Capítulo 3: Un senador deslumbrado

Llega a penas unos diez minutos tarde, la enorme reja metálica se abre, la seguridad la revisa y le pide su identificación, todo va bien hasta ese momento, cuando uno de los guardias mira el costado de su auto y le dice lo evidente.

—Aquí la chocaron.

—No me diga… —las palabras salen con tanto sarcasmo, que el hombre se encoje y sigue revisando.

—Puede pasar, está limpia —sentencia otro y ella lo agradece, porque está comenzando a dolerle el cuello.

—Gracias —sisea molesta y sigue el camino hasta la casa.

Cuando se estaciona frente a la entrada principal, ve al senador y se queda sorprendida, porque esperaba que fuera alguien mayor. Se dedicó a leer la vida del senador, pero pasó por alto las fotografías y la fecha de nacimiento, porque eso no le interesa, sin embargo, es evidente que se equivocó de no hacerlo.

Es un hombre de unos treinta y cinco años o menos, alto, pero no tanto como el destructor de autos, de cabello castaño y unos ojos oscuros penetrantes… pero no como los del irresponsable que la chocó, ese que no ha dejado de pensar.

Camina con elegancia hacia él, le da la mano que él le extiende y se fija que el hombre está mirando su auto, para luego verla con los ojos abiertos.

—¡Sí la chocaron! —dice espantado.

—Se lo dije… —pero no puede continuar su reproche, el senador se salta todos los protocolos y se acerca a ella, toma su rostro entre sus manos, para ver si tiene alguna herida—. Estoy bien.

—Puede ser la adrenalina —asegura serio—, vamos adentro.

La toma de la mano, pero por una razón que Giselle no consigue entender, para él no es suficiente, así que la toma entre sus brazos y la lleva adentro. Otro hombre, que seguro es su asistente, toma el bolso y la carpeta que ella lleva entre sus manos, se encarga de despejar un sofá victoriano precioso y mueve las manos como si estuviera dirigiendo el tránsito.

En menos de un minuto, hay un bolso marrón oscuro en la mesita de centro donde el senador se ha sentado, también llega agua, analgésicos y sin pedirle permiso, el senador comienza a revisarla.

—¡¿Qué hace?! —le dice ella cuando le apunta con una linterna pequeña a los ojos—.

—Antes que senador, soy doctor y usted acaba de tener un accidente, señorita Sparks.

—Puedo ir a la clínica luego…

—No —le dice con el ceño fruncido—, debió hacerlo en lugar de venir para acá, ha sido una irresponsable — ¡y tiene el descaro de regañarla cuando él fue quien no creyó en primer lugar!—.

—Me temo que no entiendo, señor…

—Llámeme Evan.

—No entiendo su preocupación ahora, Evan —dice ella tratando de no golpearlo cuando le pone las manos en el cuello y lo mueve—. Fue usted quien no creyó acerca de mi accidente cuando me llamó molesto por hacerle perder su tiempo tan valioso… y lo sigo haciendo, al parecer.

—Cuidar de un paciente nunca será una pérdida de tiempo —le toma la muñeca para ver sus pulsaciones y luego le coloca un tensiómetro—. Creí que era una excusa, porque usted no quería venir, en primer lugar.

La mirada del senador se cruza con la de ella y Giselle puede ver verdadera preocupación en el hombre, aunque no entiende la razón, si apenas se conocen.

Lo deja hacer su trabajo en silencio, solo porque le parece interesante que un médico terminara de senador y además ahora tenga problemas para relacionarse con las personas, aunque lo suyo responde a un problema de escándalos de su partido, aun así, ese hombre es como una momia, demasiado seco con el trato a los demás.

Pero no se ha dado cuenta que ella es la excepción.

Cuando termina de examinarla, se gira y toma dos cápsulas de la mesa, le extiende el medicamento, un vaso de agua y ella los recibe sin chistar.

—Puede ser que presente estrés postraumático, ese golpe de su auto se ve bastante feo. Aunque no se golpeó la cabeza, debemos estar atentos al resto de su cuerpo. Llámeme si eso llega a pasar.

—Gracias… pero no creo que sea necesario — ella se sienta y lo mira directo a la cara, ahora le toca a ella hacer su trabajo—. Creo que debemos comenzar con nuestra reunión de trabajo.

—Aceptaré todas las condiciones que usted quiera —Giselle no entiende ese cambio de actitud, se queda con la boca abierta, mientras Evan sigue hablando—. Si quiere que uno de sus colaboradores me acompañe, no me opondré… siempre y cuando usted y yo tengamos una reunión mensual, como mínimo… y me ayude con las dudas más importantes.

—Cla—claro… — no puede ocultar su sorpresa, porque ese hombre se escuchaba prepotente, altanero y déspota por teléfono—. ¿Firmamos?

