MARÍA MURILLO
—Se lo merece… —contestó Daniel, pasando de apresarme contra la pared a abrazarme, haciéndome sentir como un oso de peluche entre los brazos de un niño—. Nos lastimó a todos, ¿no es lo justo?
—¿Lo harás? —pregunté con temor. No me importaba el destino de Celeste, pero sí el de Daniel, no podía perder todo lo que había logrado por culpa de esa mujer.
—No, tenemos otros planes para ella, que no te puedo decir por tu propia seguridad. Entre menos sepas de lo que ocurrió hoy, mejor —agregó desilusionado antes de verme a los ojos—. Te dije hace unos días que deseaba que me dieras tu corazón, ¿lo harás?