Una navidad sin igual(es)
Una navidad sin igual(es)
Por: Galapea
Necesito trabajar más

*Jane* 

Grito su nombre una y otra vez.

Ella ya no despierta.

La sacudo gritando.

La desesperación me inunda hasta que logró salir de la pesadilla.

Me despierto completamente sudada.

Me tiré nuevamente en la cama y abracé la almohada.

Mary ya no está y soñar todas las noches con ella me está enloqueciendo.

No son sueños bonitos, no escucho su risa, no la oigo tararear esas horribles canciones de comerciales, ella ya no volverá a explicarme porque es mejor comer las distintas frutas en horarios específicos.

Tengo pesadillas.

Su peor momento, su final, se repite en mi mente una y otra vez.

Empiezo a llorar intentando que el dolor en el pecho desaparezca.

Me han dicho que llorar es bueno.

Yo odio hacerlo.

Lo único que logro es tener jaquecas y más dolor en el pecho.

No quiero recordar detalles, no quiero volver a pasar por todo eso, pero debo contarles porque estoy así.

Mi nombre es Jane y Mary era mi hermana gemela.

Gemelas idénticas.

¿Eso que dicen sobre la conexión que tienen los gemelos?

Pues es real, muy real.

Nosotras no solo éramos hermanas, podíamos sentir el dolor de la otra, podíamos reírnos y llorar por las mismas cosas aun a kilómetros de distancia.

Mary era mi mejor amiga, mi compañera de aventuras.

Hace once meses la perdí, un veintitrés de diciembre, en medio de todas las festividades yo la estaba despidiendo en el cementerio.

Dejo de pensar en ella y logro levantarme de la cama.

Entro al baño, me despojo del pijama y me meto en la ducha.

Escucho a la lejos la alarma del celular.

Me quedo unos minutos más bajo el agua y cuando escucho la repetición me salgo.

Luego de terminar de arreglarme y tomar lo que necesito para salir, me dirijo a la entrada de la casa.

Apago las luces y tomé las llaves de la moto.

Al cerrar la puerta con seguro desactivo la alarma de la moto y me dirijo a su bebé. 

Lady, como la había bautizado Mary.

La moto no solo era un vehículo de transporte, era parte de la familia.

Conduzco hasta el cementerio y me estaciono cerca de su parcela de tierra.

Hay un grupo de gente despidiendo a alguien a unos metros, pero los ignoro y voy directo a ella.

Apenas leo su nombre en la lápida, siento toda mi cara húmeda por las lágrimas.

La vista se me nubla y me arrodillo cerca, nuevamente en un intento por quitarme el dolor.

El celular me vibra regresandome a la realidad.

Limpio las lágrimas y cuando logro ver bien tomo el celular y lo reviso.

Cuatro llamadas de la oficina y varios mensajes.

Leo los mensajes y me entero que hoy no debo ir a trabajar.

Bien.

Genial.

Llamé a Ian para confirmar una cita al mediodía, mi terapeuta con rapidez me dice que sí y me agendó la cita en el calendario para que me suene una alarma.

Voy hasta la moto nuevamente y cuando me subo noto que uno de los hombres que está con el grupo de gente me siguió con la mirada.

Por un segundo nuestras miradas se cruzaron, pero desvió con rapidez mi atención de él. 

Que desastre debo ser.

Enciendo a Lady y voy a casa.

No ir a la oficina no es algo bueno.

Tener tiempo libre es lo peor que me puede pasar.

Al llegar a casa decido ir por las compras semanales.

Me pido un uber y voy al supermercado en el centro de la ciudad. 

Me ocupo de agarrar todo lo de la lista y regresar a casa en uber nuevamente. 

Cuando terminó de acomodar las cosas en su lugar, voy a mi habitación y me pongo a trabajar en la computadora.

La última semana todo ha sido demasiado tranquilo en el trabajo, pocas veces tengo el trabajo tan al día, aun en mis mejores tiempos.

