—Tatiana… —
Me colocaba sobre ella, y de nuevo volvían los besos enloquecedores, mis manos en su trasero, las suyas bajando por mis costillas. Me arrodillé en la cama, y cuando me acerqué a ella gemía.
—Pues aquí me tienes, tuyo… solo tuyo— le decía y me inclinaba entre sus piernas, ella jadeaba