Capítulo 0003

Tatiana

Sebastián lucía desesperado, tenía el cabello despeinado como si se hubiese pasado la mano varias veces por su cabeza, y notaba que tenía los ojos casi desorbitados viéndome. Yo empecé a dar varios pasos hacia atrás, mientras él avanzaba hacia mí.

No sabía qué hacer, podía escucharlo respirar fuerte y de repente recordé que los hombres lobos eran criaturas peligrosas. Mi cuerpo me lo decía, yo tenía miedo. Y cuando mi espalda chocó contra el tope de los lavamanos, mi respiración se ajetreó.

—¿Que... qué haces aquí?... este es el baño de... —

—¿Qué demonios tienes puesto?— me preguntó casi hablando entre dientes. Se veía increíblemente tenso como si intentara reprimir algo. A mí no me quedaba la menor duda de que era odio y disgusto.

—Yo... — empecé a decir y las palabras se quedaron en mi garganta, y sentí una extraña oleada de terror cuando vi que él se acercaba a mí y se inclinaba.

Quería salir corriendo como esos dibujos animados, donde quedaba la marca del cuerpo del personaje a través de la pared.

Pero creo que el pánico impidió que me moviera, casi ni respiraba cuando Sebastián se acercó más y más a mí, apoyando sus manos en el tope de los lavamanos, y acercando su cara a mi cuello.

Pensé que iba a susurrarme algo, posiblemente algo desagradable, pero no salió ninguna palabra, sino que escuchaba su respiración ajetreada, y ligeramente la punta de su nariz en mi piel.

Yo coloqué mis manos delante de mí intentando protegerme, y cuando me alejé involuntariamente, Sebastián pareció darse cuenta y reaccionaba.

—Respóndeme, ¿por qué tienes esa ropa?—l prácticamente me demandaba.

—Es mi uniforme... —

—No puedes salir así... de ninguna manera— decía firme y yo la miraba, perdida.

Él me detallaba, especialmente mi pecho que prácticamente no cabía en la camisa, apretado en este uniforme que no era de mi talla. De repente, suspiró como si hubiese tomado una decisión.

Y lo que hizo a continuación… fue aún más extraño de todo lo que había pasado en los últimos segundos. Vi prácticamente en cámara lenta como él se quitaba su chaqueta y luego iba a su camisa, desabotonando con precisión.

Yo ahora no sabía qué pensar, no había ninguna razón lógica para que este alfa que tanto me odiaba estuviera... desnudándose delante de mí en este baño. Podía ver sus tatuajes, su piel perfecta y bronceada, algunas cicatrices, y era perfecto.

Sus brazos tenían venas que le sobresalían, sus músculos marcados, sus tatuajes de lobos y otras figuras. Era alto y yo tenía su pecho casi en frente de mí. Y podía decir, con toda la seguridad, que era un espécimen increíble.

Y cuando terminó, me observaba, tenía la camisa abierta y abajo una camiseta. ¿Cuáles eran las intenciones de este hombre?

—Quítate tu camisa... — me dijo simplemente.

—¿Perdón?— pregunté escandalizada.

—Te dije que te quites tu camisa... — decía con una voz autoritaria. ¿Quería que me… desnudara? ¿Se querría reír de mí?

—Yo no…. — dije y la molestia crecía dentro de mí.

—La camisa no te queda, te dije que no vas a salir así... — decía y lo escuchaba gruñir.

—Es mi uniforme y yo... — empecé a decir cuando vi que rápidamente sus manos fueron al cuello de mi camisa, yo empecé a empujar sus manos, pero en segundos él había jalado la tela, abriendo mi camisa de golpe, rompiéndola y los botones salieron por los aires.

—¿Qué demonios?— grité y sentí como mi cara se enrojecía. Rápidamente, tapé mi cuerpo con mis brazos, mientras literalmente caían los pedazos de la camisa.

Quedé ahí como una tonta, totalmente expuesta y semidesnuda en mi ropa interior. Sentí frío y como mi cuerpo temblaba mientras él me observaba. Sentía que quería llorar. Él no me quitaba los ojos de encima y me detallaba, mientras yo cubría mi pecho y mi abdomen como podía.

—¿Por qué...?— le pregunté casi tartamudeando y volvía a verme a los ojos.

No me respondió, sino que se quitó su camisa, coloco una mano en mis brazos, y me ayudó a ponérmela mientras yo hacía todo lo posible para ocultar mi cuerpo.

Después la abotonó con dedos temblorosos, sin dejar de verme, hasta el último botón de la camisa, como si no quisiera que nada de mí se viera. Yo podía sentir el calor que irradiaba su cuerpo y un perfume que no podía describir.

Su camisa era grande y prácticamente me quedaba con un vestido, y cuando él procedió a bajar el cierre de mi falda, yo entré en pánico, él estaba cruzando un límite el cual yo no estaba dispuesta.

—¡Déjame!— le grité y él me observó sorprendido, pero volvió a ir a mi falda, y yo ahora golpeaba sus manos.

—¡Solo estoy tratando de ayudarte!— me dijo prácticamente ofendido.

—¡Yo no necesito de tu ayuda!— grité.

