Capítulo 2 - Soledad

Ingresé al apartamento, no tenía derechos de sentir celos, ¡ningún derecho…! Ella era muy feliz, además Deacon la adoraba, tenía una familia preciosa. Tiré las llaves al mueble, fui a la nevera y saqué una cerveza, en la mañana compré lo necesario para preparar mi comida este fin de semana… —La imagen de ella sonriéndole, verla besarlo—. Era difícil hacerle caso a lo que me pedía el padre Castro; por eso era preferible poner distancia, llegué al mueble, bebí media cerveza.

—Estoy solo.

Cada vez que veía a mis amigos, anhelaba tener lo mismo, así sea para tener una mujer que me lance zapatos. —sonreí—, tomé la billetera, saqué las tres fotos que aún guardaba de Blanca. Una de ellas era de cuando éramos novios, y las otras dos fueron hace poco; en una de las reuniones de nuestros amigos.

» El padre me dice que debo botarte, —le dije a la foto, definitivamente ya debía de estar loco—. ¿Por qué me duele tanto verte, Brisa?

Las palabras del padre regresaron. «David, puede que sea muy duro, pero no sucumbas en la tentación de desear la mujer, el prójimo». En mi sano juicio y raciocino estaba de acuerdo con el padre, pero el pecho no hace caso, ese órgano seguía vibrando con verla, o escucharla. «Hijo, ya tienes suficientes pecados que debes limpiar como para que te endoses otro»

» Debes comprender que ella no era para ti. —volví a decirme en mi triste monólogo.

Terminé de beberme la cerveza, el celular sonó. Era un mensaje de Alejandro, al abrirlo era una foto, la había enviado al chat que témenos entre nosotros tres, había otro donde estaban José Eduardo, Carlos y Deacon, otro donde estaban todos. Este era el privado.

La foto enviada era la de nuestra graduación, éramos de facultades diferentes, pero eran los grados de todas las carreras. A las afuera del coliseo de la universidad nos tomamos esa foto, estaba al lado de Blanca, había quedado mirándola a ella.

» Han pasado trece años y sigo jodido contigo. Espero algún día poder pedirte perdón. Jamás fue mi intención hacerte sentir que no eras importante. —Le dije a la imagen ampliada de Blanca en mi pantalla. Comenzaron las burlas en el chat.

«Como te dije David, mañana va a estar Julieta Lara». —Hice mi mala cara. Esa vieja era un fastidio.

«No empiecen, nos vemos mañana en el Desquite». —respondí.

«¡Salió correteado!» —escribió Alejando.

El despertador sonó, eran las cinco de la mañana, me levanté, me puse mi ropa de hacer ejercicio y salí a trotar, una hora después estaba en el gimnasio. —por mi nuevo proyecto de una empresa de vigilancia con un viejo amigo del pasado requería que me mantuviera en perfecto estado físico, estábamos recibiendo una buena acogida en el mercado.

Al ingresar al apartamento, fui a la cafetera y me puse a preparar el desayuno; salchichas, huevo con espinaca en un sartén, en le otras dos arepas de chócolo, mientras estaba andando el fogón, piqué la fruta para revolverla con el cereal y leche. Casi todo estuvo al tiempo. Desayuné.

No salí del apartamento, me preparé el almuerzo y luego la cena. Tomé el acordeón, lo puse en la mesa del comedor para que no se me quedara al partir. Me bañé de nuevo, bóxer, jean, camisa negra manga larga, mi chaqueta, perfume, pasé las manos por el cabello, ya que no encontré con qué peinarme. Todo quedó ordenado en la habitación, llaves de la casa, del carro, aunque muy seguro lo deje en el parqueadero de la discoteca, y regresaría a casa sin carro, porque iremos a tomar.

Acordeón en mano y directo al Desquite. «Karma». Llegando y ellos también lo hacían, Blanca, como siempre sonriendo, de la mano de su esposo, caminaron en dirección a mí… ni pienses en lo bien que le queda ese vestido.

—¡David! —saludó Deacon.

—Hola, Deacon. Hola, Blanca.

Nunca la había saludado de beso, como lo hacía con mis otras amigas, estrechamos la mano.

—Andando, Carlos dijo que en media hora estarán llegando, —ella se adelantó, su esposo la siguió y me quedé de último… Los labios rojos le quedan…

—¿Entonces te regresas el lunes? —indagó el magnate para hacerme conversación.

