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CLINT MIRÓ A UN LADO. Si le dijeran que acababa de despertar en el infierno, no lo dudaría. Había gente por todas partes en la esquina de esa habitación, algunas en el suelo, otras en el sofá, y al menos cinco de ellas se enredaron con él en la cama. Mujeres y hombres desnudos como en una pintura medieval hecha para representar el pecado. El olor a sexo contaminaba la habitación y era casi palpable, la lujuria impregnaba la ropa y los muebles. Era como si Calígula, Eyes Wide Shut y Salo o 120 Days of Sodom se fusionaran para formar una nueva película en la que él, señor de todos los pecados, sería un dios del placer.

Tenner se sentó en la cama y solo entonces notó un detalle: todos estaban sin máscaras. Sátiros, ninfas, ménades y príncipes cuyos rostros juveniles estaban petrificados por el sueño, todos vestidos solo con la marc

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