Durante toda la maldita boda noté como ese francesito y Sabrina se tiraban miradas chispeantes a diestra y siniestra. Por primera vez en mi vida sentí la rabia bullir por mis venas y los celos me quemaban por dentro.
Intenté acercarme a ella y sus amigas, pero Alina se encargó de que no ingresara ni un metro en el perímetro imaginario que se recrearon para mantenerme lejos. Había bebido demás, cosa que nunca ocurrió y me sentía un tanto mareado, recostado en uno de los pilares de la entrada a la cocina, viendo lo feliz que bailaba la mujer que quería para mí, con otro hombre. Sin embargo, sabía a la perfección que la tenía perdida aunque el río me sonaba, por qué Lucila, siendo tan cercana a ese hombre, no sabía que ambos se habían desposado y que, además, le resultara extraño porque el susodicho Piero, ya estaba casado.
Bebí de nuevo el licor que contenía mi vaso, no apartando la vista de ellos ni por un segundo, imaginando que si Lucila dijo la verdad, tal vez el hombre estaba escon