Haven House2 meses después…Era momento de casarse nuevamente, pero esa vez en los jardines de Haven House, con el resplandeciente cielo como testigo.—¿Estás lista? —inquirió Serena, quien había ido desde Devonshire para acompañarla luego de que ella le narrara toda su historia con Lancaster en confidencia.—Más que nunca —respondió, tomando el brazo de Charles para hacer el recorrido nupcial de hierbas, que la llevaría hasta su endemoniado duque.—Estás preciosa, querida —su hermano le procuró un casto beso en la frente—. Espero que seas muy feliz y lamento mucho lo que sucedió… solo quería protegerte —le aclaró emotivo.—Lo que ocurrió, queda en el pasado. Solo quiero disfrutar de mi presente y planificar mi futuro al lado del hombre que amo.Charles afirmó y comenzaron a andar hasta el pequeño altar improvisado con un arco de flores, donde el párroco de la zona y Arthur, la esperaban.Había escogido un vestido sencillo de seda color crema, que se adaptaba a su nueva figura y caía
Thomas Cromwell, conde de Essex, no tenía en mente a otra candidata para esposa más que a lady Susan Wellesley, hermana de su mejor amigo. Sin embargo, el terrible accidente que acabó con la vida de la dama, y la revelación de los sentimientos que ella le guardaba a otro caballero, lo hicieron tomar la decisión de alejarse de Inglaterra para sanar su corazón roto y olvidar aquel desafortunado incidente.Instalado en Boston, su vida pareció tomar al fin rumbo y el dolor de su pasado se mitigó al comprender que el resentimiento solo lo estancaría en una vida llena de amarguras. No obstante, también se hizo a la idea de no volver a considerar la posibilidad de contraer nupcias.Permaneciendo en América, aquella loca idea de que un conde no contrajera matrimonio para continuar con su linaje, era posible. Sin embargo, un percance lo obliga a regresar a Londres donde, inevitablemente, se convierte en blanco de las madres con hijas en edad casadera.Las cosas comienzan a salirse de control,
Boston, 1817Aquella fría mañana de otoño, Anabelle Madison subía volando las escaleras hacia la puerta principal de la gran residencia ubicada sobre una de las calles más lujosas de la ciudad. A base de astucia, se había hecho con una copia de llave y tan rápido como subió los escalones, ingresó al vestíbulo, mientras reprimía una risa de satisfacción. El mayordomo la observó con los ojos abiertos, pero, ante la tácita amenaza que le propinó con la mirada, solo se dignó a acompañarla hasta el pie de la escalera que conducía a las habitaciones.La dama de veintidós años era una aristócrata americana feliz y despreocupada, que ocupaba su tiempo libre importunando al caballero que residía en la mansión donde estaba irrumpiendo sin permiso. Era asombrosamente bella; una dama pelirroja de enormes ojos azules y piel muy blanca que durante toda su vida había atraído las miradas de todo el mundo, aunque no le había dado importancia a ninguna persona en particular, hasta que conoció a lord Th
Anabelle emitió un largo suspiro, recobrando la compostura que casi perdió al oírle mencionar a su madre. Sonrió.—Tengo una llave —reveló sin ápice de remordimiento—. Y el servicio me conoce desde pequeña, nadie osaría impedirme entrar. —Se encogió de hombros.Essex abrió los ojos de par en par.—¿Qué tiene una llave de mi casa? ¿Con qué derecho? —Con el derecho de que esta casa, es propiedad de mi padre, conde —respondió con descaro, cruzándose de brazos.—Pues debo recordarle que a su padre le pago renta, y tenemos un acuerdo escrito que, al parecer, tendré que dar por concluido hoy mismo. —Thomas respiró hondo para no ser descortés y, con aplomo dijo—: Si es tan amable de esperar en el salón, me vestiré y bajaré junto a usted. Beberemos el té y tendremos una importante conversación…—¿Otra conversación seria y aburrida? —cuestionó ella y Thomas afirmó con la cabeza—. Prefiero el café. Si deberé tolerar nuevamente una explicación de esa magnitud, tendré que beber café para no qued
