Capítulo 5

Tatiana

—Quizás deberías quedarte en casa Tati—sugirió Marina. A medida que se acercaba la hora de mi cita, ella y Henry se ponían cada vez más extraños. Y vaya que ya habían estado bien extrañitos.

—¿Por qué? ¿Qué sucede?

—El bosque está raro, no sé, hay algo extraño.

Peor yo ya había acordado mi cita, y no me iba a echar para atrás. Necesitaba salir de aquí, más aun después de estos días del horror. A decir verdad, Andrés me parecía atractivo. Recién empezábamos a salir, nada serio. Yo era humana, y los humanos teníamos citas… no un flechazo de mates.

—Tienes razón, escuché aullidos toda la noche. Creo que deben ser los lobos. ¿Les dejaron comida? —les pregunté. Ellos se miraron, casi asustados.

—¿Qué demonios les sucede? ¿Henry? ¿Marina? —insistí, pero no obtuve respuesta. Así que me dispuse a a salir.

—¡Espera! ¡Espera! —gritó Henry, trayéndome una bata. Rayos, solo tenía una toalla puesta. De pronto, un gruñido se escuchó cerca de la puerta.

—Deben tener hambre, pobrecitos —murmuré. Pero al salir, no vi nada. Qué extraño.

—Chicos, me voy a terminar de preparar. Andrés debe estar por llegar.

Fui al clóset a buscar el vestido que Mariela siempre dice que me queda bien. Negro, algo ajustado… quizás demasiado, pero resalta mis curvas. No sé si quería “acción”, como ella decía, pero al menos quería verme bien. Una vez, al menos.

—¿Qué? ¿Qué tiene de malo? —pregunté al ver sus caras.

—No… nada —respondieron. ¿Qué les pasa a estos chicos? Ya era la hora. Me terminé de arreglar, me maquillé.

—Bien. ¿Se van a quedar aquí, cierto? No se metan en problemas.

Cuando salí, me pareció ver en la oscuridad los ojos de un lobo, y oí un gruñido. Andrés se asomó desde el auto. No me abrió la puerta, pero me lanzó una mirada apreciativa.

—Hola, Tati. ¡Vaya! Hoy luces… preciosa —comentó, mirándome de arriba abajo cuando me senté a su lado.

—Ehh… gracias —respondí. No era un hombre de cumplidos. Mejor dicho, pocas veces decía algo sobre mí. Era alto, algo musculoso, pero con algo de panza. Me hacía reír. Trabajaba en una construcción en otro pueblo. Acababa de salir de una relación larga y no hablaba demasiado bien de su ex.

Nunca tuve novio, y muchas veces me preguntaba qué veía en mí. Una pueblerina con sobrepeso, recién ascendida en el restaurante. Demasiado normal. Pensaba que él podría conseguir a la mujer que quisiera, pero seguía invitándome a salir.

—¿A dónde vamos? —pregunté.

—A un lugar que me recomendaron —respondió. Noté que íbamos hacia su pueblo. El restaurante no parecía muy romántico, y todos conocían a Andrés. Supongo que era su lugar habitual. Más bien un bar de paso, con un menú pequeño. No sabía qué pensar; nunca había venido aquí. Andrés no me quitaba la mirada de encima.

—Realmente luces espectacular —comentó por quincuagésima vez, tomando mi mano y besándola, mientras miraba descaradamente mi escote. Debo admitir que es abultado, y aun así no me agradaba que pasara toda la noche mirando mis pechos. Mariela insiste en que debo abrazar mis curvas, y aceptar mi propia belleza. Pero mi vida ha sido dura. Las burlas en la manada no se olvidan así como así.

—Quizás más tarde podríamos ir a un lugar más… íntimo, tú sabes. Mi casa queda cerca —indicó, pero fue interrumpido por lo que sonó como una tos… ¿o un gruñido?

—Podrías trabajar aquí, así te tengo más cerca… —agregó, justo cuando una sombra se acercó.

Palidecí al ver que, parado frente a nuestra mesa, no era otro que Sebastián.

