14.

—Ah… Me tomé la libertad de ponerle la gargantilla de diamantes y una pulsera que hace juego a la perfección, así como las hermosas zapatillas del mismo color que el vestido —añade la vendedora desconcertada por el comportamiento de ambos hermanos. 

—Lo que sea necesario —dice Franco acariciando la mejilla de Nora, sin dejar de suspirar como un pobre enamorado.

Nora baja la mirada, sonrojada, intentando esconder su rostro de él, pero Franco la toma por el mentón y lo evita, haciendo que ella se pierda por completo en sus profundos ojos y ahogarse en sus aguas. D’Angelo se inclina y la besa dulcemente, deleitándose con sus suaves labios. Al principio el resultado es el mismo: ella no es capaz de responder el beso, se resiste, pero la tentación es demasiada y sus labios terminan cediendo con timidez, mientras su mano sube hasta la mejilla de él. 

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