Arthur Harrison, mi jefe y dueño de Industrias Harrison, enfermó y su estado empeoró en los últimos días.

Dicen que no sobrevivirá.

Para mi eso no es lo malo.

Lo malo es que la empresa está paralizada en mi área y sin trabajo no tengo distracción, sin distracción solo tengo dolor.

Los papeles que envíe a la oficina de Harrison aún no están firmados.

Tengo que hacer algo más. 

Tomo mi equipo deportivo y voy afuera.

Subo a la moto y conduzco hasta el gimnasio.

Hablo con Adrian, que es el encargado del sector de boxeo y empezamos una ronda rápida, ya que quería tener tiempo para ducharme y prepararme para la cita con mi terapeuta.

Golpeo el saco de boxeo una y otra vez, ya se que no funciona, pero prometi intentarlo y eso hago.

Cuando la alarma suena, me despido de Adrian y voy a las duchas.

Salgo de la ducha al escuchar nuevamente la alarma del celular.

Llegó al consultorio justo a tiempo. 

Irene, la asistente en la sala de espera del consultorio me sonríe y me indica que espere, él está con otro paciente.

Cuando se abre la puerta, la chica que sale intenta sonreír.

Su rostro está rojo y sus ojos aún más. 

El doctor la despide y me hace pasar.

—Bienvenida Jane, ponte cómoda.

Él se sienta en su lugar y yo me acomodo en el sillón doble frente a él. 

—No tengo ganas de continuar con esto.

Lo primero que se me viene a la cabeza es un ultimátum.

—Es normal.

Su respuesta no cambia nunca.

Todo esto es normal para él. 

—Las etapas del duelo son una m****a.

—Tu vocabulario Jane.

—De qué me sirve no decir malas palabras si ella no está aquí para hacerme callar.

Odiaba las malas palabras, le parecían innecesarias y vulgares.

—Jane, Mary no está, pero hay otros que seguimos aquí. 

Esa es la frase exacta que me hace desbordar. 

Otros aún seguimos aquí.

Ian era su novio, amigos desde la adolescencia y luego compañeros de vida, él la acompañó hasta el final, aun cuando los médicos dijeron que ya no había nada para hacer, Ian no se rindió, siguió creyendo que un milagro podría suceder.

Mary se lo merecía.

Su duelo fue más corto o mejor dicho, él se tomó la pérdida de otra manera, pero duelos son duelos.

De una forma u otra, su pérdida nos dolió a todos.

En algún momento él se acercó a mí y me abrazó.

Cuando me logre controlar me separe lo suficiente de él. 

—Cada día es más difícil, dormir es imposible.

—¿Las pesadillas se volvieron más frecuentes?

Asentí.

—Ve con Peter, que te de unas pastillas.

Negué con la cabeza.

No quería ver a Peter, él me dejó muy en claro que no le importaba mi vida.

—Jane ve a casa de tus padres, ellos solo perdieron a Mary, no a ti.

¿Por qué tenía que decir eso?

Otros que se convirtieron en absolutos extraños desde hace meses.

—Ellos no son mis padres.

Que problema se podrían hacer unas personas que nos adoptaron, ¿porque extrañarian a una completa extraña?

—Sabes que lo son, ellos cada día se preocupan por ti.

—Déjalo Ian, no hablaré con los Kilvann.

¿Los Kilvann? Ellos habían pasado de ser mamá y papá a ser nada más y nada menos que dos personas completamente extrañas para mí.

Él no volvió a insistir.

Hablamos sobre la rutina, sobre los horarios y sobre Lady.

Al finalizar la sesión renovamos la cita y quedamos que cenaremos en los días siguientes.

Volví a casa y me duche.

Cuando salí del baño me di cuenta que tenía unas llamadas perdidas de la oficina y otra más de un número desconocido.

Llame a mi secretaria en primer lugar.

—Hola Jane, ¿cómo estuvo tu día?

Pregunta que no quería responder.

—Eli, ¿dime por qué tantas llamadas?