—Qué sorpresa encontrarnos aquí, Tatiana —dijo con voz fuerte. Me quedé con la boca abierta. Levanté la mirada sin poder evitarlo. Sebastián llevaba una camiseta y unos jeans que, si no me equivocaba, parecían ser de Henry. Y que me parta un rayo, aun así, parecía haber bajado del cielo. Su mirada recorrió mi rostro, bajó a mi escote, a mi vestido, y volvió a mis ojos. Apretaba la mandíbula, los puños cerrados, tenso como un violín. Sin embargo, al escuchar a unos borrachos reírse y mirar alrededor, su expresión se tornó aún más molesta. Ni hablar del momento en que se fijó en mi cita. Era como si el infierno se hubiese congelado.

—¿Qué haces aquí? —pregunté con la garganta seca.

—¿Y tú quién eres? —preguntó Andrés, examinando de arriba abajo al hombre asombrosamente atractivo que acababa de acercarse y que, evidentemente, me conocía—. ¿Un cliente tuyo, Tati? Jamás lo vi en el pueblo —frunció el ceño, y era evidente que los dos hombres estaban a punto de entrar en una competencia silenciosa para ver quién imponía más autoridad. Ya sabíamos quién iba a ganar.

—Lo conocí en un trabajo anterior —respondí, temiendo que Sebastián fuera a decir que yo era una traidora que quemó a su gente.

—Yo era algo más que un conocido —corrigió, y lo miré espantada—. ¿No es así, Tatiana? Nos conocemos de toda la vida —exclamó. ¿Qué?

Y si pensaba que esto ya era lo suficientemente extraño, noté que, justo detrás, estaban nada menos que Henry y Marina, con cara de ciervos espantados. Miraban para todos lados, como si no quisieran estar allí.

—¿Marina, Henry? ¿Qué hacen aquí?

—Quería salir del pueblo, conocer el lugar. Y ellos fueron tan amables de recomendarme este restaurante —respondió Sebastián.

Ellos no sabían de otros pueblos humanos, y mucho menos conocían ese restaurante. Lentamente me cayó la ficha. La única razón para venir aquí era porque yo estaba aquí. Sebastián me estaba siguiendo, y ahora usaba a mi única familia en mi contra. Aún estaba procesando todo cuando Andrés se levantó, efusivo, ignorando por completo a Sebastián.

—¡Oh, Henry y Marina! ¡Cuánto deseaba conocerlos! —exclamó muy sonriente, sin soltar mi mano. Sebastián posó su mirada justo en nuestras manos entrelazadas.

—Hola… —respondieron ellos como robots, lanzando miradas furtivas a su alfa.

—¿Quieren una mesa aparte? —preguntó un mesero, claramente desmotivado.

—¿Por qué no nos sentamos todos juntos? —preguntó Sebastián, y casi me atraganté.

—Si nos disculpan, tengo una cita importante con una chica hermosa —replicó Andrés, mirándome de nuevo. Yo suspiré, aliviada de que al menos alguien intentara salvarme de una experiencia atroz… hasta que vi que Sebastián y los chicos se sentaron justo al lado de nosotros.

Todo lo que podía salir mal, estaba saliendo mal.

Sebastián pidió platos y bebidas como para un batallón. Mis chicos lucían como si quisieran que la tierra se los tragara. Ojalá la tierra se los tragara a los tres juntos.

—¿En qué estábamos? ¡Ah, sí! Te decía que podríamos hacer algo después —continuó Andrés.

—Eh… yo…

—Es decir, generalmente luces como una mesera. Pero yo soy un hombre que valora el esfuerzo, y aprecio que hoy hayas hecho todo esto para verte bien. Debo confesar que ni siquiera imaginaba que tuvieras tantos… atributos —dijo, mirando abiertamente mi escote. Escuché un gruñido tan profundo que me asustó. Ambos giramos hacia la mesa de al lado y vimos a Sebastián fingiendo mirar el menú, aunque ya había ordenado. De su pecho salían rugidos bajos. Los chicos miraban el techo sucio como si fuera una obra de arte.

—¿Qué fue eso? —preguntó Andrés, molesto por la interrupción.

—Fui yo. Tengo bastante hambre. Tengo el metabolismo rápido y hoy casi no comí —intervino Henry. Marina asintió nerviosa. ¿Cómo va a decir algo así?

