El hecho era que, ya no había manera alguna de tratamiento.
Leonardo ya no podía sentirse tan relajado como cuando le había dado el medicamento a Andrés, ahora... ¡lo hacía sentir tan culpable…!
Él había ayudado a envenenar a la única hija biológica de su tía Serenidad…
***
Cuando era niño, a los ocho años, se encontraba al lado de una mujer vestida con un traje elegante, de figura esbelta y belleza única, contemplando al cielo lleno de estrellas, y al igual que la luna creciente...
Leonardo le dijo:
—Tía Serenidad, si algún día tuvieras una hija, yo cuidaría muy bien de mi hermanita, nunca permitiría que le pasara algo malo... ¡Seré su hermano mayor y la protegeré para siempre!
Serenidad sonrió con dulzura:
—Cariño, también creo que nuestro Leonardo será un buen hermano mayor. Si yo ya no estuviera a su lado... Leonardo, espero que la protejas muy bien.
El niño Leonardo aceptó con firmeza:
—Lo haré, sin duda alguna.
Esas promesas, para el Leonardo que ahora conocía la verdad, eran ind