Ella entendió el cambio de tema y me siguió la corriente de inmediato.

—El jefe llamó y dio indicaciones para primera hora de la mañana, te envie la agenda por mail, quiere tener una cita contigo y que lo pongas al día sobre los temas que te adjunte en el mail también, ¿alguna duda?

La eficiencia de Eli jamás me dejaba de sorprender, ella era genial.

Como asistente personal no tenía igual, siempre primero en todo y adelantada a los hechos para ahorrar tiempo y esfuerzo.

—No Eli, muchas gracias, leere los mails y te escribiré si necesito algo más.

—De acuerdo, mamá hizo galletas, te llevaré mañana a la oficina, ¿desayunamos allá?

Esa pregunta no quería responderla, pero sabía cuál era la intención de ella.

—Si, a la hora de siempre.

Nos despedimos al final y empecé a leer los mails.

Unos cinco minutos después entró una llamada del número desconocido de antes.

—Jane Kilvann.

Odiaba usar ese apellido, pero por más que quise no hubo forma de modificarlo, era el nombre de las personas que me adoptaron.

*Marcus*

El día anterior…

Escuché mi nombre repetidas veces, levanté la vista hacia la puerta.

—Todo está listo ya.

Bernard estaba en la entrada de la oficina de papá, con unos documentos en las manos.

Este lugar siempre me pareció triste, ahora que estaba vacío se veía mejor.

—Quiero que te ocupes de Evee y Max, ellos no se tienen que preocupar por nada, su futuro está asegurado.

Bernard no dijo nada y me entregó los documentos, sabía muy bien hacer su trabajo, él se encargaba de todo, desde documentos hasta la seguridad.

Salí de la oficina y me dirigí al auto.

Los documentos ya estaban listos, todo ya estaba a mi nombre, mientras que Evee y Max recibirian una herencia muy buena, pero la esposa de mi papá no era una mujer de negocios y mi medio hermano, Max no era un hombre capacitado para hacer esto, al menos no las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana y los trescientos sesenta y cinco días del año.

¿En cambio yo?

Nací para esto, y era muy bueno en mi trabajo.

Subí al auto y fui al hospital.

Los doctores ya nos habían dado el último día, pero el viejo Harrison era un hombre duro.

Llevaba varios días intentando irse, pero su corazón no se rendía.

El cáncer atacó rápido, sin dar chances a luchas o tratamientos, su salud decayó en pocas semanas y ahora solo nos quedaba esperar.

Al llegar, una de las enfermeras se me acercó, con esa actitud de contoneo y sonrisa atrevida.

—Quiero ver al doctor Brown.

La frené antes de que empezara con el baboseo.

Ella asintió y me pidió que la siguiera, aprovecho para contonearse aún más.

Bernard, mi amigo y guardaespaldas nos seguía de cerca, sabiendo que mi rostro no solo era por la situación de mi papá, sino también por lo cansado que estaba del coqueteo constante de las mujeres.

El doctor Brown nos recibió en su oficina, nada fuera de lo común, él junto a un grupo de médicos eran los que se habían hecho cargo del tratamiento de papá.

—Señor Harrison.

Señalo la silla delante de su escritorio a modo de invitación.

Bernard se quedó fuera de la oficina.

—Quiero saber cual es el protocolo del hospital con respecto a la situación de mi padre.

Sonara mal, pero solo quería hacer lo mejor para él.

—Su padre aún está vivo.

—Dijeron que él ya no tiene posibilidades de tratamiento.

—Si, eso dijimos, pero aun así no podemos adelantar lo inevitable, su padre tendrá que irse naturalmente, ya firmaron los documentos de no resucitación o asistencia artificial, solo queda esperar el final, señor Harrison.

Asentí, me levanté de la silla y extendí mi mano por sobre el escritorio.

—Gracias por todo.

Él me saludó, fui hasta la habitación de papá donde Evee estaba a un lado de la cama tarareando una canción, mientras acariciaba su mano con dulzura.

