Tatiana
—¿Te vas? ¿Tan pronto? ¿Dónde estás viviendo? —preguntó de repente Sebastián, acercándose.
De nuevo, ¿y qué demonios le importa? Ni siquiera respondí, retomé mi camino y me alejé de él lo más rápido que pude, no quería estar cerca de él. Pero en segundos está a mi lado, como si nada, caminando. Él era más rápido, jamás le ganaría.
—Es mejor que te acompañe, puede ser peligroso —declaró.
Me quedé perpleja. ¡El peligro es él, descarado! ¡Él y sus amigotes los lobos! Me detengo, haciéndole entender que no quiero su compañía. Parece ansioso. Estaba demasiado colaborador: primero su camisa, ahora esto.
—Lo que pasó con Marco de Razzio no fue correcto. Lamento decir que los alfas fueron muy maleducados, y...
Dio un par de pasos más hacia mí, y yo retrocedí abruptamente.
—Estoy acostumbrada, no es diferente a cómo me han tratado los hombres lobo en el pasado —espeté.
Veo que mi respuesta no le gusta; parece angustiado, como si no supiera qué hacer.
—Tati, espera…no te vayas…
—Tatiana —respondí firme.
—¿Disculpa?
—Mi nombre es Tatiana —aclaré.
Él no es mi amigo ni alguien querido para mí como para llamarme como le plazca. Se queda otra vez mudo, que honestamente lo prefiero así. Su mirada va hacia mi cartera.
—Mi camisa te sirvió. Me alegro, y…
—Ahh, me queda más claro. ¿Me persigues porque quieres tu camisa de vuelta? —pregunté.
Él se queda con la boca abierta. Procedí a sacar la prenda de un tirón de mi bolso y se la lancé contra el pecho con toda mi fuerza. Se queda como congelado.
—Dejame adivinar. ¿Pensaste que me la iba a quedar? Claro, traidora, gorda y ladrona. ¿Qué otra cosa ibas a pensar? Pues te comento que simplemente quería lavarla antes de devolverla. Ya sabes, para que no quedara mi asqueroso olor a humana. Algunos tenemos modales —respondí, usando sus palabras del pasado.
—Jamás fue mi intención, lo juro —intenta explicar, frunciendo el ceño.
Intenciones, intenciones... El infierno está pavimentado de buenas intenciones. Luego ve que la manga de la camisa tiene una mancha de sangre y toma mi mano tan rápidamente que no puedo evitarlo, viendo la herida ya casi cerrada. Hasta yo había olvidado que me corté.
—¿Te duele? Deberías tapártela… Me temo que no te curás tan rápido y puede infectarse…
—Sí, lo sé. No soy un hombre lobo, solo una simple humana que puede morir de un rasguño. No que te importe, claro está —dije, alejé mi mano de él.
Parece lamentar sus palabras.
—Si no te molesta, ya estoy fuera de mi trabajo. No tengo por qué atenderte ni complacerte como si fueras un rey. Aquí ya no soy más tu mesera. Te pido que, por favor, me dejes en paz —resoplé y marché hacia mi casa apurada.
Lo escucho suspirar unos pasos detrás de mí, hasta que parece rendirse. Cuando entro, cierro la puerta con todas las llaves que tengo y busco a mis niños.
—¡Tati! —me saludan mis niños, pero veo que sus expresiones cambian—. ¿Por qué hueles a… alfa Sebastián? —pregunta Henry.
—Ufff… no sé ni por dónde comenzar. Involucra a unos alfas groseros, vino y una camisa prestada a la fuerza. Una serie de eventos desafortunados, se podría resumir —dije, después de darle besos a cada uno.
Pero cuando salí del baño y fui a la cocina, los vi con los pelos de punta. Marina no dejó de lanzar miradas hacia la ventana.
Pero ellos fingen que no pasa nada. La cena es extraña, están inusualmente callados. Debe ser cosa de hombres lobo. Realmente, cosas raras están pasando. Todo es culpa de la bendita reunión de los alfas, esos desgraciados, no me queda la menor duda. Pero ya pronto terminaría. Esos infelices se irían mañana mismo.
Para mi desgracia, a la mañana siguiente me encuentro con nuevas noticias. Horribles noticias.
