Valentina desnuda y peligrosa (3er Libro)
Valentina desnuda y peligrosa (3er Libro)
Por: Day Torres
CAPÍTULOS 1 Y 2

 CAPÍTULO 1

Que era la mujer más sensual que había conocido en su vida resultaba indudable, pero que era la peor bruja, manipuladora y perversa, también. Fabio pensó que si en el diccionario hubieran podido reunirse los conceptos de Fatal, Calculadora, Arrogante y Despreciativa, todos aparecerían bajo la fotografía de Valentina Lavoeu.

Sin embargo no pudo evitar un estremecimiento de placer cuando enfocó su cara, risueña y decidida, mientras intentaba correr a toda velocidad por el borde de la playa.

Subir a la terraza, cámara en mano, era una de las muchas distracciones que lo ayudaban a sobrellevar la carga de trabajo que suponía dirigir su propio bufete de abogados, y sobre todo la carga emocional que representaba ser uno de los hombres del Imperio Di Sávallo. La costumbre de tomar fotos la habían heredado tanto él como su hermano gemelo, pero Ian con el tiempo se había dedicado a ello profesionalmente, llegando a convertirse en un artista de renombre.

Para Fabio, por otra parte, no consistía más que en un placer, una distensión que se permitía a menudo porque aquella casa de Córcega, frente al mar, era tránsito obligado para cientos de hermosas chicas que siempre terminaban descubriendo dónde vivía y aprovechaban para asolearse en aquella franja de mar frente a su terraza. Pero el sol casi se había ido, no debía faltar más que una media hora para que atardeciera, y su cámara solo la había captado a ella.

La vio crispar los dedos con fiereza sobre el encaje del vaporoso vestido blanco, y levantarlo un poco para quitarse las zapatillas de tacón, que se enterraban en la arena húmeda. Fabio se quedó tan embebido en la expresión fiera y excitada de su rostro, que hasta que ella no levantó una mano para arrancarse el molesto velo y lanzarlo al agua, su cerebro no logró hacer la asociación completa: vestido de novia, zapatillas lanzadas al aire para correr mejor, Valentina vestida de novia, Valentina corriendo, escapando…

Volvió a enfocar la cámara, esta vez mucho más lejos y entonces lo advirtió. Un avispero de gente elegantemente vestida señalaba la dirección en que ella se había marchado.

Sin embargo Valentina no miraba atrás, corría como una posesa, con los rubios y enmarañados cabellos cayendo sobre su espalda, liberados ya de la presión del velo. Los labios entreabiertos y aquella sonrisa triunfal podrían haber desarmado a un escuadrón de carabineros, pero no a la comitiva que se disponía a perseguirla.

Fabio retrocedió durante una fracción de segundo, no era su problema, no tenía por qué inmiscuirse, pero Valentina pasaría de largo frente a la altísima verja de su terraza en contados instantes, luego ya sería tarde… y él tenía unos asuntillos pendientes con aquella novia en fuga.

Bajó las escaleras como una exhalación, abrió la puerta que daba a la playa y pronunció un estridente silbido para llamar su atención. La fugitiva volvió la cabeza un instante y no lo pensó dos veces, alguien le estaba ofreciendo una salida a su momentáneo conflicto, o mejor dicho, una entrada, pero de cualquier manera no estaba precisamente en posición de rechazarla.

Cambió de rumbo sin vacilar y entró en la terraza empujando a Fabio dentro y cerrando la puerta de madera con la respiración entrecortada. Viéndola de cerca la encontró aún más hermosa, con un brillo delicado de sudor orlándole la frente, y el pecho oscilando con dificultad mientras intentaba recuperar el aliento. Ella ni siquiera lo miró, antes bien dejó la cara pegada a las hendijas de la madera hasta ver cómo la banda de invitados pasaba corriendo ante la casa sin sospechar siquiera que se encontraba ahí.

