Arthur forzó una sonrisa y le ofreció el brazo a la dama que parecía espantada con la idea de dar un paseo con el caballero al que tildaban de demonio por su irritante y peculiar carácter. Lancaster le dedicó una mirada gélida a su amigo, y partió con lady Vanessa hacia Hyde Park.Por su parte, Thomas se dirigió a White´s para almorzar y reunirse con viejos conocidos con quienes aún no tuvo la oportunidad de coincidir desde su llegada, por lo que cuando uno de ellos lo invitó a acompañarlos a presenciar un combate de boxeo en las afueras de la ciudad, no lo pensó demasiado y se desveló en aquel espectáculo. Al día siguiente, apenas pisó su casa de Cavendish Square, recibió la misiva de Arthur y, después de asearse y beber una taza de café, fue a visitarlo a Lancaster House.—¿Qué tal tu paseo? —inquirió un tanto incómodo, mientras el duque cepillaba a su caballo, Tormenta—. Lo siento, Arthur, pero me fue imposible… —resopló, tragó grueso y negó con la cabeza.—Lo sé. —Lo interrumpió e
De repente, una sonrisa casi imperceptible se formó en sus labios y se preguntó: «Si Arthur, a pesar del abandono y las pérdidas, ha podido hacer a un lado el dolor y cobijar en su corazón el amor, ¿por qué yo no podría?»Cerró sus ojos por unos instantes y cuando los volvió a abrir, comprendió las palabras de Anabelle. El mundo seguía girando como siempre, nada se había detenido solo por su dolor y resentimiento. Una persona como Arthur, que en el pasado era reacio al amor, ¡ahora estaba enamorado! Las noches seguían muriendo con cada amanecer. Y cada amanecer era una nueva oportunidad de vivir y disfrutar de algo nuevo. Ya estaba cansado de buscar en el silencio y la soledad aquellas respuestas que siempre flotaron alrededor de su cabeza. Susan simplemente no lo quería como él a ella, y no era su culpa pues en los sentimientos no se mandaba. Él mismo no podía controlar los suyos. Además, no haber sido sincera desde un principio, debía tener una explicación. Tal vez, como dijo aquell
Vanessa estaba harta de perseguir a pretendientes que le huían como a la peste. Era su tercera temporada, y sin embargo, aunque se la consideraba como una de las jóvenes más bellas de todo Londres, no lograba pescar un esposo conveniente que por fin le evitase seguir las vergonzosas instrucciones de sus padres. Sin una dote cuantiosa, sabía que su propósito era un caso perdido y que, si deseaba en algún momento formar una familia, debería conformarse con lo que quedara. Además, haberse aferrado a un caballero que su padre no aprobaba, no ayudaba en demasía a tener éxito en sus conquistas.Sentada en el taburete de su tocador, fue quitándose horquilla a horquilla, mientras empezaba a hacerse a la idea de que pronto la relegarían al rango de solterona. La idea no le resultaba tan desagradable, mas ¿de qué viviría? Sin dote, sin herencia, sin oficio alguno… A lo mucho que podía aspirar era a convertirse en institutriz de los hijos de sus amigas que, por cierto, habían ido alejándose a me
—¿Ustedes pretenden que me case con el conde y sea la sustituta de su difunta prometida? —cuestionó con un nudo en la garganta y otro en el corazón. Deseaba cerrar los ojos y que al abrirlos, todo se resumiera en una absurda pesadilla.—Lord Essex ha enviado una tarjeta de visita. Vendrá mañana, y te suplico que pongas de tu parte para no espantarlo a él también —siguió su madre como si no la hubiera escuchado—. Mi plan surtió el efecto que esperaba… —musitó triunfal la condesa—. Si todo sale como espero, antes de que finalice la temporada estarás comprometida con él.Vanessa tragó saliva y presionó sus puños con impotencia, en tanto la condesa salía de sus aposentos como si nada.Al día siguiente, efectivamente el conde fue a visitarla.—Milord —realizó una perfecta venia e intentó sonreír—. Es un placer volver a verlo —pese al intento, sus ojos estaban apagados. No reflejaban ningún tipo de emoción en ellos.—Me pregunto si le gustaría acompañarme a dar un paseo. Deseo compensarla,