—Por supuesto —el asistente del senador le alcanza la carpeta a Giselle, ella busca el contrato y se lo entrega a Evan, quien lo firma sin siquiera leerlo—.

—¡No lo leyó!

—No lo necesito —le sonríe con tanta sinceridad, que ella de verdad no entiende la diferencia abismal de su investigación y ese hombre—, estoy seguro que si viene de usted, no hay nada oscuro ni letras chicas que me vayan a causar perjuicios —Giselle saca la copia y se la entrega—. Mis hombres la llevarán a su casa, necesita descansar.

—No se preocupe, me iré en mi auto hasta la empresa… — le dice como si nada, mientras guarda el documento—.

—Como su doctor, le ordeno que se vaya a casa a descansar, un equipo de seguridad la acompañará.

—¿Un equipo? Eso me suena a que irá un séquito de hombres escoltándome y no es necesario, no soy alguien importante —le dice ella con diversión, porque ni su padre las trató a ella y su hermana menor con tanto cuidado—.

—Puede que para el resto de los mortales no lo sea… pero para mí sí lo es —Evan se aclara la garganta y se pone de pie—. Es mi nueva relacionadora pública, la necesito a salvo de accidentes y otras cosas, porque mi imagen depende de usted ahora.

—No creo que sea así… — ella se pone de pie también—.

—Lo es, se lo aseguro.

Tras una breve despedida de manos, Evan la acompaña a uno de los autos de su propiedad, donde un chofer espera por ella. Otra camioneta está preparada detrás de esa y Evan la ayuda a subir, le cruza el cinturón de seguridad y ella se queda sorprendida.

—Me siento como una niña pequeña y regañada.

—No es un regaño, es mi manera de decirle que lo siento, debí creerle cuando me dijo lo del accidente, debió irse al hospital —le toma las manos unos segundos, le sonríe y luego se aleja—. Estamos en contacto, señorita. Espero a su colaborador mañana, en mi despacho, a las nueve.

—Allá estará, gracias por atenderme y por su confianza en nuestra empresa…

—Se equivoca, señorita Sparks, mi confianza solo está puesta en usted. Espero que descanse, fue un placer ocuparme de usted.

Cierra la puerta, se aleja un poco y los autos parten con rumbo a la casa de Giselle. Liam, el asistente del senador, se acerca a él y le entrega un recado.

—Esa mujer tiene un aura de inteligencia que no se percibe en el teléfono —dice Evan, sin dejar de mirar los vehículos—.

—Si fue capaz de dejar de lado su integridad por cumplir su cita con usted…

—Corrección, mi estimado Liam, ella no vino para cumplir, ella vino porque consideró mi falta de credulidad un desafío… y lo ganó.

—Y creo que no es lo único que ganó, señor —Liam mira a su jefe y este sonríe mientras ve los vehículos dejar su propiedad—.

—No te equivocas, Liam —ve a su asistente, toma la nota y suspira cuando la lee—. Asegúrate de tener ese espacio mensual, idealmente a esta hora y con almuerzo de por medio.

—¿En algún restaurante?

—No, aquí. No quiero que nadie se entere de mis intenciones con la señorita Sparks —camina a la casa y Liam lo sigue de cerca—. Llama a los Hunter, diles que confirmo la reunión en su oficina a las dos de la tarde.

—Como usted diga señor.

Ambos se pierden en el interior de la casa, mientras que en aquel auto Giselle no deja de mirarse las manos, las mismas que el senador tomó hace unos minutos.

Le pareció un trato cálido, delicado y mucho más allá de su vocación de doctor.

Esos bellos ojos oscuros se le quedan en la mente unos minutos más, hasta que son opacados por esos ojos grises.

—Señorita —el hombre que va de copiloto le interrumpe sus cavilaciones—, su auto será remolcado al taller mecánico que revisa los autos del senador Smith.

—Eso no era necesario, el hombre que me chocó debía hacerse cargo de los daños…

—El senador se siente en deuda con usted, deje que se encargue. Seguro para mañana ya lo tendrá fuera de su casa.

Una sonrisa cordial es lo último que ve del hombre y todo vuelve a quedar en silencio, hasta que recuerda que su teléfono se quedó en su auto. Deberá esperar llegar a casa para informarle a Tomy lo que le sucedió, debió hacerlo en cuanto se subió de nuevo a su auto, pero estaba tan molesta en ese momento y todo empeoró con la llamada del senador.

—Dos hombres avasalladores en menos de una hora… — se dice para sí misma—. Que suerte más extraña tengo.

Apoya la cabeza en el respaldo del asiento, cierra los ojos y deja que el trayecto pase como tenga que pasar, ya en casa podrá retomar sus actividades sin problema.

Si es que aquellos ojos grises la dejan.

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