La noche cayó, y la luz de la luna se alternaba entre brillante y tenue bajo las densas nubes. El cielo nublado reflejaba el estado de ánimo de Luna: opresivo, asfixiante, y sin aliento. Se sentía como un gato abandonado y vil maltratado, perdido en las calles sin saber a dónde ir en un lugar tan grande y tenebroso. Luna nunca había sabido cuál era su casa en este mundo.
Él apareció de entre las sombras, pero Luna no esperó a su respuesta. Solo escuchó el sonido del viento en su teléfono.
Cuando escuchó los pasos firmes y seguros acercarse, miró en la dirección del sonido con profundas lágrimas en los ojos. A través de las lágrimas, su figura oscura parecía algo irreal.
El teléfono estaba pegado a su oído, y cuando él se acercó, Luna cayó sin fuerzas al suelo. La sangre de su brazo ya casi se había secado por completo, y la pérdida de sangre la había dejado con una sensación de desesperación total.
Luna agarró el pantalón de su traje y respiró con gran dificultad.
—¿Por qué? Andrés, ¿q