—¿Qué demonios haces aquí? —espetó Caroline con la voz envenenada.
Rachel, sin embargo, no se amedrentó, sino que continuó caminando hasta detenerse a solo un metro de distancia. Sentía la adrenalina fluyendo por sus venas, mientras la rabia y el desprecio se mezclaban en su interior.
—¿A qué más? A detenerte —respondió Rachel con voz firme y desafiante—. No voy a permitir que sigas engañando a todos con tus mentiras. Esto se acaba aquí y ahora.
Caroline la miró con las cejas en alto y una expresión desdeñosa, antes de acercarse a Rachel hasta que sus rostros estuvieron a unos cuantos centímetros de distancia, con los ojos llameando de furia.
—No sé qué es lo que insinúas —murmuró Caroline y sonrió de lado—. Pero tú no eres nadie para decirme qué hacer. Este es mi momento y no voy a dejar que lo arruines.
Rachel respondió imitando su sonrisa, sin retroceder ni un milímetro.
—¿En serio piensas que puedes manipular a todos a tu antojo? —inquirió, con la voz temblando ligeramente—. Tengo