Helene observó la carretera por la ventana del auto, aún sentía el cuerpo entumecido y le ardían los codos por haberse arrastrado por el suelo, además que olía a diantres.
Toro la miró por el retrovisor un par de veces antes de animarse a decirle algo.
— ¿Estás bien?
La muchacha entrecerró los ojos mientras la luz de una farola la cegaba, comenzaba a dolerle la cabeza.
— Creo que sí, aunque no lo creas, no es la primera vez que amenazan mi vida.
Toro dio una vuelta y redujo la velocidad del auto.
— Itsac me contó que ya no le ayudarás con el matrimonio falso — Helene volvió a pensar y no dijo nada.
— Aunque no lo parezca, Itsac es un muchacho todavía, y ha tenido que enfrentar tanto en esta vida que parece amargado y recto, pero no es así, tuvo que madurar a la fuerza cuando su padre murió en un accidente de avión y él tuvo que pasar semanas solo en la selva.
Helene miró al hombre.
— ¿Por eso las cicatrices? ¿Tuvo un accidente?
Toro se puso serio de repente.
— Lo siento, guapa,