Dudas resueltas

Katherine miró la hora en el teléfono. Llevaban casi una hora fuera de la cabaña, tras discutir de nuevo y alegar una y mil veces que ella era lo bastante autónoma como para hacer las cosas, que no necesitaba de un vigilante detrás de ella, indicándole lo que debía o no hacer. Se marcharon al médico.

Pararon enfrente de una clínica y Katherine miró con resignación el edificio blanco de enormes ventanales. Respiró un par de veces, antes de que Daniel le abriera la puerta para salir. Él le sonreía y ella solo podía mascullar cualquier palabra y evitar su contacto.

«Resiste, resiste, Katherine», se animaba a sí cada vez que él se le acercaba.

Caminaron juntos, pero sin tocarse. Ella seguía manteniendo la distancia y aunque no lo dijera, a él le dolía. Necesitaba tanto de su roce, de su toque, su piel, el calor de su cuerpo, todo su perfume, su risa y, sobre todo, que lo mirase con el candor de un amor naciente. Con aquella mirada diáfana y risueña.

Le dijo todo lo que sentía, lo que ella
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