Los dos se habían enamorado a primera vista. Sin embargo, ¿cómo podía una sirena amar a un humano? Estaban destinados a ser amantes desdichados, y el hombre, obligado por las circunstancias, terminó casándose con otra mujer. Desde entonces, la sirena yacía cada día sobre el arrecife, observando a la multitud pasar, esperando inútilmente a su amado. Día y noche lo anhelaba, pero jamás volvió a verlo.
Cada jornada derramaba una lágrima que caía sobre la roca. Con el tiempo, esas lágrimas se acumularon, hasta que, agotada y sin fuerzas, vertió la última. Entonces desapareció, y en el arrecife quedó un zafiro en forma de gota, tan transparente y misterioso como sus lágrimas. Se decía que, al mirarlo fijamente, algunas personas especiales podían ver en su interior el mar, las estrellas y las olas.
El joven, al enterarse de la desaparición de la sirena, huyó de su casa y encontró aquel zafiro. Desgarrado por la pérdida, lo sostuvo entre sus manos y, al hacerlo, sintió el dolor de ella atrav