Teo acomodó a Hannah sobre sus piernas, atrayéndola todo lo que podía hacia sí, y apoyó el mentón en su hombro, mientras la abrazaba por el abdomen. Tenerla tan cerca era lo único que lo ayudaba a mantener la calma.
Toda su familia estaba reunida en la sala. Sus padres, su hermano y su cuñada, junto al tío Giovanni y la tía Mia, hablaban con entusiasmo. Sin embargo, él no alcanzaba a seguir la conversación.
—¿Se durmieron? —preguntó, refiriéndose a sus hijos.
Su esposa y su madre habían llevado a los mellizos a dormir la siesta unos minutos antes; los pobres apenas podían mantener los ojos abiertos. Ninguno de los dos conseguía mantenerse despierto durante todo el día y, si no descansaban antes del mediodía, se volvían irritables y terminaban llorando por cualquier cosa.
—Así es, aunque no sin un poco de guerra. Casi parecía que los estaba obligando a dormir.
—Les encantan las visitas.
Hannah sonrió.
—Y ser el centro de atención. ¿Me preguntó de quién lo habrán heredado?
Teo rio y l