Capítulo 5
— ¿Cómo lo sabes?

Los ojos de Irene se abrieron y su rostro se puso muy rojo de vergüenza y sorpresa al darse cuenta de que había hablado con tanta exactitud sobre sus dolencias, incluyendo su hemicránea, el desorden de su menstruación e incluso la diarrea. ¿Cómo podía Pedro haber sido tan preciso? ¿Acaso lo había supuesto todo?

—La medicina china presta atención a cuatro pasos: observar, escuchar, preguntar y tomar el pulso. Con solo observar, se pueden ver muchas cosas —contestó Pedro con calma.

—Irene, ¿ahora crees en él? —Estrella sonrió.

Al mismo tiempo se había tranquilizado al ver que Pedro había demostrado sus habilidades.

—¡Solo fue una casualidad! No hay nada más —Irene seguía sin convencerse.

—Señor González, mi hermana es muy terca. No te molestes por ella —se disculpó Estrella.

—Nada. Lo primero es curar la enfermedad del anciano —dijo Pedro sin importarle nada más.

Se acercó al anciano y después de observarlo cuidadosamente, supo en su corazón que su enfermedad provenía de un veneno y no de uno común.

Afortunadamente, lo había descubierto a tiempo y todavía había remedio. Si hubieran pasado dos días más, ¡habría muerto sin duda!

—Señora Flores, ¿puede comprarme un juego de aguja plateadas, por favor? —pidió Pedro.

—Claro, no hay problema —respondió Estrella haciendo un gesto con la mano.

En menos de cinco minutos, un guardia salió del hospital con prisa y trajo un juego de agujas plateadas.

—Gracias.

Pedro movió la cabeza y luego desabrochó la ropa del anciano.

Primero estiró los dedos índice y corazón y dio unos golpes en el abdomen del anciano. Después de examinarlo, sacó las agujas plateadas y empezó a pinchar una tras otra en el abdomen. No pinchó con mucha fuerza, pero sí con mucha rapidez y precisión. Como si una libélula estuviera tocando el agua. Tocaba solo un segundo y luego se retiraba.

La gente normal no sentía ningún dolor.

—¡Qué técnica tan magnífica!

Cuando lo vio, Estrella se sorprendió.

Aunque no sabía nada de medicina, conocía a algunos médicos famosos del país.

A su juicio, en cuanto a la técnica de agujas, esos viejos eruditos no se acercaban a Pedro en cuanto a precisión y habilidad. Eso no solo requería genialidad sino también años de práctica dura.

En ese momento, ya estaba interesada en la identidad de Pedro.

—Wu —suspiró Pedro después de pinchar dieciséis agujas.

Aunque había pasado mucho tiempo sin usar agujas plateadas, cuando las usaba, lo hacía con destreza.

—¡Oye! ¿Ya terminaste? ¿Por qué no hay ningún cambio? —preguntó Irene con duda.

—En el cuerpo de tu abuelo hay una fuente de veneno. No es fácil eliminarla. En dos horas habrá un efecto notable. Claro, en dos horas nadie podrá sacar las agujas, de lo contrario, tendrá un sinfín de malas consecuencias —advirtió Pedro.

—¿Quién sabe si lo que dices es verdadero o no? —dijo Irene haciendo una mueca.

—¡Irene! —la reprendió Estrella con enojo.

—Voy al baño. Quedaos aquí para vigilarlo bien.

Después de decirlo, Pedro salió de la habitación. Pero apenas salió, un grupo de médicos vestidos de blanco llegó apresuradamente. Eran élites del hospital. Entre ellos, el líder era un hombre calvo de mediana edad.

—¡Oye! ¿Quiénes son ustedes? —preguntó Irene cruzando los brazos.

—Mi apellido es Ruiz. Soy el decano de administración del hospital y también soy profesor de la facultad de medicina. Por orden del decano de la facultad, estamos aquí para curar la enfermedad del anciano —se presentó el hombre calvo de mediana edad.

—¿Eres el famoso profesor Ruiz, conocido como el primer médico en Rulia?

Irene estaba contenta por la sorpresa.

—No me atrevo a jactarme de ser el primer médico. Pero no hay problema en decir que tengo un lugar entre los tres primeros —respondió el profesor Ruiz con orgullo.

