(POV: Ishtar)El silencio tras una explosión no es paz.Es eco.Y en este caso… dolía más que el fuego.Harold estaba sentado junto a Adriian, en silencio, vigilándolo como si cada segundo fuera una bomba a punto de estallar. Me acerqué.Quería respuestas.Y no iba a quedarme esperando a que cayeran del cielo.—¿Qué fue eso? —dije sin rodeos—. ¿Por qué se salió de control así?Harold no me miró al principio. Solo siguió observando a su amigo, que dormía —o fingía dormir— con la mandíbula aún tensa.—Ishtar…—No me digas que “todo está bien”. Ya lo vimos. No lo está.Se giró al fin. Su mirada era firme, pero no dura.—No soy quien debe contártelo.—¡Pero tú lo sabes! Lo viste.—Sí. Y por eso mismo no puedo decirlo. Adriian tiene derecho a decidir cuándo, cómo… y si quiere hablar.Mi estómago se apretó. La impotencia ardía más que la herida en mi brazo.—¿Y mientras tanto? ¿Solo espero?—Confía —dijo, con una calma tan injusta que quise gritarle—. A veces el silencio también protege.Lo
(POV: Ishtar)El día amaneció sin gloria.No hubo canto de aves ni sol cálido colándose entre las ramas. Solo neblina. Densa, pegajosa, como si el bosque respirara vapor de nervios y tierra húmeda.Nadie dijo mucho al levantarse.Adriian seguía en silencio, recostado contra un tronco, con los ojos cerrados pero los músculos aún tensos. No dormía. Fingía. Lo supe por la forma en que sus dedos se curvaban cada tanto, como si pelearan contra un temblor invisible. Harold había estado a su lado casi toda la noche. No lo vigilaba. Lo protegía de sí mismo.Y yo… yo solo quería gritar.Pero gritar no arreglaba las cosas.Así que apreté los dientes, ajusté mis botas e ignoré el ardor constante en mi brazo herido.Mike apareció desde el este con una rama partida y la mirada afilada.—Hay movimiento —dijo con una voz más grave de lo habitual—. Dos de los grupos ya pasaron por el límite sur del mapa. Uno dejó una señal de alerta en las piedras.—¿De qué tipo? —preguntó Harold, incorporándose.Mik
(POV: Ishtar)El bosque seguía cerrándose sobre nosotros como si quisiera tragarnos de a poco. Cada sombra era una posibilidad. Cada raíz, una trampa. Caminábamos en formación, atentos, tensos… hasta que algo quebró la rutina.Un sonido. Bajo. Hueco. Como un latido deformado.Harold levantó la mano en señal de alerta, y Adriian —más adelante— se detuvo sin girarse. Mike apretó los puños. Yo me agaché instintivamente detrás de un tronco.De entre los arbustos emergieron dos figuras rápidas. No híbridos, pero sí enemigos. Dos reclutas marcados por Ordo Nex, equipados con rifles cortos y placas de refuerzo.El primero disparó sin dudar.Fue un instante.Sentí cómo mi cuerpo reaccionaba solo, encendiendo una chispa bajo mi piel…Pero no fui yo quien lo desvió.Harold se interpuso. No con dramatismo, no como un héroe de portada. Simple. Exacto. Como si su cuerpo hubiera nacido para interponerse.El proyectil le rozó el costado, dejando un corte superficial en su chaqueta, pero nada más. Co
(POV: Harold)El mundo es un conjunto de variables.Rutas, datos, patrones. Todo puede leerse si uno presta suficiente atención. Hasta el caos tiene un ritmo. Y en mi caso, comprenderlo no fue una habilidad adquirida por vanidad, sino por necesidad. El orden es mi escudo. La previsión, mi refugio.Y sin embargo…Últimamente, el mundo parece haber decidido salirse de mis márgenes.Y el epicentro de ese desajuste tiene nombre.*****Vi el disparo antes de que ocurriera.Vi su postura, el impulso reflejo en sus piernas, la rabia encendida que chispeaba detrás de sus ojos. Sabía que iba a lanzarse. Que lo haría sin pensar. Y también supe que si no intervenía, ese impulso la dejaría herida. O peor.Así que me adelanté. No por táctica.Me interpuse por instinto. Por reflejo. Por algo que no quiero nombrar.El proyectil apenas rozó mi costado. Un corte superficial. Inofensivo en apariencia. Pero no fue la herida lo que me desconcertó. Fue la forma en que me miró después.No de agradecimiento