—¡Tati! ¿No te enteraste? El alcalde organizó un encuentro empresarial por la llegada de estos empresarios. ¡Ni sabía que algo así existía! —comentó Mariela muy contenta.
—El pueblo estará en el mapa empresarial —indicó otra compañera, aplaudiendo.
—¡Más clientes!
No pude ocultar mi cara de horror. Sé que la diosa luna no me escuchará porque no tengo lobo, pero ¿en serio? ¿Era esto necesario? Dejen a nuestro pobre pueblo fuera del mapa, por favor.
Pero ya sería cosa del alcalde. Me iría a casa y sería problema de otro. El último día es una verdadera pesadilla. Razzio intentó boicotear mi trabajo todas las veces posibles. Cada vez sentía menos miedo y más molestia.
—Los rogues están fuera de control.
—El rey no responde.
—¿El rey de todos los lobos? Es un flojo —indicó otro.
—El Concilio tiene que ayudarnos, acabar con esto —escuché mientras pasaba de aquí a allá. Pensé que eran ideas mías, pero sentía la mirada de Sebastián a donde yo iba. David miraba de mí a su alfa a cada momento. Solo por hoy, todo termina hoy. Esta noche me acostaré en mi cama, feliz de que este infierno terminó. Cuando Gaby suelta otra bomba. ¡Que me lleve el diablo!
—¡Atención! ¡Atención todos! El alcalde me acaba de llamar para pedirnos si podríamos ayudar a servir en la fiesta. Sé que han estado trabajando mucho, pero van a ser pocos días y la paga es realmente buena —explicó, y quisiera que la tierra me tragara y no me expulsara.
—¡Dinero y ver a esos hombres bellos bien vestidos! ¡Esto es perfecto! —exclama Mari. Mi amargura es el opuesto de la cara de felicidad de Mariela. Martín me da una mirada de horror; a él le caen tan mal como a mí. Ahora mi pesadilla no solo no se terminaba, sino que se extendía. Teníamos que duplicar esfuerzos y mi horario laboral se alargaba.
Iba saliendo del restaurante con unas cajas cuando alguien se atraviesa en mi camino. Y mi corazón da un vuelco cuando me doy cuenta de que es Razzio. Atrás hay otros lobos, que no me quitan la mirada. Estaba rodeada. Más allá está el bosque y escucho aullidos.
—Este camino sí que es feo, me encontré con una ovejita gordita y fofa. La mentirosa. Cuéntame, ¿qué tan bajo se tiene que caer para ser echada de una de las manadas más importantes de la región? ¿Y terminar trabajando como una mugrienta sirvienta? —susurró, acercándose a mí, acorralándome. Las cosas en mis manos se caen y tiemblo—. Oh, cierto. Mordiste la mano que te dio de comer.
—Es un trabajo digno y estoy rodeada de buenas personas. Es mucho más de lo que puedo decir de mi vida de antes —él rugió.
—Realmente los humanos no tienen instinto de supervivencia. Eres una criatura malagradecida —espetó, sujetándome—. Eres una simple humana, pero debo decir que hay algo en ti. Algo extraño. Algo que me parece conocido. Eres muy intrigante para ser una mentirosa, simple humana sin cualidades. Dime, ¿qué tienes? —preguntó apretando mi cara con su mano. Yo me quedé petrificada. Cuando, de repente, escuchamos una voz.
—Tati, ¿todo bien? El alcalde te llama, nos necesitan para organizar el evento —escuché una voz preocupada desde adentro del restaurante. Era Martín; se había dado cuenta de que este hombre se estaba metiendo conmigo. Aproveché para alejarme de Marco y lo escuché reírse a mis espaldas.
—Esos hombres... espero se vayan pronto. No me gustan para nada —apareció Martín, abrazándome y ayudándome a recoger las cosas. A partir de ahí, me acompañó todo el tiempo y estuvo al tanto de las demás chicas.
—Yo tenía razón, lo que son esos hombres. ¡Parecen modelos que salieron de una revista de moda! Es uno más atractivo que el otro —exclamó Mariela acalorada, viendo a los musculosos hombres y sus atuendos más formales. Había charlas, reuniones y no sé qué más tonterías.
