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El avión estaba a punto de llegar a su destino. Ahora, humeante y destrozado, se encontraba en los límites de una de las Islas Coronado, a unos pocos kilómetros de la ciudad de San Diego.
Los turistas voluntarios que merodeaban por la zona y las autoridades que no tardaron en llegar se dedicaron a buscar sobrevivientes, aún cuando era poco probable encontrarlos.
Y efectivamente, casi todas las personas que venían en el avión, yacían sin vida en sus alrededores. Sólo habían encontrado a uno que otro con pulso débil, moribundo. Una de las turistas que había participado activamente en el rescate, incansable, rodeó el colosal avión. Desesperanzada, buscó entre los escombros men