Dylan la miró con sus ojitos amoratados, cargados de reproche. Estaba claramente molesto porque había roto su promesa. El corazón de Rubí se estrujó. Trató de contener las lágrimas y, con la voz entrecortada, le dijo:
—Todo fue culpa de mamá. Mamá lo lamenta de verdad. Si no comes… mamá se sentirá desconsolada.
Dylan levantó la cabeza un instante, con expresión preocupada. Pero al notar que Rubí lo observaba, bajó la mirada de inmediato y se cubrió los ojos, fingiendo que no la había mirado.
Ese gesto, por pequeño que fuera, le devolvió a Rubí un hilo de esperanza. Con manos temblorosas, acercó la bandeja, tomó una cuchara y comenzó a darle de comer.
El niño abrió la boca una y otra vez, obediente, dejándose alimentar.
Rubí soltó un suspiro de