Capítulo 7

Caricias apasionadas que recorrían cada parte de su cuerpo, miradas intensas que quemaban como el fuego, ojos negros penetrantes que consumían su alma, piel morena, hermosa, besada por la luz del sol…aullidos de lobo que parecían cantar en aquella súplica a la luna.

Arlina despertaba de aquel húmedo sueño, el sudor perlaba su frente, se sentía fuera de control, no había olvidado aquel evento en el bosque, aun sentía las apasionadas caricias de Jacobo sobre su piel, como si se hubiesen quedado grabadas en ella, quemándola a flor de piel, sumergiéndola en un abismo de bajas pasiones que nunca antes había experimentado y que la sobrecogía.

Levantándose de la comodidad de su cama, la hermosa albina camino hacia la terraza de su alcoba, el gentil viento matutino acariciaba su rostro con suavidad, el olor a los pinos del bosque llegaba hasta ella logrando tranquilizarla, aquel apasionado sueño con Jacobo, había logrado que su corazón latiera con fuerza, amenazando con escapar de su pecho ¿Hasta dónde podrían haber llegado de no haberse detenido en aquel momento? No lo sabía y tampoco estaba segura de querer averiguar, nunca antes había hecho nada ni remotamente parecido con nadie, tener sexo mucho menos, ni siquiera era algo que le importara… hasta ese momento…sin embargo, la idea de hacerlo con él, con Jacobo, no le parecía desagradable, incluso, sentía el deseo de ir más allá, pero sabía que aún no era el momento.

El sonido de la puerta abriéndose logró fastidiarla de inmediato, Alejandro había cambiado la cerradura de su alcoba y solo él tenía las llaves en su poder, se había olvidado de colocar una silla para atorar la entrada la noche anterior y ahora mismo su infame prometido se acomodaba a su lado mirando en dirección al bosque.

– ¿Se te ofrece algo? – cuestionó Arlina sin mirar a Alejandro.

– ¿Desde cuándo lo ves? – cuestionó Alejandro con rencor recordando el aroma del heredero Artigas sobre su prometida.

– Disculpa, ¿Pero de quien hablamos específicamente? Yo veo a mucha gente – respondió Arlina con sarcasmo.

– No te hagas la tonta, sabes de quien hablo, hoy no estoy de humor para tus estupideces – dijo Alejandro acercándose peligrosamente hasta la hermosa albina.

Miradas intensas de pasión y rencor de dibujaron en los rostros de ambos, uno con deseo, la otra con odio, aquel compromiso, un futuro matrimonio que estaba destinado al fracaso…a la infelicidad.

– No me llames tonta, si te refieres a Jacobo Artigas, grábate esto en la cabeza, hablaré con quién yo quiera hablar, me tienes harta, no soy tu m*****a propiedad, aunque te guste creer que si lo soy – dijo Arlina desafiando a Alejandro.

Alejandro tomó entre sus dedos le delicada barbilla de la albina, aquellos ojos violeta que lo miraban con odio tenían un brillo especial en ellos, un brillo que no había visto en ella antes…los celos comenzaban a consumirlo, admirando la gran belleza de la albina, Alejandro acercó su rostro hasta el de ella, mirando aquellos pequeños y perfectos labios sonrosados, sintió su sangre hervir de ira al saber que otro los había besado, no lo soportaba, aquel sentimiento que lo consumía, quería hacerla suya, tomarla para siempre y no compartirla con él mundo, Arlina debía ser solo suya, solo él la merecía, y no perdonaría al heredero Artigas por haber tomado su primer beso.

Arlina se había quedado paralizada ante aquel repentino acercamiento, mirando a los profundos ojos de océano de Alejandro, pudo ver aquella desbordante pasión en ellos, aquel amor que juraba por ella…y un inmenso sufrimiento también, y, aquello, la desconcertaba.

Posando sus labios sobre los de la hermosa albina, Alejandro sintió una poderosa electricidad recorriendo su cuerpo, quería besarla para siempre, que Arlina le correspondiera aquel beso como seguramente se lo había correspondido al mal nacido de Artigas, sin embargo, sus labios tibios y suaves permanecieron inmóviles.

Un terrible dolor sacudió a Arlina logrando derribarla sobre el suelo, aquella marca en su cuello dolía, ardía…la estaba quemando, corriendo al espejo de su alcoba, pudo ver que aquella cicatriz dejada por Jacobo, se había enrojecido, era como una brasa al rojo vivo sobre su piel que la estaba lastimando, su pecho, también comenzaba a doler como si fuese a darle un infarto, ¿Qué estaba pasando?

Alejandro apretó sus puños con fuerza…aquella marca era y sería una maldición en medio de él y Arlina, una que a toda costa debía borrar, la marca de un Alfa, aun cuando este fuese solo un cachorro, era en realidad, una especie de hechizo que sólo los lobos podían otorgar…los alfa, más específicamente, un legado hereditario que se usaba para marcar a una hembra como la propiedad de un macho, si esta, de alguna manera faltaba a su pacto y tocaba o era tocada por otro macho, recibiría dolor como un castigo…si la hembra copulaba con otro…moriría irremediablemente…junto al hombre que la marcó, Jacobo Artigas debía estar atravesando el dolor del vínculo, ambos, unidos por el lazo de la marca y el amor, no podrían tener otras parejas, el amor entre lobos era algo poderoso e inquebrantable, siempre prometidos a su hembra…y ella a él, si tomaba a Arlina por la fuerza, la mataría, y el heredero Artigas moriría para seguirla, existiendo juntos en la eternidad, la inmortalidad del hombre lobo no era completamente cierta, si bien, no podían morir por armas, fuego o un interminable etcétera, si podían morir por amor…por la pérdida de su marcada o su traición, él lo sabía, por ello, debía tomar a Arlina bajo la luz de la luna de sangre para reescribir aquella marca incompleta que aún podía eliminarse, haría a la hermosa albina suya la noche esperada en el mismo sitio donde el heredero Artigas la marcó siendo un niño, y entonces, pondría su propia marca sobre ella y cuando aquello ocurriera, ya nadie podría separarlos…jamás.

– ¿Qué me está pasando? – cuestionó Arlina a nadie en especial para luego perder el conocimiento debido al dolor, sin tener tiempo de reprochar a Alejandro lo que había hecho.

En la mansión Artigas, Jacobo sentía su cuerpo arder de dolor, alguien la había besado, alguien se había atrevido a poner su suciedad sobre su elegida, y ese alguien, no podría ser nadie más que Alejandro O’Neill.

– Maldito seas O’Neill – dijo Jacobo sintiendo su cuerpo dolerse.

La piel morena de Jacobo se iba poco a poco cubriendo de pelo, hermoso pelaje grisáceo, casi plateado, sus ojos negros se volvían azules con negro, un poderoso aullido salía de la garganta de aquel hermoso lobo Artigas, en un rugido feroz, Jacobo saltaba desde la altura de su balcón en busca de Arlina, aullando de nuevo, una vez más hacia su reclamo sobre la hermosa albina, Arlina le pertenecía a él y solo a él, Alejandro O’Neill debía pagar su atrevimiento.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo