--- Héctor Plourde ---
Me sorprendo cuando Ana toma mi mano, me mira y dice:
- ¡Vamos a casa, Héctor! Debemos llevarlas a casa… Ya es hora…
Tanta tranquilidad me preocupa, en el tiempo que llevo de conocerla, sé que ella no reaccionaría así.
Tardo minutos en caer en la cuenta de lo que nuestra familia está aquí, sí, también me incluyo, porque tal vez aquí ya solo sean cuerpos sin vida, pero todas ellas me aceptaron con mi hija, me abrieron las puertas de su casa, me apoyaron con la crianza de Jude, incluso me aconsejaron.
Conforme salimos de aquel lugar improvisado, solo siento cómo la tristeza y el dolor me llegan, ¡Debo ser fuerte! ¡Debo ser fuerte! Me repito mentalmente y pasando saliva infinidad de veces, trato de no llorar.
Trato de no hacerlo, porque se supone que Ana es la más afectada, pero no, yo también… Yo también acabo de perder a mi familia, una que apenas hace dos años me adoptó como un hijo.
- Ana… - La llamo porque ella camina a toda prisa.
Veo que voltea a verme y deb