Por la mañana cojo el autobús y Vera me está esperando con cara de cachorro en mi taquilla.
—¿Estás bien? —me pregunta.
—Sí, claro, ¿por qué no lo estaría?
—Por que estás súper pillada por Diego y él es un gilipollas contigo.
—Vaya, gracias —musito con una risotada—. Pensaba que no serías tan explícita.
Cierro mi taquilla y echa a caminar a mi lado. Los pasillos ya están llenos de pancartas para la graduación, y hay un montón de papeles en el tablón de anuncios (y junto al baño) pidiendo que la gente se apunte a ayudar con los preparativos. He dudado en si apuntarme o no, podría ser lo que necesito para entretenerme, pero mis notas no son las mejores, todavía no sé que haré después del verano y se me va a pasar el plazo de solicitud.
—¿Os queréis apuntar como voluntarias? ¡La graduación está al caer! ¡Ayuda a la causa y tendrás buen karma! —canturrea la chica que todos los años se autoproclama presidenta del comité estudiantil.
—Nos llevamos el folleto, lo miraremos —dice Vera, que lo