A escasos metros de distancia entre ellos, Pedro dobló ligeramente sus rodillas y luego, con fuerza, saltó.
La tierra pareció explotar dejando un cráter, y Pedro, como un proyectil lanzado, se abalanzó con violencia en medio de la multitud.
Por donde pasaba, los lamentos eran ensordecedores, y el suelo se teñía de rojo sangre.
Bajo la protección de su "verdadera energía vital", aquellos guardaespaldas de élite fueron lanzados al aire antes siquiera de tocar a Pedro.
Algunos perdieron brazos o piernas, mientras otros perecieron en el acto.
No tenían rival.
En ese momento, Pedro parecía un tigre que se abalanza sobre un rebaño de ovejas, invencible e imparable.
En apenas unos minutos, la mayoría de los más de cien guardaespaldas de élite yacían en el suelo.
—¡Maldición! ¡Este chico sí que sabe pelear! —exclamó alguien, observando a Pedro desatando su furia.
Oso frunció el ceño al ver cómo los mejores miembros de la "familia Solís" eran derrotados tan fácilmente, como si fueran solo ve