Se volteó y se encontró con la mirada celeste del conde que parecía atormentado.—Siéntese para que se lo explique.—No necesito que me explique que ha estado riéndose a costa de mis sentimientos. ¡Por supuesto! La americana tonta y caprichosa, ¿qué podría gustarle de mí, además del dinero y las conexiones de mi padre? —reprochó dolida, con los ojos brillosos.Estaba furiosa porque llevaba todo un año perdiendo su tiempo con un hombre que no le decía que sí, pero tampoco que no.—Anabelle —insistió Thomas—. Siéntese y le explicaré lo que no me dejó terminar de decirle. Por favor.La dama, más por curiosidad que ganas de escucharlo hablar de otra mujer, accedió y regresó al sitio que había ocupado segundos atrás. Se preguntaba cómo sería la dama que había logrado lo que ella no.Por su parte, Thomas se sentía frustrado consigo mismo. Había perdonado a Susan, pues no era culpa suya después de todo; a nadie se le podía obligar a amar y el compromiso entre ella y él, lo había concretado c
Thomas, como si no la hubiera escuchado, solo continuó con su relato, ido, como si se hubiera trasladado a ese momento tan trágico de su vida.—Ese día habían requerido urgentemente de mi presencia en Kingston, una de mis propiedades, por lo que partí de inmediato desde Londres —tomó aire para seguir—. Jamás pensé que en mi ausencia se desataría una desgracia de proporciones semejantes —emitió un hondo suspiro y frunció sus atormentados ojos celestes—. Dos días después, recibí una misiva de Arthur, en la que me comunicaba crudamente que Susan… había muerto —entrecerró los ojos y resopló.Anabelle jadeó de horror ante la revelación de lo ocurrido. Si bien, dedujo que el amor del conde no tuvo un final feliz, nunca se le pasó por la mente que la mujer en cuestión tuviera semejante desenlace.—¡Oh! —fue lo único que pudo emitir—. Yo…—Ella murió, mientras huía con otro caballero —prosiguió Thomas, interrumpiendo a la joven—. Al parecer, se dirigían a Gretna Green para casarse en secreto,
Anabelle apretó los labios cuando lo escuchó acusarla de aquel modo y Thomas se sintió fatal por sus desafortunadas palabras. Estaba pagando con ella su dolor y no era justo, cuando la dama solo había intentado consolarlo.—Anabelle, yo no quise decir eso… —Se apresuró en disculparse.—En realidad, es lo que siempre ha pensado de mí, ¿cierto? Que soy una muchacha rica y caprichosa que lo ha tenido todo en la vida… —dedujo y sonrió con sarcasmo—. Pues tendré que decepcionarlo, porque he vivido en carne propia el dolor de no ser amada por un ser querido: mi madre. Ella nunca me quiso, sin embargo, a pesar de todo, yo siempre traté de verle lo bueno a todas las cosas, no como usted, que se quedó estancado en el pasado por su tonto orgullo de hombre que no le deja aceptar que una mujer no lo quiso.Thomas presionó con fuerza sus manos en puño y tragó con esfuerzo para controlar el impulso de refutar las palabras de la joven. Después de todo, no tenía ningún sentido discutir con ella sobr
Anabelle no tardó en rendirse a aquella pasión abrasadora y olvidó por completo todo. Solo regresó en sí cuando el conde arrancó sus labios de los suyos y la sostuvo entre sus brazos, con su rostro apoyado de lado a su fuerte pecho, aspirando el exquisito aroma varonil que desprendía el caballero.Estaba perdida; absoluta y rotundamente enamorada del hombre que apenas le acababa de confesar que la deseaba con locura, pero que en su corazón no tenía sitio para ella porque lo ocupaba una muerta. Sin embargo, no le importaba y estaba dispuesta a esperar a que él sanara sus heridas y volviera a creer en el amor… en su amor.—Señorita Madison… —susurró Thomas, volviendo a recuperar el juicio que perdió cuando la besó con vehemencia.—Dígame Anabelle —musitó extasiada, presa de una sensación de plenitud que desconocía hasta ese momento—. Ya no tiene excusas para intentar mantener la distancia recurriendo a la formalidad, conde —levantó el rostro y sus miradas se cruzaron.Thomas intentó son