Las facciones duras de papá ya no estaban, su cuerpo estaba enflaquecido, demacrado por algo que lo estaba destruyendo desde adentro.

Salude a Evee y me acerque a papá.

Siempre dijeron que nos parecíamos mucho, mismo pelo, los ojos de un azul oscuro que se volvía claro en ocasiones y la misma sonrisa.

Ahora solo se veia un Arthur Harrison que estaba más cerca de la tumba que aqui, mientras que yo tambien habia cambiado mucho, ya no sonreia tanto como antes y mi cabello tenia algunas canas que no queria esconder, papá se teñia el cabello de un negro perfecto como es nuestro color natural.

En mi mente quería que dejara de luchar, ya no valía la pena.

Con ese pensamiento en mente abracé a Evee una vez más y al final me retiré de la clínica.

Estaba de camino a mi departamento cuando recibí la llamada de la esposa de papá, llorando.

Al final no necesité la asistencia del doctor, papá ya había dejado de luchar.

Hice que Bernard, quien estaba al volante, detuviera el auto, consolé a Evee a través del teléfono unos minutos hasta que mi hermano llegó con ella.

Verdaderamente ella lo amaba, Evee era una mujer sencilla en muchos aspectos, sencilla para el nivel de dinero que tenía alrededor, pero aún así no era exagerada o fanfarrona, es de la alta sociedad, una filántropa más en el mundo del dinero, mi padre le daba todos los gustos sin ser exagerado y como dije antes, ellos realmente se amaban.

Una vez volvimos al edificio pedí a Bernard que se encargará de los preparativos del sepelio, mientras estábamos en el hospital.

Los doctores no dijeron mucho más y nos dejaron solos en la habitación donde papá ya no estaba conectado a los aparatos como lo había visto un rato antes.

Evee estaba a su lado, Max la consolaba a ella.

No dije nada, solo me acerqué en silencio al otro lado de la cama.

Papá ya estaba frío, su mano estaba dura.

La sensación al intentar acariciarlo fue demasiado desagradable así que el contacto no duró demasiado.

Deje la habitación unos minutos después.

Bernard se me acercó diciéndome que ya tenía todo controlado.

Agradecí su ayuda y lo despedí por hoy.

Yo conduciría a casa.

Me fui del hospital con miradas encima de mi, las enfermeras y las doctoras no disimularon ni un poco en poner sus ojos sobre mi.

Conduje tranquilo hasta el departamento donde me despojo del traje, poniéndome una ropa más cómoda y vuelvo a ver los expedientes de los empleados.

Bernard ha hecho un trabajo increíble con los informes.

Los jefes de departamento son eficientes, el problema está en los eslabones más altos.

Las cosas se pondrán divertidas cuando ponga un pie en la empresa.

¿Cuántas cabezas rodaran?

Seguí leyendo los perfiles hasta altas horas de la noche y cuando los ojos me pidieron descansar me fui a la cama.

La alarma de las seis sonó e inmediatamente me fui al baño.

La ducha fue bien recibida y al salir recibí una llamada de Bernard poniéndome al tanto de todo.

El entierro en el cementerio sería a primera hora.

Genial.

Agradecí por su excelente trabajo como siempre y me fui al gimnasio a entrenar un poco.

Eran las ocho cuando estábamos escuchando las palabras del sacerdote.

Un movimiento a un lado me distrajo.

Una chica se acercó a una tumba y se derrumbó a unos pasos de la lápida.

En un primer momento no la reconocí.

Cuando su rostro entró en mi memoria fotográfica supe de inmediato de quien se trataba.

Jane Kilvann.

Arquitecta y líder del equipo del área de diseño y construcción de la empresa.

Lo poco que decía el perfil sobre ella era que tenía una hermana que falleció el año pasado y que ella en ningún momento dejó de trabajar. 

Trabajar para olvidar el dolor.

Genial.

Ella sería quien me ayudara en mi transición en la empresa.