— ¿Escapando de un mal matrimonio, querida? — fueron las primeras palabras que escuchó, en un tono tan irónico como zalamero, y se dijo que no estaba de ánimo para los jugueteos de aquel desconocido.

Tenía cosas más importantes, más urgentes que hacer, de modo que se dispuso a mantenerlo controlado de la manera más rápida posible. Con un ligero empujón lo hizo caer sentado en una de las tumbonas junto a la alberca, y en un segundo el rostro de Fabio pasó del desenfado sarcástico a la ira controlada. Tal vez aquella mujer no lo supiera, pero ni siquiera esa nimia forma de dominación era aceptable para un Di Sávallo. Tanto él como sus hermanos tenían un carácter un poco difícil de asimilar, y no era machismo, en absoluto, era solo confianza, y una reciedumbre que los hacía dueños y señores de su entorno.

Hizo ademán de levantarse con brusquedad, para hacerle ver que estaba muy equivocada si creía que se dejaría manejar como cualquier otro, pero antes de que pudiera moverse Valentina apoyó uno de sus pequeños pies en el asiento, justo entre sus muslos, separándolos, y comenzó a subirse el voluminoso vestido. La vista de la tela elevándose rápidamente, dejando al descubierto la preciosa media blanca, aquellas piernas tentadoras y el principio del liguero en la parte alta del muslo hizo que a Fabio se le secara la boca.

Con un movimiento urgente Valentina desprendió un celular que llevaba sujeto al interior de la liga y marcó un número sujetando el teléfono con la mano izquierda, pero sin cambiar de posición. Se quedó allí, expectante y rígida, con una rodilla casi a la altura del mentón de Fabio y él no pudo tomárselo de otra manera que como una invitación; una muy inusual, era cierto, pero también era cierto que se la debía.

Se humedeció los labios por dentro y deslizó una mano experta y curiosa por la cincelada pantorrilla hasta llegar a la curva suave de la rodilla, afianzando su tacto en la medida en que se afianzaba su deseo. Y entonces ella se movió, tan letal como la había imaginado, tan provocativa… y del liguero se desprendió un inesperado instrumento que hizo a Fabio soltar un gruñido. Con la taser apuntándole a la frente y los ojos feroces de Valentina clavados en los suyos, retiró la mano de su pierna.

— ¡Cht, cht, cht! — negó con la cabeza aún sin cambiar de posición — No se toca.

Sin embargo una voz al otro lado de la línea la interrumpió, y de inmediato concentró toda su atención en la llamada.

— ¿Estás bien? ¿Lograste salir ya de Córcega? — aguardó ansiosa la respuesta y luego pareció cansada al responder — No quiero que te preocupes por mí, Annie, yo estoy bien. ¡Por supuesto que he logrado escapar! ¿Que dónde estoy…? — miró a todos lados indecisa — Estoy en un hotel, hermanita, y te aseguro que nadie tiene idea de cuál.

Valentina hizo un largo silencio mientras escuchaba a su hermana relatarle valientemente la forma en que se había marchado de Córcega, y decidió que no había razón para preocuparla más.

— Muy bien Annie, eso me tranquiliza. Ahora escucha con mucho cuidado lo que vas a hacer. ¿Tienes donde apuntar? Bien, espero.

Fabio estudió sus facciones implacables, la inmovilidad con que sujetaba la taser con una mano y el teléfono con la otra, sin dejar de vigilarlo.

— Ok, Annie, escucha. Tu vuelo sale de Paris mañana a las nueve de la mañana. Prepárate para un viaje largo porque enmarañé tu rastro cuanto me fue posible. De París volarás a Valencia, de ahí a Puerto Rico, luego a Canadá y por último a México. Ahí te estará esperando Sara, es una vieja amiga de la universidad y te acogerá en su casa hasta que yo pueda reunirme contigo. ¿De acuerdo? Puse en tu maleta de viaje suficiente efectivo, las reservaciones de los vuelos y un teléfono descartable. Deshazte ahora mismo de tu celular y de las tarjetas de crédito. ¿Está bien…? Sí, Sara irá a buscarte al aeropuerto de Cancún, de todas formas apunta su dirección: Zona Hotelera, Kilómetro diecinueve, complejo Villas del Mar, número dos mil ciento diecisiete. Yo también te quiero. Me comunicaré contigo en cuanto pueda… nos veremos en un mes.