—Sí, señor. Mucho trabajo y Guillermo se quedó solo en el apartamento. —Llegamos a las escaleras.

—¡El Regalo! —gritó Blanca, Deacon sonrió.

—Ya voy por eso al carro, amor.

—Aquí te espero.

—Vayan ingresando.

Deacon se alejó y por un segundo nos miramos, jamás nos hemos quedado solos. Se giró, subió las escaleras, continué también mi camino, no supe con qué se resbaló, Simplemente por reflejo actué y evité que se cayera.

—¡Cuidado, Brisa!

Su aroma… ¡Carajos!, lo suave de su piel, lo bien que se sintió tenerla cerca. Había olvidado… ¡No pienses!

—Torbellino, ¿te hiciste daño?

Deacon llegó a su lado; me alejé mientras ella seguía pensando en algo. Tenía su pie alzado.

—Sí, pisé algo y me resbalé.

—Ingresemos. —dijo Deacon con el regalo en la mano, Blanca negó.

—Dime que pisé, se sintió asqueroso, —hizo una mueca que nos sacó un par de sonrisas a los dos. Su esposo miró y yo hice lo mismo—. Amor ¡¿qué pisé?!

—Flema, —la cara de asco de Blanca nos hizo reír a los dos sin poder evitarlo.

—¡¿Pisé un gargajo?! —tenía el pie alzado. Se miraron y él suspiró.

—Ten aquí David. Ya vengo.

Deacon le quitó el zapato a su esposa, bajó las escaleras y se alejó un poco para limpiar el tacón. Al mirarla ella lo hacía con rabia.

—¿Qué pasa?

—¡No me hablas fuera de una mesa de amigos, no me saludas como a las otras!, es evidente que te produzco… Lo que sea que te produzco, ¿ahora vienes y dices ese apodo?

—¿De qué hablas?

—Deja ese lindo apodo en el lugar al cual pertenece.

—No te entiendo, Blanca. —Era cierto, ¿de qué hablaba?

—¡No me llames Brisa!, sabes cuán significativo fue ese apodo para mí, perdóname por ponerme de esta manera, solo no quiero volver a recordar que por culpa de esa manera de llamarme me hice… ¡creí, en una mentira!

—Listo, Torbellino. —No comprendía su comentario o llamado de atención.

—Te recibo el regalo.

Dijo Blanca, se lo entregué. Mi mente trababa de pensar en su actitud. Ellos entraron tomados de la mano.

—¿Se te quedó el acordeón? —preguntó Alejo que salía de la discoteca.

—No, lo tengo en el carro.

—Yo también voy por algo olvidado por Virginia en el carro, últimamente soy el mandadero. —sonreí—. Vamos.

—Bien.

—¿Qué te pasa?

Miré a Alejandro, tenía tantas ganas de confesar todo el sentimiento de lo que en verdad había pasado y sentía. A algunos les he comentado por retazos. Sin embargo, su manera de hablarme era evidente que se encuentra dolida, discriminada y piensa que no significó nada para mí.

—Alejo, no preguntes mucho, pero ¿puedo pedirte un favor?

—¡Cómo no!, somos amigos.

—Como cosa tuya, ¿puedes cantar la canción Historia de amor de Nelson Fuente interpretada por Silvio Brito?

Alejandro se quedó mirándome. Como buen conocedor de lo que decían esas letras… su expresión era una confirmación a lo que les había ocultado, pero muy seguro si hablarán ellos, sacaban un resumen de mi triste verdad.

—David…

—Lo sé. Ella piensa que jamás fue importante, acabo de darme cuenta de que en parte me tiene rabia porque he marcado la diferencia entre ella y mis otras amigas.

—La letra de esa canción…

—Por eso te estoy pidiendo el favor Alejando. No voy a acercarme a ella para aclararle lo que realmente pasó. Ya no viene al caso, Blanca tiene su vida y eso lo respeto, pero tampoco me parece justo que se llene de resentimiento para conmigo por algo que no fue así y mi reacción es para.

—No lo digas. Ay, amigo, no alimentes sentimientos para con una mujer casada.

—No lo hago, sin embargo, ayúdame con esa canción. Por favor.

—¿No crees que se va a dar cuenta?

—Ojalá comprenda, esas letras es lo único que puedo decirle sin faltarle, esas letras es mi agonía diaria Alejandro, por favor…

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