PIERO
Un mes antes de la despedida de soltera…
Me sentía frustrado porque otra vez me había dejado plantado y ya no llevaba las cuentas de las veces que lo ha venido haciendo este último tiempo.
Tomé mi móvil y marqué su número, aunque sabía que sería en vano. Ella no vendría y de nuevo me quedaría con este maldito problema encima, que me había anudado al cuello hacía poco más de dos años.
—Lo siento, monsieur, pero el tiempo se ha acabado —dijo el juez y solo afirmé con la cabeza, mirando a mi abogado.
—Ya no podemos esperar más, Piero —murmuró apenado—, hay otros casos esperando y el juez no puede perder su tiempo.
Me puse de pie furioso y salí de la sala de audiencias, maldiciendo a aquella condenada mujer.
Apenas crucé la puerta, encendí un cigarrillo, calando hondo mientras cerraba los ojos.
—Aquí no puedes fumar, Piero —advirtió Leo, mi abogado y amigo—. Además, creí que lo habías dejado.
Caminé hacia la salida sin decirle una palabra, pero oí sus pasos tras de mí. Cuando al fin