Colgó el teléfono al tiempo que apretaba la mandíbula y su nariz se dilataba de rabia. Lanzó el aparato dentro de la enorme piscina y lo miró hundirse hasta que tocó el fondo, dejando escapar algunas burbujas de aire. Solo entonces y por primera vez dedicó toda su atención al hombre que estaba sentado frente a ella, con una ligera camisa de hilo completamente abierta exhibiendo aquel torso bronceado y perfecto, y unos vaqueros ajustados que se le pegaban a los muslos… Valentina se sacudió mentalmente, como si admirar aquel grado supremo de masculinidad afectara sus sentidos y sobre todo su propósito de salir de allí.

— ¿No te han dicho que es peligroso tocar a una mujer sin su permiso? — intentó sonar enojada pero no lo consiguió, aquel hombre era un regalo para la vista y además le resultaba extrañamente familiar.

Fabio arqueó una ceja. De pie, con una pierna frente a su nariz, erguida y orgullosa, apuntándole con su pequeña taser, parecía una diosa. 

— No, no me lo han dicho. Más bien soy yo la mayoría de las veces quien tiene que dar su consentimiento.

— ¡Oh! — exclamó ella observándolo maliciosamente de arriba abajo — ¡Pero si el niño es un playboy!

Fabio no pudo aguantar la carcajada. Sí, lo era, lo había sido siempre y siempre lo sería. El playboy de la familia, pero solo porque de los cuatro hermanos que quedaban solteros, él era el único que no escondía discretamente sus muchas conquistas. Sin embargo reírse le sirvió para algo más. Un momento de distracción fue todo lo que necesitó para inmovilizar la pequeña mano femenina y salir de la trayectoria de los electrodos. Lanzó la taser a un lado mientras la retenía contra su cuerpo, las dos manos bien sujetas a su espalda.

Valentina levantó la barbilla desafiante, asustada pero decidida a no demostrarlo en ningún momento. No podía mover un solo músculo, apretada como estaba contra aquel pecho fornido y caliente… pero aún tenía la lengua libre y sabía usarla como la más filosa de las espadas.

— ¿Cuántos voltios tenía eso, amor? ¿Mil quinientos, dos mil?

— No tengo ni idea — respondió con sorna — Pero te aseguro que te habría puesto a dormir por días.

Fabio no pudo evitar bajar la mirada y concentrarse en su boca, en la sensualidad arrebatadora de sus labios, en el movimiento delicioso de sus pechos mientras forcejeaba intentando liberarse. Era una bruja, una verdadera bruja. Calculadora, sagaz, malvada, hechicera como ninguna otra, provocativa como ninguna otra.

— Entonces qué bueno que nos hemos deshecho de ella, porque sería un sacrilegio dormir teniendo tan cerca a una mujer como tú.

Valentina tragó en seco cuando lo vio inclinar la cabeza. Era mucho más grande que ella, y más pesado, y solo necesitó un leve gesto para hacerla arquear su cuerpo hacia atrás, esperarlo… Contuvo la respiración con los labios apretados, aguardando su beso, pero el beso no llegó.

Fabio se quedó allí, a milímetros de sus labios, esperando también, silencioso, caliente como si lo hubieran sacado de una hoguera… hasta que ella no pudo aguantar más la respiración y exhaló en busca de aire. Entonces Fabio atacó su boca, sus labios entreabiertos y desprevenidos. Buscó su lengua con la precisión de una cobra y subyugó cada uno de sus movimientos, explorándola, saboreándola, derramando su aliento poderoso sobre su boca hasta que ella se abandonó a aquel vendaval de deseo.