—¡Pero si cenaste dos platos! Siempre me ocupo de que coman bien cuando están conmigo —susurré, molesta. Henry se sonrojó, tragó saliva y me miró con cara de súplica.

—¡Siempre nos cuidas!

—¡Cocinas delicioso, hermana!

—¡Sí, realmente maravilloso! ¡Jamás he probado algo igual! —agregaron, turnándose para hablar. Yo los miraba perdida. Casi me olvidé de mi plato observando el circo que se desarrollaba a mi alrededor. Sebastián y Andrés se miraban fijamente. Trajeron la comida a la otra mesa y mis hermanos se abalanzaron como si no hubieran comido en días.

—¿Es cierto eso, querida? ¿Que tienes dones en la cocina? Veo que debes comer muy bien —dijo Andrés sonriendo, mirando mi cuerpo. Siempre creí que le gustaba de alguna manera, pero tras esta extraña cita, parecía más interesado que nunca. Me hablaba pero no dejaba de mirar de reojo a Sebastián.

—Eh… Hago mi mejor intento.

—Podrías hacerme el desayuno, mañana. Luego de que te quedes en mi casa —dijo, claramente intentando provocar a la otra mesa. Me sobresalté al escuchar un estruendo. Cuando volteé, cerca de Sebastián había pedazos de vidrio y loza por todas partes. Al parecer se había caído una copa y varios platos. Marina y Henry estaban petrificados. El resto de la noche transcurrió entre Andrés lanzándome indirectas, mirando demasiado mi escote y contándome su vida sin dejarme hablar.

Sebastián gruñía y comentaba en voz alta con los chicos cosas del pasado, insinuando que conocía muy bien a los tres. ¿Por qué? Seguía intentando meterse en mis asuntos. ¿Sería un tipo de venganza? Una muy retorcida, pero si me quería hacer sufrir, lo estaba logrando.

Marina y Henry comieron todo lo que se les cruzó, callados, observando de un lado a otro como si estuvieran viendo un partido de ping pong. Esto era ridículo. Quería irme a casa inmediatamente. Tuve que convencer a Andrés de que me llevara. Y, ¡oh, sorpresa! Sebastián y los chicos se fueron al mismo tiempo.

—He tenido una noche bastante extraña pero muy interesante. ¿Seguro que ese hombre alto es solo un conocido? Dijo cosas bastante raras —preguntó.

—Sí, es… algo extraño. No está bien de la cabeza.

—Debes tener razón. Se ve… poderoso. Pero sospechoso —comentó, inclinándose para besarme de forma posesiva. Nunca me había besado así. Me pareció escuchar un alboroto a lo lejos, pero después de todo lo que había pasado, ya nada me sorprendía.

—Me tengo que ir —dije, alejándome cuando Andrés intentó meter su mano en mi escote. Parecía decepcionado y apenas se despidió. Esta noche había sido un completo error. Cerré la puerta de la casa de un portazo y me dejé caer en el sofá, hecha una furia. Los pobres entraron con la cabeza gacha, sabiendo lo que les esperaba.

—¿Me pueden explicar qué demonios fue eso? ¡Me mato trabajando! ¡No tengo citas! Solo pedí un momento de tranquilidad y diversión. ¡Sabían cuánto deseaba salir y hacer algo diferente! ¿Y con qué me encuentro? ¡Con que no solo aparecen de la nada, sino con él! ¡Con ese hombre que me amargó la vida! ¡El maldito alfa desagradable de Medianoche, entre todas las personas posibles! —grité, y ellos se veían realmente apenados.

—Lo sentimos, nosotros...

—¿Ustedes qué? ¿Cómo demonios explican esto? —pregunté, y entonces escuché otra voz. Lo vi aparecer en el umbral de mi casa como si viviera allí. Sentía que hervía de odio.

—Yo se los pedí.
Federica Navarro

Hola a todos! Espero que les esté gustando esta historia. Si les gusta el tema de protagonista curvy, tengo también en buenovela la historia Curvas para el CEO. Y sobre fantasía: Un salvaje para la Duquesa y Princesa Abandonada. Espero les guste! Bso Kika

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