Capítulo 4: Connie

Samantha ya había salido del hotel sin que casi nadie se diera cuenta, caminó hasta la parada de autobús para regresar al pueblo, a casa con su abuela, sabía que estaría preocupada por no avisar donde estaba así que la llamó prometiéndole explicarle bien cuando llegara, que la disculpara y que no se preocupara, pero que estaba bien y se sentía feliz pero avergonzada por lo que había hecho. Su abuela angustiada la perdona, esperando ansiosa su regreso. Mientras iba en el autobús de camino al pueblo, Samantha por primera vez sentía que había hecho algo divertido y fuera de lo convencional, pero no se sentía orgullosa de ello, lo justificaba el hecho que sentía haberse enamorado de aquel hombre que la miraba y tocaba con emoción, casi anhelando volver a contactarse y pasar otra noche junto a él. Aunque se hacía ilusiones estaba consiente que quizás había sido cosa de una sola noche y ya, al cabo de unos minutos, recibió un mensaje de Gerald.

Hola Samantha, perdóname, pero no quiero verte nunca más, tengo esposa y tú solo fuiste un placer más. No me busques ni te acerques a mí, odio lo que pasó anoche, así que olvídame y sácame de tu vida”.

Enseguida Samantha al leer semejantes líneas empezó a llorar, no podía creer lo inocente que era y lo malvado que podían ser los hombres, se preguntaba si era un karma que estaba pagando o alguna maldición, pero por qué tenía que pasar por tanto sufrimiento, qué hizo ella de malo para que la trataran así, qué hizo mal para que Gerald le escribiera así, de esa forma. Luego de secarse las lágrimas se dormitó por un par de minutos en el autobús para calmarse hasta llegar a casa de su abuela, donde al llegar, la recibió con un abrazo cálido, pero a la vez impresionada de ver que su nieta había llorado.

—Hace un momento te escuché hablar con alegría, y ahora llegas con lágrimas en el rostro.

Samantha le explicó todo lo ocurrido para que comprendiera.

En la habitación del hotel, poco tiempo después de que Gerald le dijera a Randy lo que sentía y se encerrara en el baño, ella, llena de impotencia y furia aprovechó el momento para agarrar su teléfono y escribirle a Samantha haciéndose pasar por él. Si Gerald no era de ella no podía ser de nadie. Al instante, salió de la habitación sin despedirse cariñosamente y sin más nada qué decir.

Randy estalló como bomba, en llanto y furiosa, sin lograr su objetivo porque lo que planificó no había funcionado. Sin embargo, se sentía bien porque Samantha no tendría más contacto con él, sabía que Gerald dudaba de haber estado con ella, quizás al besarlo pudo notar que no eran los mismos labios sino los de otra chica que no recordaba, decidió contarle todo a su madre e idearse otra artimaña para conquistarlo. Ya Samantha estaba fuera del juego. Randy ideó miles de planes con la mamá durante varios meses para llevarlos a cabo y que alguno funcionara, hasta que un día, espiando a su hermanastra, descubrió algo que la estremeció.

Samantha estaba embarazada, quedó atónita con lo que descubrió, no era posible lo que sus ojos habían visto, ya tenía varios meses de embarazo, se le notaba su vientre ya expandido, faltaba poco para dar a luz. La única persona de quien pudiera estar embarazada era de Gerald, no podía ser de nadie más, ya la conocía muy bien y sabía que no estaría con más ningún hombre después de lo ocurrido. En ese momento, se le ocurrió algo macabro que llevaría a cabo sí o sí, se sintió amenazada por ello, no podía permitir que Samantha apareciera de nuevo en la vida de Gerald, así que decidió esperar hasta el día del parto.

Samantha nunca habló con Gerald después del mensaje recibido, ella no lo buscó más, por razones obvias, a pesar de haber estado embarazada de él. Le guardaba cierto rencor y no podía soportar el hecho de regresar a conversar con él después de lo humillada que se sintió, al menos hasta que naciera su hijo para que lo presentara bajo su apellido.

Llegó el día del parto, Samantha era presa de los nervios y el dolor. Rompió fuente mientras hacía algunas compras en el supermercado, su abuela estaba con ella. Lograron auxiliarla y llevarla en ambulancia al centro de salud más cercano. El doctor y las enfermeras del hospital la calmaron dándole ánimos diciendo que todo estará bien, que no se preocupará, pues ya el dolor acabaría y verá la luz de sus ojos nacer.

