Luna tomó de inmediato el plato de uvas y se le acercó a la persona que había hablado. Todos los presentes la miraban con gran sorpresa, pero ella actuaba como si no se diera cuenta. Colocó el plato sobre la mesa frente a ellos y les dijo con una voz muy suave:
—Por casualidad estoy a dieta y no puedo terminar con tantas uvas. Considérenlas un obsequio de su parte.
La joven elegantemente vestida que había hecho el comentario anterior se levantó con rapidez y la rechazó con nerviosismo:
—No, no, señora Martínez, solo era una simple broma…
Álvaro, que estaba parado no muy lejos, frunció el ceño al ver la escena, sin entender muy bien la intención de Luna:
—No se preocupen por eso. Pueden repartírselas entre ustedes. Voy al baño a lavarme las manos.
Otra persona se levantó apresurada y le propuso:
—Señora, deje que la acompañe.
Luna la rechazó con la misma sonrisa educada:
—No, gracias. Puedo ir yo sola. Diviértanse.
Sin embargo, se escuchó una voz aterradora desde el otro lado:
—Señorita