Cuando el padre termina su discurso es Fletcher, uno de los socios mayoritarios de Industrias Harrison y amigo más cercano de papá, quien toma la posta y dice lo increíble que era papá como socio, pero más que nada como amigo, un hermano.

Evee intenta decir algo, pero fracasa en un mar de lágrimas. 

La salvó diciendo lo que mi padre fue para mi y doy por concluida la ceremonia. 

Muchos de los presentes me saludan, pero mi mirada regresa a esa chica que ya dejó de llorar y ahora se dirige nuevamente a su moto, una Suzuki bastante poderosa.

Al menos para una mujer así.

Por un segundo ella se da cuenta que la estoy mirando, pero no me presta atención, aun cuando sus ojos estaban hinchados algo en su mirada llamó mi interés y por un instante ambos nos miramos.

Aun así sube a la moto y se va.

Luego de algunos saludos más, yo también me retiro del cementerio y voy a casa.

Bernard me deja más documentos y me pongo a leerlos.

Debo estar listo para lo que viene.

*Jane*

—Jane Kilvann.

—Al menos sé que estoy llamando al número correcto.

La voz al otro lado del teléfono es masculina.

Masculina con todas las letras.

—Lo siento, pero usted no se ha presentado.

Me acomode mejor en la cama interesada por saber quién tenía mi número.

—¿Dónde están mis modales? Soy Marcus Harrison, nuevo dueño de Industrias Harrison.

Mi nuevo jefe y yo en modo detective.

—Lo siento señor Harrison, mi asistente ya me dio la información, mañana tenemos una cita, no es necesario que me haya llamado.

—Si, su asistente es muy eficiente, la llamó para aclarar algunas cosas con usted.

Su voz me eriza la piel y esa sensación me trae recuerdos y sensaciones que de inmediato descartó.

—Claro señor Harrison, ¿en qué puedo ayudarle?

Dame más trabajo, por favor.

En mi mente saltaba de alegría ante ese pensamiento. 

—Me gustaría que sea mi asesora personal hasta que me ponga al día con respecto al manejo de la empresa, mi padre siempre me dijo que su departamento era el más ordenado y eficiente.

El halago me gusto.

Cuando entre a trabajar para Industrias Harrison, el señor Arthur puso un voto de confianza en mí y al perder a Mary, él quiso darme mucho tiempo para recuperarme, cosa que rehuse de inmediato, por el contrario, tome más trabajo aun.

—Si señor Harrison, será un placer asesorarle, me gustaría que su asistente se comunique con la mía para acordar un horario mutuo que nos quede cómodos a los dos.

¡Si! 

Más trabajo.

Por dentro estaba saltando de alegría.

—No tengo asistente aún, es algo que tengo pendiente, por ahora manejare mis horarios en persona.

Interesante.

—Entiendo, Elizabeth, mi asistente, puede ayudarlo en un primer momento hasta que realice entrevistas y contrate a alguien.

—Genial señorita Kilvann, estoy en sus manos entonces.

No.

Por favor no.

—Solo Jane, Eli es muy eficiente, ella hará un trabajo excelente señor Harrison. 

—De acuerdo Jane, entonces tú llámame Marcus.

Prefiero Marcus a tener que llamarme por ese apellido constantemente. 

—Entonces Marcus ¿puedo ayudarte en algo más?

—Te envié unos documentos que me gustaría que leas para mañana, son varios, pero con que estés al tanto del tema podremos empezar.

¡Si! Más trabajo.

—No se preocupe Marcus, ya los recibí y estaré lista mañana.

Él me agradeció y terminamos la conversación.

Empecé a saltar en la cama.

Hasta que me di cuenta de mi error.

Volví a tomar el celular y googlee "Harrison"

La noticia fue instantánea.

Arthur Harrison había fallecido ayer en la tarde y hoy había sido enterrado.

En el mismo cementerio.

No dejé que mi mente fuera allí y busqué más información sobre su hijo Marcus.

El mayor de dos hijos, su mamá fue la primera esposa del señor Harrison. 

Treinta y dos años de edad y soltero.

