mi cama.  

—Para ser menor que yo, eres muy regañona y mandona, —le sonreí, volvió a besarme—. Al menos no me quitarán los besos, me encanta como besas.

—Ya somos dos.

Llegó la cumplimentada. De la mano de mi marido llegamos a felicitarla, la abracé muy fuerte.

—Feliz cumpleaños, amiga mía. —Fernanda estaba a punto de llorar.

—¡Damas y Caballeros! —Ese era Alejandro—. Terminen de felicitar a la cumplimentada que se le requiere en la tarima, por favor. —miró a sus compañeros—. Me falta uno ¡Deacon por favor!

Mi marido besó mi cabello y se dirigió sonriente a la tarima. Si algo me gustaba de nuestra relación era que sabíamos diferenciar las situaciones; el tema de su hermano era una cosa y el que lo destierre de mi lecho, por unos tres días máximo, era otra. 

—¡Feliz cumpleaños amiga mía de mi corazón!

Exclamó Julieta. Fernanda abrió los ojos, esa si no disimulaba, Patricia llegó a mi lado mientras la recién llegada era abrazada por un derroche de hipocresía.

—Fernanda no se va a aguantar a esa mujer. José Eduardo acudió a la mirada del grito de ayuda de David.

—Esa la detiene antes de que empiece a hablar, o tal vez hoy se la aguante. —dijo Patricia.

—¡Qué felicidad tan grande me dio cuando Maju me invitó a la fiesta de una de sus mis mejores amigas!

—Gracias por las felicitaciones Julieta, pero jamás hemos sido las mejores amigas, así que no te pases de zalamería, sabes lo mucho que me choca.

—Te lo dije.

Soltamos la risa al ver la cara de esa mujer, la cual ni por enterada se dio. Virginia llegó con nuestro regalo, se lo entregó, lo miró un poco, nos abrazó al ver las fotos y repartió abrazos y besos, se veía feliz.

—Tenemos una amistad para siglos. —nos dijo.

—Fernanda, te esperamos en la tarima…

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