Necesitó de todo su autocontrol para separarse, pero cuando finalmente lo hizo el fuego brillaba en sus ojos.

— ¡Adoro que reacciones así, Valentina! Después de todo somos viejos conocidos.

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CAPÍTULO 2

Valentina arrugó el entrecejo, todavía jadeando, pero aquel beso le impidió hablar aún por algunos segundos.

— ¿Viejos conocidos? ¿Qué quieres decir?

La genuina sorpresa en su rostro fue como un golpe de agua fría para el orgullo de Fabio, y sus ojos echaban chispas cuando la apartó de sí. ¡No lo recordaba! ¡Aquella bruja ni siquiera lo recordaba, aunque él había pasado los últimos tres meses teniendo sueños profundamente eróticos con ella y planeando cómo conseguirla!

— ¡Vaya que tienes mala memoria, mujer! ¿Han sido tantos los hombres que te han propuesto llevarte a la cama que no recuerdas a uno más?— la retó casi con desprecio, aunque no estaba muy seguro de querer escuchar su respuesta.

— Tal vez no seas uno de los que me ha interesado particularmente.

¡Oh, eso era más que obvio a juzgar por la forma en que ella lo había tratado tres meses atrás, pero el ego de Fabio no estaba dispuesto a aceptar un golpe como ese.

— O tal vez estabas demasiado ocupada tratando de seducir al novio de tu hermana menor en una disco, justo frente a sus narices.

Valentina abrió sus risueños labios mientras las imágenes pasaban una tras otra por su mente. Con razón aquel hombre le había resultado familiar, pero la adrenalina de su huida no le había permitido concentrarse en él y mucho menos reconocerlo.

Habían compartido quince minutos de conversación en una disco que se inauguraba, cuando una de sus amigas había insistido en presentarle al renombrado abogado italiano que recién llegaba para instalar su bufete en la ciudad. A Fabio le había sobrado un vistazo para prendarse de aquella mujer, y a ella cinco minutos de su franqueza para saber que era un hombre de esos que no van escondiéndose detrás de sus máscaras de caballeros de alta sociedad. Era un hombre único, y también había sido el único que le había dicho, abierta y descaradamente, que deseaba acostarse con ella.

— ¿Di Sávallo?

— Fabio, por favor. — siseó él — No me gusta usar el apellido de la familia para seducir a las mujeres.

— Pues ya una vez lo intentaste conmigo. — rio la muchacha.

— Fue un último recurso, cuando mis dotes de natural sensualidad parecieron no funcionar.

Y entonces Fabio supo por qué Valentina era tan peligrosa: jamás dejaba de sonreír. En el momento en que la había conocido, todas las veces que la había visto de lejos después de esa noche, y a pesar de los diversos estados de ánimo que había experimentado en los últimos minutos, Valentina Lavoeu jamás dejaba de sonreír. Lo había hecho incluso mientras lo rechazaba.

— Sí, Di Sávallo, — le había dicho poniéndole una mano en el hombro — sé que eres increíblemente sexy y asquerosamente rico, pero esta noche estoy detrás de un pez mucho más suculento que tú, y tengo que trabajar rápido si no quiero perderlo.

El desplante había sido tan drástico que Fabio se había quedado anonadado, viéndola irse a hacerle ojitos al recién estrenado prometido de su hermana menor. No era la primera vez que lo rechazaban, por supuesto, las otras mujeres habían aludido a su falta de compromiso y su actitud disipada, pero ella era la primera que lo plantaba literalmente por otro hombre, o mejor dicho, por un pez más gordo, y eso de sentirse el pez chico le había sentado a Fabio como una bofetada.

Entonces la decisión de tenerla se había hecho irrevocable, y se había afianzado más cuanto peor era la opinión que las revelaciones de sus amigos y conocidos lo llevaban a formarse.