—Dígale a su padre que, si de la boca de su esposa sale una sola palabra sobre mi difunta prometida, lo arruinaré y lo hundiré de la forma más humillante que pudiera existir. ¿Me ha entendido, milady? —masculló muy cerca de su rostro, asustando a la muchacha que pareció ver al mismísimo demonio—. Ya se me han ido las ganas de seguir con este paseo —prosiguió, como si recordara que era un caballero—. Si no tiene objeciones, me gustaría regresarla a su residencia.Vanessa solo asintió y con el cuerpo tembloroso, subió a la calesa ayudada por Thomas.—Por favor, milord, perdone mi indiscreción —volvió a decir cuando estaban a punto de llegar a Craven House.—Recuerde darle mi mensaje a su padre, y agradezca que ha sido a mí a quien le dedicó semejantes palabras. Si hubiera hecho media insinuación delante de su excelencia, en este momento el conde estaría encerrado en la cárcel de deudores, y usted y su madre, lavando pisos en algún burdel.—¿Por qué tiene que ser tan cruel? —cuestionó la
ReadingHaven House, 1816Un caballo a todo galope se acercó repentinamente a la casa de campo del duque de Lancaster; sitio que, después de una intensa jornada de caza, se encontraba en súbito silencio.Arthur Wellesley, duque de Lancaster, ordenó que llenaran la bañera con agua tibia para poder relajar sus músculos, mientras sopesaba la posibilidad de aceptar la oferta matrimonial que le había hecho esa misma tarde su mejor amigo: Thomas Cromwell, conde de Essex.Su pequeña Susan, como llamaba con cariño a su hermana menor, se encontraba incursionando su segunda temporada y había rechazado innumerables ofertas de matrimonio por su ferviente convicción de casarse por amor. Aunque, era improbable que no consiguiera un buen partido, tanto por su cuantiosa dote como por su innegable belleza, consideraba que lord Essex era el candidato más adecuado y no quería dejar pasar más tiempo para tomar una decisión sobre el asunto.Mientras se despojaba de sus prendas y se metía al agua, suspiró
Haven House, 1817Después de corroborar que todo estuviera en orden antes de partir hacia Londres, Arthur se dirigió al mausoleo familiar que se erigía dentro de su propiedad. Por un tenso momento contempló el nombre de su hermana tallado en una placa de bronce y recordó uno de los días más tristes de su vida. Presionó con fuerza el ramo de rosas blancas que llevaba consigo y las colocó en el lugar de las flores que ya se habían secado. Suspiró hondo cuando sintió un nudo en la garganta.Habían pasado doce meses desde su trágica muerte, pero él aún evocaba su frágil cuerpo inerte entre sus brazos mientras regresaba destrozado a los señoríos del ducado para sepultarla junto a su padre.Rememoró de mala gana que derramó la misma cantidad de lágrimas el día en que su madre se fugó a América con otro hombre, abandonándolo a él y a una bebé recién nacida. En ese entonces apenas era un crío de once años que no podía hacer nada al respecto. Sin embargo, en la actualidad era el duque de Lanca
LondresEn Devon House, lady Claire Bradbury despertó con su habitual buen humor y tocó la campana para que su doncella acudiera a ayudarla a arreglarse. Se sentó ante el tocador, dejando que Amalia le cepillara la lustrosa melena castaña, mientras miraba fijamente sus ojos azules pálidos, reflejados en la superficie pulida del espejo. El elegante recogido liberaba algunos mechones que enmarcaban su delicioso rostro de belleza clásica, cuyo fuerte eran los labios carnosos y sonrosados. Había aceptado un paseo a caballo por Hyde Park con lord Essex, por lo que la doncella escogió un traje de montar color azul clásico que le sentaba de maravilla a su piel alabastro y realzaba su esbelta figura.De todas las invitaciones que recibió para ese día, prefirió la del conde de Essex más que nada por curiosidad. Él no había demostrado interés hacia ella en el baile de los duques de Derby, y, desde la repentina muerte de la dama a quien pretendió la temporada pasada, no había sido visto en event