—Si te quiero —aseguró la anciana—, pero como la tía de Mía, como querría a una sobrina si tuviera una, también a Julissa la quiero, porque son mi familia, pero no puedo darte la razón cuando no la tienes, y no puedo solo aplaudirte que me hagas lo que me estás haciendo. No me quites a Mía, por favor, Olga.
—Entonces, no me quite mi lugar al cual regresar —pidió Olga, llorando, tomando las manos de la mujer que lloraba frente a ella—. Elíjame esta vez, y cuidemos a Mía juntas. Por favor.
El ceño de la mayor se frunció, no sabía qué debía responder porque esa propuesta era demasiado tentadora, a pesar de ser tan ambigua. ¿Qué significaba elegirla a ella? ¿A qué era a lo que debía renunciar?
—Lo lamento, Olga, pero no puedo obligar a Maximiliano a amarte —señaló la mujer, asumiendo que era a Marisa y a la felicidad de su hijo—. Quiero la felicidad de mi hijo, y esa es Marisa.
—Pues dígale que se vaya de la casa —pidió la mencionada y Maximina abrió enorme los ojos—. Si Maximiliano s