Valentina había sido desde su nacimiento una niñita de mamá y papá, rica y consentida, heredera de una inmensa compañía y lo suficientemente independiente como para poder buscar el amor. Sin embargo su elección de matrimonio había sido un hombre casi cuarenta años mayor que ella, dueño de una petrolera y en apariencia, ni muy atractivo ni muy amable.

Dinero, solo se trataba de dinero y Fabio lo sabía, pero lo cierto era que ni el matrimonio ni el dinero le habían durado mucho, porque seis meses después de la boda habían tenido un accidente en el coche, del que el magnate no había logrado sobrevivir y ella había salido seriamente lastimada.

“Lastimada en todos los sentidos” Pensó el abogado recorriéndola con una mirada de deseo, porque el férreo acuerdo prematrimonial la había dejado sin un centavo y a la caza de peces gordos.

— ¿Qué pasa, Fabio? — ella interrumpió su tour visual — ¿Hace tanto que no estás con una mujer que me miras tan desvergonzadamente?

— ¡Oh, no! — rió él cruzándose de brazos— Solo me intriga verte… así. — la señaló de arriba a abajo con el índice y luego se adentró en la casa, dirigiéndose a la barra de la cocina.

Valentina ni siquiera se molestó en levantarse el vestido y lo siguió.

— ¿Así cómo, vestida de novia?

— Ajá.

— ¿Y no eras tú precisamente a quien dejé plantado para ir a seducir al prometido de mi hermana? ¿Por qué te sorprendes?

El abierto desafío hizo que Fabio crispara los dedos sobre el vaso de coñac que acababa de servirse, pero la furia no le llegó al rostro.

— Así fue, pero según he escuchado no lo conseguiste. Leí en el periódico que ese mequetrefe al que tratabas de atrapar está perdidamente enamorado de la pequeña Annabelle. Incluso en la invitación que recibí aparecía su nombre, Valentina, y no el tuyo. Es lógico que no entienda por qué eres tú la que trae el vestido de novia.

Se llevó el vaso a los labios y esperó su respuesta, como siempre, la respuesta de una bruja sonriente.

— Lo traigo porque a mí me queda mejor.

— ¿De modo que finalmente has logrado arrebatarle el novio a tu hermanita? ¿Por qué entonces no te casaste con él?

— Porque no quería casarse conmigo. La prefiere a ella. — Valentina se acercó, le quitó el vaso de la mano y se lo bebió de un tirón — Ese imbécil está encaprichado con Annie.

— Y tú lo quieres para ti. — Fabio hizo aquella afirmación con los ojos entrecerrados, evaluando cada una de las reacciones, pero la mujer parecía hacer lo mismo.

— No lo quiero para mí, pero no quiero que esté con ella.

Él cruzó los brazos a la altura del pecho y echó atrás la cabeza con una risa forzada.

— ¡Vaya, vaya! Eso es el colmo del egoísmo y la maldad. El tipo no te interesa, pero no estás dispuesta a permitir que tu hermana sea feliz.

¿Feliz? ¿Por qué todos pensaban que casarse con aquel hombre, que encima era un completo idiota, podía hacer feliz a Annie? ¿O era que todos los hombres de su círculo pensaban que una mujer debía caer perdidamente enamorada a la vista de un cuenta bancaria?

— Mi hermana no iba a ser feliz con él, no lo quería.

— Y tú lo querías para ti. —reafirmó él — Así que… ¿qué? ¿Te pusiste su vestido, te cubriste con ese grueso velo mientras la mandabas bien lejos y luego saliste corriendo de la iglesia?

— Más o menos. —aceptó Valentina, intentando que aquel tono de evidente desprecio en las observaciones del italiano no la hiriera.

— ¡Ah, eres una mujercita perversa! Eres mucho peor de lo que me imaginaba.