Las fotos solo son con mujeres, pero leyendo un poco más me doy cuenta que desapareció de las cámaras hacía unos dos o tres años.

Graduado en comercio y administración de empresas.

Nada del otro mundo.

Decido concentrarme en trabajar y hacer lo que mejor me sale.

Dirigir un departamento de una empresa multinacional.

Los documentos que me había enviado eran variados, la gran mayoría no eran de mi departamento, pero eso no sería un problema. 

Leí un documento, luego otro y al llegar al tercero fui por un cafe.

El título era extraño, los primeros párrafos no decían nada claro, hasta que llegue a la parte interesante.

"Fraude fiscal"

Volví a leerlo desde el principio con una taza de café en las manos.

Esto no sería un simple asesoramiento.

Definitivamente este día iba a terminar muy bien.

Dormí unas tres o cuatro horas, como siempre.

Desperté con la alarma y eso fue todo un logro.

Fui a la ducha y me quedé allí hasta que la alarma volvió a sonar.

Recordé que Eli quería desayunar en la oficina así que tomé una chaqueta y salí de la casa.

Lady estaba en su lugar.

El ronroneo al encenderla me hizo vibrar el cuerpo sintiendo el poder de la Suzuki.

Llegué al cementerio y fui a su parcela.

La sensación de soledad me invadió, pero otra cosa llegó también.

La sensación de una mirada clavada en mi me hizo girar.

Un hombre enorme me miraba a unos metros de su tumba.

Cuando empezó a acercarse a mi no me tense, no me dio miedo.

Más bien pensé en que fuera un asesino y yo su víctima potencial.

—Jane.

La voz conocida no me relajo.

—Marcus.

Al colocarse frente a mí pude medir bien su estatura.

El casi metro noventa que tenía me hacía parecer pequeña con mis pocos metro sesenta y un centímetros.

—Es la tumba de tu hermana, lamento tu perdida. 

Esa frase.

La escuche tantas veces que ya perdió el sentido.

—Si, yo lamento la suya, Arthur era un hombre increíble, un excelente mentor.

La sonrisa de orgullo que se dibujó en su rostro fue de esas que alegran el día. 

A los demás, porque él no se veía feliz.

—Mi padre confiaba en ti, espero no decepcionarme con mi elección de mentora. 

—Soy muy buena en mi trabajo.

Esa sonrisa alegre cambió y se volvió una media sonrisa hacia la derecha de su rostro, el ojo se le arrugó de forma sexy.

El pensamiento fue descartado de inmediato, no porque él no fuera sexy sino más bien porque no tenía cabeza para pensar en eso ahora.

Ni nunca.

—Debo ir a la oficina, mi asistente me espera temprano.

Menti, Eli no llegaría hasta la siguiente hora.

—Vamos, hoy es mi primer día de trabajo.

Él extendió una mano hacia mí. 

No se la tome, solo agarre el casco que había dejado en el suelo y empecé a caminar hacia la moto.

—Es una belleza.

El halago se quedaba corto.

Lady es perfecta.

—Lady es una dama empoderada en un mundo de hombres.

Subí sin dificultades al vehículo y me coloque el casco.

Lo siguiente que sucedió me tomó por sorpresa.

Marcus se colocó detrás de mí y me tomó de la cintura.

Interesante. 

El primer ronroneo nos hizo vibrar a ambos.

La sensación que recorrió mi espalda me gusto, pero inmediatamente descarté la idea, eso que sentí no era tensión sexual.

No.

El camino a la oficina fue en silencio, bueno en realidad no nos íbamos a escuchar por más que lo intentaramos.

Cuando estacioné en el garaje subterráneo del edificio secundario del complejo, Marcus se bajó con destreza y me extendió la mano para ayudarme.

Ignore su caballerosidad y baje hacia el lado opuesto a él. 

Esa media sonrisa volvió a aparecer en su rostro y ya no pude seguir negándome que si había algo de tensión entre nosotros.

Esperaba ser la única que lo sintiera.

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