—Mariela, prométeme que no te vas a involucrar con estos hombres, con ninguno de aquí —casi le supliqué.
—¿Por qué? ¿Qué sucede?
—Ehhhh... tú sabes que los hombres con dinero... son bien patanes —dije nerviosa. ¿Qué más podía decirle? No había forma ni manera de decirle la verdad. Que eran mitad animales, rabiosos, vengativos, y que me odiaban más que al wolfsbane. Que me consideraban traidora y que podían acabarnos de un golpe. Ah, y un par de ellos me acosan. Ella arrugó los ojos.
—¿Qué me escondes? Mira que soy tu mejor amiga. Te conozco. Dime la verdad, Tati.
—Ehhh... Marina una vez trabajó con uno de ellos y me contó cosas. Mejor mantenerse alejada —dije, y logré cambiar el tema.
—¡Quisiera conocer tanto a Marina y Henry! Siempre hablas de ellos, deben ser simpáticos —indicó, y luego de ver a los alfas suspiró—. Posiblemente tengas razón. Solo se querrán burlar de unas pueblerinas. Aunque debo confesar que parecen... sobrenaturales.
—¿Parecen qué? —pregunté.
—Te vas a reír de mí —respondió ella, ruborizada. Demonios.
—Seguramente sí, pero igual me vas a contar —respondí, tomando una copa de vino. Ella se ríe.
—Esos hombres parecieran ser... tú sabes, vampiros, elfos... o alfas —no pude evitar escupir el vino.
—¿Qué?
—Personajes de esas novelas de hombres sexis y salvajes —contestó, mordiéndose el labio.
—¿Por qué leerías sobre... alfas?
—¿No es obvio? Porque son bastante calientes. Y si existieran esos hombres lobo, o vampiros, serían así, tal cual estos empresarios. Especialmente aquel papucho de cabello oscuro que no te quita la mirada de encima. ¡Mamita! Te va a desgastar con la mirada —comentó, y cuando volteé era Sebastián. La diosa me libre. Cuando busqué a Martín para que preparara unas bebidas, se me atravesó Sebastián. Demonios, hoy sí que me saqué la lotería de los alfas. Está vestido de forma exquisita, luce tan bien que no quiero mirarlo.
—¿Y ahora qué quieres? —pregunté, siguiendo mi camino. Vi a David de un costado. Realmente es su beta, como un perrito faldero.
—¿A quién buscas?
—No es tu problema.
—¿Por qué hay un aroma a hombre en ti? —preguntó rabioso.
—De nuevo, no te incumbe —contesté, y me sujetó por el brazo.
—¿Qué haces?
—No debes acercarte a otros hombres. Menos a un alfa, Marco Razzio.
—¿Crees que yo me acerqué a él? ¿Que yo lo busqué? —pregunté, y él cambió de actitud. Se veía preocupado, casi paranoico.
—¿Te hizo daño? Dímelo, por favor, Tati... Tatiana...
—Dejé de ser tu problema hace tiempo.
—¿Por qué se acercó a ti? Y ese otro muchacho... —tomó mi mano y me atrajo hacia él. Su mirada es desesperada y yo estoy cada vez más confundida.
—¿Qué haces? ¡Suéltame! —él presiona mi mano.
—¡Aléjate de ellos! ¿Lo entiendes?
—Créeme que sé que ninguno de ustedes trae nada bueno. ¡Suéltame! ¡Me haces daño! —grité, y me suelta inmediatamente, viéndome con angustia. Tomé mi mano con dolor.
—Yo... disculpa, nunca quise...
—Ni me lo digas, jamás quieres hacer daño —maldije entre susurros, pero estoy segura de que él escuchó. El bendito encuentro terminaba y yo recogía mis cosas.
—¡Hey! No me has dicho de tu cita —pregunta Mariela al irnos. Casi se me olvidaba. A lo lejos escuché un gruñido. Más allá, Sebastián me mira con odio. ¿No tiene una manada importante que atender? Martín y ella me acompañan en el camino.
—Espero que te lleven a un lugar lindo y haya mucha acción —dice entre risas, y sigo escuchando un aullido. Diosa, espero que mañana sea un mejor día.