—Profesor Ruiz, ha llegado en el momento oportuno. Ayúdeme a ver cómo está mi abuelo —dijo Irene apartándose para dejarlo acercarse más.

En comparación con Pedro, que era joven, ella confiaba más en este experto del hospital.

—Vale. Déjame verlo primero.

El profesor Ruiz movió afirmativamente la cabeza y se acercó a la cama para examinar al anciano bien. Sin embargo, enseguida frunció el ceño.

—¿Quién le ha puesto esas agujas plateadas? ¡Qué locura!

Después de exclamar, estaba a punto de retirarlas.

—¡Espera!

Cuando lo vio, Estrella lo detuvo con la mano.

—¿Qué sucede?

El profesor Ruiz estaba descontento.

—Profesor Ruiz, he invitado a alguien para que lo cure. Ese médico dijo que mi abuelo ha sido envenenado. Nadie puede retirar las agujas por el momento, de lo contrario, podría causar consecuencias peligrosas —explicó Estrella.

—¡Tonterías! —dijo el profesor—. Si solo con unas agujas se puede desintoxicar y curar una enfermedad… ¿entonces para qué servimos los médicos de medicina occidental?

—¡De acuerdo! —dijo Irene, apoyando al profesor—. Hermana, Pedro solo tiene veinte años. ¿Cómo puede ser tan bueno? ¿Realmente crees en él?

—Entonces, ¿cómo explicas que supiera con solo un vistazo que tienes dolor de cabeza y diarrea? — preguntó Estrella.

—Él lo supuso sin pruebas —siguió diciendo Irene sin creer en Pedro.

—Señora Flores, los mejores médicos de Rulia ya están en nuestro hospital. No sé a quién has invitado, pero en mi opinión, estaba mintiéndote. ¿Acaso nuestro equipo de expertos no es mejor que un médico poco profesional? Sé que te preocupas mucho por la vida del anciano, pero por favor, no te aferres a un clavo ardiendo. De lo contrario, harías un pan como unas hostias —agregó el profesor con justa razón y en términos severos.

—¡Así es! El profesor Ruiz ha salvado a tantos pacientes en estado crítico que no se puede numerar. Si está él, puede garantizar la salud y seguridad del anciano.

Los médicos que estaban detrás del profesor empezaron a hacerle eco.

Al ver la confianza que tenía en sí mismo, Estrella empezó a dudar. Sin embargo, insistió y dijo:

—Hablemos más tarde, cuando regrese el señor González.

—¡Hermana! ¿A qué estás esperando? Tal vez ya huyó para evitar asumir la responsabilidad —dijo Irene.

—Señora Flores, estoy muy ocupado y no tengo tiempo para perderlo aquí. Te lo digo ahora: si el anciano tiene algún accidente, asumiré toda la responsabilidad.

Después de hablar, el profesor retiró directamente todas las agujas plateadas. Sin embargo, cuando las agujas se alejaron del cuerpo, algo extraño sucedió. El anciano, que antes estaba tranquilo, comenzó a retorcerse. Su rostro se volvió negro en un abrir y cerrar de ojos y comenzó a salir sangre de su boca y nariz sin cesar.

Las máquinas que estaban a ambos lados de la cama comenzaron a sonar.

—¿Qué ha pasado?

El profesor estaba asustado. Nunca habría imaginado unas consecuencias tan graves.

—Profesor Ruiz, ¿qué ha pasado? —Estrella frunció el ceño.

—Es muy raro. Antes estaba bien… —El profesor se sintió preocupado y nervioso.

—Decano, la situación del paciente es crítica. ¡Hay que salvarlo de inmediato! —dijo muy apresurado uno de los médicos presentes.

—¡Rápido! ¡Organicen una intervención médica!

El pofesor no se atrevió a hablar más y les mandó empezar todas medidas para el auxilio.

Pero tras unas operaciones, la salud del anciano, en vez de mejorar, empeoró. Según la máquina, el índice de su vida disminuyó continuamente, sin poder evitarlo.

El profesor estaba cada vez más nervioso y sudaba sin parar.

—Señora Flores, el anciano… parece que está llegando al final de su vida…

—¿Qué?

Cuando oyeron las palabras, las dos hermanas se quedaron pasmadas.

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