8 ¡SEREM A LAS TRES!

CAPÍTULO 8

"!SEREM A LAS TRES!"

Serem Keskin podía ser una muchacha ingenua, ignorante, campesina pero nunca sería una mujer débil. Sé secó sus lágrimas incluso antes de que salieran con las mangas de su camisa, y miró como las bajaban de aquella camioneta como si fueran vacas. Cuando su turno llego bajó sin chistar, tendría que encontrar la manera de escapar de allí, pero obviamente no tenia una idea de cómo lo haría.

—¡Abajo perras! —gritó uno de los hombres que jamás habían visto y las chicas se apuraron a riesgo de caer una sobre otras en el piso cubierto por una capa fina de hielo. El invierno había comenzado y la ciudad de Estambul era particularmente fría en esa época del año—¡El jefe las espera¡

Serem prefirió bajar tranquila y tratando de pasar desapercibida, si llamaba demasiado la atención se ensañarían con ella y nunca jamás podría escapar de aquel sitio. Que no se fijaran en ella era la diferencia entre vivir o morir, o al menos eso creía… porque se dejaría morir antes dejar que la vendieran al mejor postor en aquel sitio.

Bajó la vista, pues sabia el efecto de sus ojos en los hombros, aquel violeta de sus ojos no pasaba desapercibido. Otra vez maldijo aquel síndrome de Alejandría que rara vez recordaba como llamar. Entró entre las otras chicas como una más.

Caminó mirando aquel sitio lleno de luces de neón, con techos altos y acolchados asientos morados brillantes. Había mas de sesenta mujeres en aquel sitio, y Serem no daba crédito a lo que veía sus ojos.

En una esquina había un hombre con una jeringa canalizando a algunas de las chicas con algún tipo de droga, que solo la hizo espantarse. De las drogas solo sabia por la televisión… y ahora tenia que afrontar el problema real de que, si se resistía de alguna manera a lo que esos hombres pensaban hacerle, o en lo que pensaban convertirla… pues sería una adicta irremediablemente.

La metieron junto a las otras doce chicas recién llegadas en un pequeño recinto que no tenia ventanas.

—¡Escuchen bien señoritas!— preguntaré esto una sola vez. —¿Cuál de todas es Serem Keskin?

A Serem se le hizo un nudo enorme en la garganta, aquellos nuevos captores no sabían el nombre de las chicas, y ellas no se conocían entre sí. Los hombres que las habían traidp del pueblo solo las habían vendido, y allí enfrentaban a verdaderos criminales que se encargaban directamente de prostituirlas.

—¿Cuál de todas ustedes es la virgen? —insistieron aquellos hombres, y uno de ellos sacaron un arma. —Solo pagamos tres mil dólares por cada una de ustedes, podemos darle baja una por una ahora mismo, y nadie les echaría de menos… o pueden decir quien es Serem, y terminamos con esto de una buena vez.

Todas las chicas se miraron, y Serem se mordió el labio inferior aterrada. Aquel hombre que parecía un cromañón enorme y brutal, tomó una de las muchachas y le puso un arma en la sien.

—¡Serem a la una! —tronó aquel hombre con una voz horrible,

—¡No por favor! ¡Piedad por favor! —grito aquella mujer a la que habían obligado a arrodillarse en el piso con el cañón de la pistola en la cabeza.

—¡Serem a las dos! — dijo otra vez y acciono el revolver, listo para disparar y volarle los sesos a aquella muchacha,

—¡NOOO! —aquella muchacha lloraba hecha un manojo de nervios y temor mientras Serem probaba la sangre de su labio de lo fuerte que se mordía, indecisa de hablar o guardar silencio.

—¡Serem a las…

—¡Soy yo! —gritó Serem, muerta de miedo que le volaran los sesos a una muchacha que al igual que ella no rebasaba los veinte años de edad. Sabía que aquel asunto de la supuesta agencia era turbio, solo que no imagino que tanto.

—¡Soy yo! —repitió como si se le hubieran anestesiado los miedos, como si supiera que su vida acabaría después de aquello—¡Yo soy Serem Keskin! —volvió a decir con voz casi imperceptible.

—¡Tenemos a la virgen! —vociferó aquel hombre y se acercó a la muchacha para tomarla del brazo y arrastrarla afuera. —¡Vamos virgencita! ¡Tenemos tu sitio en la subasta! ¡Ahora solo necesitamos prepararte! —Serem forcejeo tratando de liberarse y solo logro que aquel hombre la tomara con una fuerza inusitada del cabello—¡Vamos bonita! Deja de hacer revuelo, tus compañeras necesitan prepararse para recibir a sus primero clientes.

Aun cuando la llevaban arrastrada a la salida, Serem pudo escuchar las expresiones ahogadas, y los gemidos de terror de las otras muchachas.

Aquellas muchachas estaban tan condenadas como ellas, no importaba que no fueran virgen, igualmente las violarían esa noche. Cualquier pervertido con un poco de dinero en el bolsillo las usaría como si fueran desechables.

Ya no tenia lagrimas en los ojos… se sentía horrible, pero llorar no cambiaria nada. Ahora solo le restaba esperar su muerte con la barbilla alta. Pensó en su padre, que no tenia una idea a lo que ella se había marchado, y que tampoco sabia que su hoja no regresaría jamás.

Solo estaba prisionera, y pensaba en su hermana… que quizás corriera la misma suerte, si ella desaparecía sin que pudiera advertirle quienes eran realmente aquellos criminales que la habían enrolado en esa pesadilla.

Así que, por salvar a su hermana, tenia que sobrevivir a esa subasta. Aguantaría lo que fueran a hacerle hasta poder alcanzar un maldito teléfono, para poder avisarle a su hermana y a su madre, que aquello había sido una ridícula trampa.

Con esa idea fija en la mente, aguanto mientras la tiraban en un cuarto de lleno de prendas de vestir lascivas, y una señora mayor demasiado maquillada, esperaba por ella para prepararla para la subasta.

El mejor postor se la llevaría esa noche, y ella ya no tenia miedo, ahora de su valentía dependía que a su hermana no le pasar lo mismo. Ella tenía que liberar a su hermana de un destino peor que la muerte.

Se dejó maquillar y vestir sin chistar… si la drogaban sus sentidos se embotarían, y eso era algo que no se podía permitir.

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