Y ella notó un matiz de oscura satisfacción mientras se le acercaba, como si hubiera esperado eso precisamente.

— ¡No me digas! ¿Y exactamente qué es lo que te habías imaginado?

— Una viudita frustrada, arribista, que se quedó sin un centavo cuando murió su flamante marido — avanzaba hacia ella con peligroso instinto — y que por supuesto ahora necesita un pez más… suculento, para echarse a la red.

Valentina respiró hondo, apoyando la espalda en la pared, atrapada entre esta y el cuerpazo de Fabio Di Sávallo. Sus palabras no la ponían nerviosa, estaba más que acostumbrada a que la gente pensara y dijera cosas de esa índole, pero su cercanía física era otra cosa, una que habría podido quitarle el sueño a cualquiera. Por debajo de la camisa asomaba el pecho bronceado, musculoso y exquisitamente delineado, perfecto para que sus labios lo saborearan a placer…

Alzó la vista y vio que tenía los ojos clavados en ella, con una mirada que vagaba entre la sensación de triunfo, el resentimiento y el desprecio.

— Veo que has recordado muy bien mis palabras, Fabio. — y enseguida su sonrisa se amplió — ¿Qué pasa? ¿Fue demasiado duro para tu ego que prefiriera a otro hombre?

Lo vio dilatar las aletas de la nariz en un gesto de autocontrol, y disfrutó lo indecible con aquel reto verbal.

— No, querida. Las mujeres como tú no hacen mella en mi ego, pero… no me gusta perder. ¡Jamás! Y digamos que entre tú y yo hay pendiente un pequeño conflicto en el que pretendo salir ganando.

Se le acercó mucho más y advirtió las inequívocas señales que esperaba conseguir cuando deslizó un dedo suavemente desde su cuello, bajando por un camino perlado de sudor entre sus pechos. Pupilas dilatadas, respiración superficial, y aquel levísimo temblor en los labios… ¡Oh, sí, Valentina se había excitado hasta con aquella mínima caricia! La había sorprendido ya en dos ocasiones mirándolo, intentando minimizar su propio deseo, y su reacción le provocaba emociones encontradas.

— ¡Maldita bruja desvergonzada! — murmuró a dos pasos de su boca — Lo que de verdad me molesta es que te hayas resistido a mí cuando es evidente que eres una mujer tan fácil.

¡Claro que no! Valentina rio mentalmente, no era fácil. Nunca había sido una mujer fácil, pero Fabio Di Sávallo era otra historia. Aquel cuerpo exudaba confianza en sí mismo, carisma y poder. Nada más conocerlo lo había comprendido, pero tenía cuestiones mucho más importantes que resolver aquella noche que su nefasta atracción por el abogado.

Apoyó las manos sobre su pecho para apartarlo de ella y un ligero escalofrío la recorrió al hacer contacto con su piel, limpia y caliente. Su única defensa contra él era una retirada a tiempo, y puso en ello toda su concentración.

— Entonces, Fabio, creo que ya sabemos los dos a qué nos enfrentamos. Tú eres un donjuán que no acepta un rechazo, y yo soy una chica fácil que no rechazaría a un tipo con dinero… pero sucede que hoy esta bruja desvergonzada tiene la mejor intención de rechazarte, otra vez. Así que con tu permiso…

— No lo tienes. — Fabio la retuvo del brazo con brusca determinación.

— ¿Disculpa?

— No tienes mi permiso para marcharte.

Valentina se limitó a esbozar la más provocativa de las sonrisas.

— Como bien has mencionado antes, Fabio, soy una viudita de veintidós años, no tengo lealtad con nadie, no debo obediencia a nadie, soy libre para hacer lo que me plazca y lo que me place es irme.

— Pues no creo que una persona así de libre deba escapar de tanta gente. Me ha parecido que tu padre era uno de los que corrían detrás de ti y se le veía bastante enfadado. ¿Qué opina él exactamente de tu papel en esta boda frustrada?

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