Parecía haberse molesto, pero igual seguía determinado. Prácticamente, me contuvo mientras habría el cierre de mi falda ligeramente y podía sentir sus manos colocando la camisa dentro. Yo forcejeaba peleando con él, sintiendo sus manos en mis caderas y levemente mis piernas, hasta que él volvía a acomodar la falda.

No tenía ni que verme al espejo para saber que sin duda la camisa de él me quedaba lo suficientemente grande para cubrirme bien, y que inclusive cubría más que mi falda. Estaba… correctamente vestida, mejor que mi uniforme.

Yo lo miraba y él se quedaba otra vez ahí, observándome sin decir nada.

—¿Por qué has venido hasta aquí?— pregunté y lo veía tragar saliva, parecía querer decirme algo, pero no encontraba las palabras.

Y yo... quería estar lo más lejos posibles de él y tenía muchas cosas que hacer, entre las cuales atenderlo a él y a sus amigos alfas como si fueran unos príncipes.

—Este es el baño de mujeres... no deberías estar aquí— le dije, pero él no se movía, parecía atornillado al piso.

Así que en lo que él dio un paso hacia atrás, yo me moví y me acerqué a la puerta. Y pude respirar cuando salí y él no venía detrás de mí.

¿Qué demonios sucedió hace un momento? Tenía la camisa de él… ahí como si nada, ¿por qué lo haría?

Llegué a la cocina prácticamente hiperventilando y no tuve tiempo de ni siquiera tomar aire.

—¡ Tati! Necesita más ayuda en las mesas... — me decía Mariela.

Decidí que lo mejor era ponerme manos a la obra. Estuve un rato yendo y viniendo entregando cosas a las mesas, pero sentía que las rodillas me temblaban cuando me acerqué a la mesa de él.

Sebastián estaba justamente sentado junto al Alfa Marco, y a otros alfas inmensos. Intenté calmarme lo más que pude, pero la situación en el baño me había dejado al borde de los nervios.

En cuanto me acerque a ellos, todos se pusieron tensos y me miraban.

—Estos humanos realmente son inútiles…— escuché a Marco decir y ahora mis manos temblaban cuando colocaba los platos, tanto que cuando coloque el plato de Sebastián, chocaba con la mesa.

Me asombré mucho cuando vi que la mano de él se cerraba en mi muñeca como dándome estabilidad. Supongo que no querría pasar vergüenza delante de los demás alfas si yo hacía alguna torpeza en este momento.

—Gracias... — me dijo un solo Alfa de cabello largo y aspecto recio, y yo ni pude responderle de los nervios que tenía.

Todos en el equipo de restaurantes estábamos ansiosos, pero yo era la única que sabía lo que ellos eran: criaturas peligrosas, volátiles y letales.

Y yo pensé que los incidentes habían terminado, pero al poco tiempo, Marco descaradamente tiró unas copas al piso.

—Pero que torpe eres humana... deberías atendernos mejor... debe ser que no puedes ni moverte— dijo y escuché algunos gruñidos.

Yo me coloqué en el piso, con cuidado, recogiendo los pedazos de vidrio para que nadie se hiriera. Tomando uno me corté, y cuando me levanté, Sebastián tenía una mirada como si lamentara lo que había sucedido.

Pero ni él ni nadie había hecho nada para evitarlo. Como siempre.

—Bueno... eso ha sido extraño. Debo decir que son muy atractivos, pero bastante descorteses— me dijo Mariela con un suspiro.

—¿Te hicieron algo?— Pregunté preocupada mientras nos cambiábamos de ropa en nuestro baño.

—No... solamente se quejaron del servicio un par de veces, pero ¿a dónde más podrían ir?— me dijo ella con una sonrisa y yo agradecí que parecía haber sido la única a la que ellos habían tratado realmente mal. Nos despedimos y mientras yo guardabas las cosas me di cuenta de que tenía la camisa de él.

No pude evitarlo y le acerqué a mi nariz. Tenía un olor fantástico... no sé qué perfume era, pero era increíble.

Era ya bien tarde cuando iba de salida y me percaté que los alfas se habían quedado en una sala que a veces teníamos para eventos particulares. Y yo no quería acercarme, pero igualmente escuché a lo lejos.

—Veo que tuviste un reencuentro con la tonta humana que arruinó a tu manada— decía una voz maliciosa y yo me quedé petrificada.

—Sí, supongo que se mudó aquí— escuché la voz de Sebastián.

—Si ella hubiese estado en mi manada, los Razzio… ya estuviera muerta— decía Marco, y escuchaba gruñidos.

—Cada manada es independiente y decide lo que cree que es mejor— escuché la voz de otro Alfa y me pareciera ser el de cabello largo que me agradeció. Escuché algunos bufidos y luego, silencio. Pero Marco hablaba de nuevo, parecía querer insistir en hablar sobre mí.

—¿Eran ideas mías o la chica gordita olía a ti?—

—Yo... ella me pidió ayuda y por eso de haber quedado mi olor— decía Sebastián.

—Se ve que es bastante torpe. Pero bueno, es mejor preocuparnos menos de los humanos, tenemos temas más importantes como el ataque rouge y atender al Concilio, ¿no lo creen?— decía marco y yo salía de ahí.

Y ya me disponía a caminar hasta casa cuando escucho una voz.

—Tati…— y cuando volteé era Sebastián.
Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo