En una posada cerca de la frontera, Diego colgó una llamada. Se sentía aliviado tras saber que Sofía había rescatado a Bruno y Rodrigo. Ahora era su momento de brillar. Era la primera vez que Sofía le pedía ayuda tras su regreso del extranjero y estaba decidido a no defraudarla.
Miró la pistola desarmada que había sobre la mesa y la agarró. En cuestión de segundos, la pistola estaba montada. Si Sofía estuviera cerca, se sorprendería de su destreza. La guardó cuando oyó que llamaban a la puerta.
—Adelante.
Uno de sus hombres entró en la habitación e informó:
—Jefe, los mercenarios han llegado a la frontera.
Los hombres de Diego estaban apostados al otro lado de la frontera, y habían divisado a los fugitivos que llegaban. Aún así, sin una orden suya no iban a hacer ningún movimiento.
—¿Traemos a nuestros hombres? —preguntó el subordinado.
Diego negó con la cabeza.
—No tenemos prisa. Quieren cruzar la frontera, ¿no? Les dejaremos cruzar y les esperaremos al final.
No sería lo suficie