Después de una breve espera, ya en la camilla, pujó, gritó y lloró, apretando las manos de las ayudantes que se encontraban a su lado, hasta que por fin escuchó el llanto de su bebé. A sus oídos llegó el sonido alegría y felicidad, fue algo único que experimentó, una vida había salido de ella y no la iba a defraudar.

—¡Es una niña! — le dice el doctor.

Impresionada por saber que era niña, ya teniéndola en sus brazos, rompió en llanto y juró no decepcionarla nunca. La protegería y guiaría para que tuviera una vida mucho mejor que la su ahora madre. Su abuela, feliz al saber que tenía una nieta la felicitó, era la única que estaba con ella en el hospital, nunca le comentó a su padre sobre el embarazo, no sintió la necesidad.

—Se llamará Connie. – mencionó sonriendo.

—¡Es un nombre hermoso! – dijo su abuela.

Se despidió de ella, dando por seguro que regresaría en la mañana para llevarle algunas mantas, pañales, entre otras cosas, y de acuerdo a como se sintiera, volverían juntas a casa a comenzar una nueva vida.

Los doctores se llevaron a la niña para colocarla en la incubadora donde la pequeña se quedó dormida y a su vez Samantha en su camilla. Después de una hora de sueño reparador despertó, llevándose una sorpresa, al fijarse que la bebé no estaba en la incubadora. Desesperada, salió de la habitación preguntando dónde estaba Connie, lastimosamente no había casi nadie en el hospital. Eran altas horas de la noche y al ver que nadie la ayudaba en su búsqueda, salió corriendo a la calle a ver si alguien la llevaba consigo. A toda prisa, aún con el cuerpo adolorido, buscó a su hija bajo el frio de la noche y la lluvia, cuando de pronto se encontró en medio de la calle, viendo a todos lados, desamparada. Sin advertir que venía en su dirección un auto a gran velocidad la arrolló, tumbándola en el asfalto húmedo. Relinchó el sonido de los neumáticos debido al impacto, pero el conductor no se detuvo, dejándola tirada, siguiendo de largo. El estruendo del choque alertó a los pocos enfermeros que estaban en el hospital y salieron a ver qué había ocurrido. Enseguida, volvieron a internar a Samantha en el hospital donde la sedan y atienden sus múltiples heridas.

Despertó confundida y desorientada sin saber quién era ella o por qué estaba en el hospital, los enfermeros le notificaron a la abuela lo ocurrido, provocando una reacción de preocupación y culpa en ella, por haberla dejado sola. Sale de casa a toda velocidad al hospital nuevamente, para encontrarse con su nieta y solventar los problemas. Iba por la carretera, con el limpia parabrisas en funcionamiento, cuando de pronto impacta contra otro vehículo que aceleró estando la luz del semáforo en rojo. Dos accidentes la misma noche cambiaría el curso de la vida de Samantha.

La abuela quedó casi inconsciente, la llevaron a otro hospital, y en el ínterin solo mencionaba el nombre de Samantha Keane, mientras que su nieta se encontraba fuera del hospital desorientada y con múltiples heridas. Había escapado, tal vez el instinto maternal obligó a irse sin siquiera saber que era madre o dónde vivía. Las múltiples contusiones en su cabeza hicieron que perdiera la memoria y no recordara nada, la policía la encontró sola en la calle, vistiendo una bata de paciente y enseguida la llevan al hospital donde estaba su abuela, que previamente había reportado su incidente, donde por fin la identificaron, encontrándose con ella.

— ¿Samantha? ¿Por qué estás aquí cubierta de sangre? – logró decir con un hilito de voz.

—No sé quién soy o qué pasó. ­– contestó mirándola a los ojos sin expresión alguna.

La abuela, como pudo, le explicó que había tenido un bebé, pero lo había perdido. Ella, sin entender bien, malinterpretó lo que había querido decirle.

—Te amo, mi nietecita—

Estas fueron sus últimas palabras, antes de desmayarse. Los médicos la atendieron a la brevedad, pero fue en vano, el accidente la había afectado al punto de quedar totalmente en parálisis y estado vegetal. Aquella noche trágica, Samantha olvidó que alguna vez tuvo un hijo y lo perdió. Pues empezaba una vida de cero con una abuela que no recordaba y una vida que no conocía, era como si ella realmente era la que había nacido.

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