Un amor XL para el CEO (La precuela)
Un amor XL para el CEO (La precuela)
Por: Sunflowerfield
1. ¿Ya te marchabas, sin desayunar?

Un mes después de que su esposa lo hubiera dejado, George Anderson despertó acompañado aquella mañana, se incorporó, quedando sentado en la cama y observando el cuerpo robusto de aquella mujer a su lado.

Una hermosa cabellera roja caía sobre su espalda, tan atractiva que tuvo que contenerse para no llevarse uno de esos rizos rojos a la nariz y oler su aroma.

Los recuerdos de la noche anterior todavía estaban borrosos, hablaron mucho, bebieron mucho más y, como si el exceso de alcohol y la soledad predijeran lo que iba a ocurrir entre ellos, terminaron enredados entre las sábanas.

George se llevó la mano a la frente intentando calmar la presión que sentía, pasaba de los cuarenta años ya y la resaca no era benevolente con él.

¿Por qué debería serlo? Si la vida misma le cobraba un alto precio por su éxito. En él aquello de afortunado en el juego desafortunado en amores era más bien una ley no escrita.

Era un hombre de éxito en los negocios, tenía suficiente dinero como para que sus herederos no tuvieran que trabajar por al menos diez generaciones y una gran empresa multinacional pionera en hardware y software, pero eso no había impedido que su esposa lo dejara por alguien más joven y no solo eso, en su opinión, un timador que ya había enganchado en sus negocios a algunos de sus amigos.

Negó con la cabeza, no debía pensar más en eso, era el momento de demostrarle a su exesposa lo mucho que se había equivocado, que sin él no era nada y que él podría hacer a cualquiera brillar tanto como ella, que Leticia no era especial, pero cualquier mujer podría serlo si él estaba a su lado.

George se levantó con cuidado de no despertar a su amante de una noche y salió de la habitación para bajar las escaleras en dirección a la cocina.

Se tomó un analgésico, le pidió a la cocinera que subiera un copioso desayuno a su habitación y se ocupará de que su invitada no desapareciera sin que él hubiera hablado con ella.

Después de aquello, se dirigió al estudio para ducharse, cambiarse de ropa y así no despertar a Marjorie mientras él se daba tiempo para urdir el plan perfecto, esa mujer era lo que tanto había esperado para devolverle el golpe a su exesposa.

Marjorie se removió entre las sábanas de la cama donde se encontraba, el dolor de cabeza hacía que deseara maldecir, más eso no fue lo que hizo que se levantara de la cama con la respiración agitada y el corazón latiendo con fuerza.

Algo estaba mal y era la ausencia del peculiar sonido del llanto del pequeño Ian reclamando atención por la mañana.

“M****a”

Maldijo en su mente mientras el miedo se iba apoderando más de ella al ver que había despertado en otra habitación que no era la suya, los recuerdos de la noche anterior empezaron a llegar a su mente, llenándola de vergüenza, haciendo que ella se diera cuenta de su desnudez, tomando la sabana que había a un lado de ella y así poder cubrir su cuerpo desnudo.

El sonido de la puerta abriéndose hizo que ella volviera a dejar caer su cuerpo sobre la cama y así poder cubrirse de pies a cabeza. Fingiendo estar dormida.

Aun así se las ingenio para ver a la persona que había entrado casi soltando un suspiro de alivio al ver que era una doncella del servicio y no la persona con la que había pasado la noche.

Al ver que la mujer seguía dormida, la sirvienta simplemente dejó la bandeja de comida en una mesa cerca de la cama y se marchó de allí sin hacer ruido.

Una vez la doncella se fue, Marjorie no tardó nada en levantarse y buscar su ropa.

Se suponía que había ido a ver a George Anderson para contarle sobre Ian, no para….

—Marjorie deja de pensar en esas cosas y apúrate a encontrar tu ropa y salir de aquí— se recriminó a ella misma, vistiéndose de manera descuidada para salir huyendo de ahí. El pasillo parecía desértico y gracias a dios la escalera hacia la parte baja estaba cerca del cuarto. Estaba por huir cuando la puerta de la habitación a un lado de la escalera se abrió, haciendo que ella volteara a ver de quien se trataba encontrándose con un buen par de ojos azules que hicieron que el color rojo fuera el que cubriera todo su piel.

—George,,, Yo… Bueno…

Marjorie de pronto se encontró petrificada en su lugar y sin saber conectar ningún tipo de palabra coherente y es que ese hombre, tenía no solo los ojos más lindos que ella hubiera visto, sino que a pesar de su edad poseía un encanto que hacía que mujeres como ella les temblaran las piernas.

— ¿Ya te marchabas, sin desayunar?— Preguntó George con una sonrisa ladeada en los labios — Yo que te hice llevar un buen desayuno y ahora venís a desayunar contigo.

El hombre se había aseado y arreglado, algo cómodo para estar por casa, pero no desarreglado, un polo azul que resaltaba sus ojos y unos pantalones negros cómodos.

“Por todos los diablos. ¿Por qué tenía que tener unos lindos ojos, George?”

Se preguntó Marjorie mientras se obligaba a tranquilizarse y sonreírle de vuelta, pero no solo tenía lindos ojos. La sonrisa que le había dedicado hizo que ella deseara suspirar, pero no lo haría. Lo que sí haría sería responder su pregunta.

—Bueno, es que no quiero quitarte más tu tiempo…

“Suficiente con compartir toda la noche”

Se recriminó ella, llevándose un mechón de su cabello rojizo tras su oreja de manera coqueta sin que pudiera evitarlo y no es que tampoco actuará de manera precipitada. Los hombres tendían a decir que les coqueteaba solo con la mirada, pero simplemente era su forma natural de ser.

— Acompáñame, tengo una oferta que hacerte y no podrás rechazarla, al fin y al cabo creo que ayer viniste a buscar trabajo y tengo algo muchísimo más provechoso que eso para ti.

Tras decir aquello, simplemente caminó hasta el interior de la habitación esperando a que ella le siguiera observando que la sirvienta había dejado la bandeja de comida en una mesa que él tenía a un lado de la habitación.

Ella no dijo nada, simplemente suspiro caminando tras él.

George acomodó un par de sillas y se giró a observar a la mujer, haciéndole una señal para que se sentara en una de ellas mientras se sentaba él en la otra.

— Vamos, debes tener hambre, yo estoy muy hambriento, hicimos mucho ejercicio anoche.

—La verdad es que si tengo hambre— mencionó ella sirviéndose un poco de huevo y fruta picada en un plato—No puedo quejarme, hacía mucho que no hacía cardio de esa manera, no me quejaré.

George llevó hasta sus labios una fresa comiéndola.

— Pero hablemos de ese trabajo que tienes para mí.

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