Pasaron un par de horas y ya oscurecía, Débora aún no había llegado y Daniel empezaba a preocuparse. Preguntó al servicio, pero estos no sabían nada, sólo pudieron informarle que había salido sola.
-¿Caminando? – preguntó intrigado Daniel
-Supongo que sí señor – aclaró José- pues mi hijo Martín tiene el día libre, y no ha pedido ningún coche.
-¿Saben si alguien la ha recogido? –
Nadie del servicio pudo responder a esa pregunta. Llamaron a los porteros y estos informaron que la señora salió caminando.
-¿Y nadie fue capaz de preguntarle a donde se dirigía?
-Señor…. –
Los porteros se excusaron como pudieron. Ellos si eran plenamente conscientes de que no tenían potestad para preguntar a la dueña, o a la esposa del dueño donde iba, al parecer a Daniel se le escapaba ese punto. Obviamente nadie osó contradecirlo, otra vez parecía enfadado. Otra vez el fantasma de los celos y el miedo a que se hubiera ido empañaron la razón de Dan, empezó a imaginarse lo peor y se intranquilizaba más y