La sangre tenía un olor particular cuando se secaba. Áspero. Metálico. A Ishtar le gustaba más el aroma a pan viejo, el que a veces conseguía cuando los camiones de basura pasaban tarde por el mercado. Ese olor significaba que algo era rescatable.El puño del hombre cayó cerca de su sien, y ella lo esquivó por reflejo. No oía el rugido del público. No necesitaba escucharlo. La vibración en sus pies, los rostros deformados por la euforia, y la luz rota de los focos colgando del techo le decían todo lo que necesitaba saber: querían sangre. Y ella necesitaba el dinero.Su contrincante era más alto, más fuerte. Pero lento. Ishtar giró sobre sí misma, clavó el codo en sus costillas y lo hizo caer de rodillas. No era elegante, no era bonito. Pero funcionaba. Él se levantó furioso. Ella sonrió, sabiendo que su mueca era todo lo que necesitaban los que apostaban. Una sonrisa sarcástica, casi provocadora. Eso vendía. Eso les gustaba.Dos golpes más, una llave al cuello y todo terminó. Cayó c
(POV: Ishtar)No sabía lo que era el silencio. Porque para mí, el mundo siempre había sido así.El ruido de la ciudad, de las personas... no eran sonidos, sino vibraciones en mi pecho, temblores en el suelo, movimientos en los labios de la gente que aprendí a leer como si fueran tinta viva. Pero nunca escuché sus voces. Nunca escuché la mía.Y aun así, nunca me había sentido tan sola como al entrar en aquella sala blanca.La luz me quemaba los ojos. El uniforme de hospital olía a frío, a cosas que no entendía. Un doctor se acercó, moviendo los labios despacio para que yo pudiera leerlos:—Todo saldrá bien. Prometido.Asentí. Porque siempre asentía, aunque la promesa sonara vacía.Lo había aceptado por ellos. Mis niños. Mi familia.Así que cerré los ojos… y me hundí en la oscuridad.Cuando desperté, sentí que algo estaba mal. Una presión extraña dentro de mi cabeza, como si todo estuviera demasiado... vivo. Me toqué los oídos, buscando el parche que recordaba antes de dormir, pero ya n
(POV: Ishtar)Hablar era raro.Después de años en silencio, aprender a usar mi voz fue como aprender a respirar bajo el agua. Torpe. Desesperante.La foniatra —una mujer dura, de ojos cansados— me corregía una y otra vez. 'Abre bien la boca', 'no arrastres las palabras', 'no insultes tanto'. Decía que hablaba como carretonera. Y no la culpo. Crecí en la calle, no en un salón de modales y gente hipócrita.Así que, aunque ahora podía hablar, mi voz seguía sonando como quien aprendió a gritar antes de pedir permiso. Y la verdad… no pensaba cambiarlo.Mi voz era mía. Forjada entre callejones, gritos y silencios. No iba a suavizarla para nadie.*****El transporte negro se detuvo frente a un portón de hierro forjado. Arriba, grabado en letras antiguas y pesadas, un nombre: Valtherium.Me bajé sola, mochila al hombro, sin esperar a que alguien viniera a salvarme. El chofer apenas me dirigió una mirada antes de marcharse. Sin un "adiós". Sin un "suerte". Mejor así.Respiré hondo. El aire
(POV: Ishtar)El edificio principal de Valtherium era un monstruo de mármol y acero. Las columnas, altas y pesadas, parecían querer aplastar a quienes no fueran dignos de estar allí.Avancé por los pasillos de piedra, mis pasos resonando en el eco del lugar. No hacía falta girar la cabeza para saber que todos me miraban. Los rumores ya corrían: la nueva. La rara. La callejera.Susurraban... y yo caminaba.Al llegar a un patio amplio, donde los estudiantes entrenaban bajo un sol inclemente, me detuve. El estruendo de los golpes, las órdenes lanzadas al viento, el choque metálico de los medallones... todo me sacudía los sentidos.Me obligué a respirar. A encajar.Y entonces, una voz me alcanzó.No era gritada ni burlona. Era tranquila, educada... casi impropia para un campo de entrenamiento.—Disculpe, señorita —escuché detrás de mí.Me giré, lista para escupir una respuesta áspera.El muchacho que se acercaba no tenía nada de callejero. Era el polo opuesto a todo lo que había conoc