Franco cerró la llamada y se quedó estático por un momento.
—¿Papi? —Ashley se acercó a él y le jaló la punta de la camiseta, para poder captar su atención.
—¿Sí? —balbuceó ido. Parpadeó varias veces para salir de su trance y miró a la pequeña con dulzura.
—Te quedaste parralizado, papi.
—Se dice pa-ra-li-za-do —corrigió sin dejar de sonreírle.
—Eso dije, papi. Tengo hambre —desvió el tema y se sentó en la mesa a esperar que este le sirviera.
Después de desayunar, Franco se puso el único conjunto de pantalón fino con saco que tenía; se enganchó su mochila vieja encima y caminó junto a su niña en dirección a la escuela.
Cuando llegaron, se detuvo a una distancia prudente para enviar a Ashley a ponerse en su fila sin ser visto. No quería encontrarse de nuevo con Daniela, puesto que se sentía avergonzado delante de ella.
—¿No vas a saludar a la profe Dani? —le preguntó Ashley antes de irse a formar.
—Llevo prisa, mi amor —mintió.
—Es decir «hola» y ya; no tienes que ser exagerado, papi.