GUERRA DECLARADA

Con la firme convicción de llevar su plan hacia el éxito, Calisto se presentó en el apartamento de Abner muy temprano, llevaba consigo la agenda de eventos y actividades que la abuela y Jairo planearon para él. 

Se tomó la libertad de hacerle unos pequeños ajustes para medir las reacciones de Abner, aparte de su insolencia, arrogancia y su constante falta de respeto hacia los demás, no sabía mucho acerca de él.

—Tendré que averiguar tus debilidades —dijo para sí misma, mientras esperaba a que Abner se dignara a abrirle la puerta.

Dispuesta a hacerlo el tiempo que fuera necesario, esperó un par de minutos antes de volver a aporrear el timbre con ímpetu. El pensar en cómo perturbaba el sueño de Abner, la hizo sonreír.

— ¡Dios!, ¡esto no es posible! —rugió Abner al levantarse —¡mataré a quien esté detrás de esa puerta!, ¡juro que lo haré! —despotricaba el hombre mientras caminaba a paso pesado hacia la puerta. —¡Dios santo! —exclamó espantado al ver a Calisto con una sonrisa siniestra de oreja a oreja frente a él. 

La chica buscaba molestarlo y estaba feliz de haberlo conseguido. Bastaba ver la mirada brillante de odio de Abner para darse cuenta.

— ¡Tú! —dijo él con desdén, barriéndola con la mirada.

Entre más la veía con aquel traje negro que le quedaba enorme, el cabello relamido y recogido en un chongo, sin una gota de color en el rostro más que el marrón de sus ojos, más repulsión sentía por ella.

—Buen día, joven Barbaren, siento haberlo despertado— dijo falsamente.

— ¿De verdad lo sientes? — cuestionó él.

—No, no lo siento —la honestidad burlona de la chica le estrujo el hígado —tenemos mucho trabajo que hacer y muy poco tiempo.

Calisto no se preocupó en esperar a que Abner le diera el pase, lo hizo a un lado con todo descaro y entró a la estancia, luego comenzó a instalarse en el enorme comedor que adornaba la habitación.

— ¿Qué haces? —demandó él —no te he permitido entrar a mi casa.

Con toda la seriedad y seguridad que Calisto poseía, se giró hacia él mirando de frente.

—Si usted no cumple con sus obligaciones, está dejará de ser su casa, así que le recomiendo que vaya y se dé un baño, tiene 10 minutos, si no me iré y le diré a su abuela que lo vaya sacando del testamento de una vez.

A Abner casi le sale espuma por la boca al escucharla hablarle con tanta insolencia.

—Eres una… —miles de insultos se le quedaron atorados en la garganta.

Sería un desobligado, pero su madre siempre lo enseñó a respetar a las mujeres. Por lo menos de frente, no la insultaría.

— ¿Decía, joven? —respondió ella con tono provocador.

«Anda, dilo, insúltame y dame una buena razón para librarme de ti» pensaba para sí misma.

«Disfrútalo bruja, pronto te borraré esa horrenda sonrisa de la cara» se dijo a él mismo. 

—Nada, iré a bañarme.

— ¡Excelente! —dijo ella.

Calisto se dio media vuelta y siguió acomodando sus cosas sobre la mesa, sin prestar más atención a los movimientos de Abner.

— A ver, a ver, ¿qué es lo que sigue? —decía en voz baja mientras tomaba una hoja en las que había enlistado todos los deberes de ese día.

Iba muy bien preparada. 

—Despertarlo. Ya está —dijo palomeando aquel punto —obligarlo a iniciar con los deberes, bueno, en eso estamos…

Si era sincera consigo misma, Calisto había creído que sería más difícil obligarlo a hacer las cosas, aunque aún no podía cantar victoria.

— Bien y seguimos con… ah sí, sacar la basura.

Con un ánimo tenebroso, dejó la hoja sobre la mesa, giró sobre sus pies y echó a andar hacia el interior del departamento en busca de la habitación de Abner, no le fue difícil encontrarla, la voz melosa de una mujer que ronroneaba el nombre del chico Barbaren la llevó hasta ella.

—Abner, querido, vuelve a la cama… —decía la mujer cuando Calisto irrumpió en la habitación —¿Tú quién eres? —preguntó sorprendida y asustada por la presencia de Calisto en la habitación, rápidamente se aferró a las sábanas mientras se cubría con ellas.

—Soy la tutora del joven Barbaren, me ha pedido que la despida —anunció Calisto ante la mirada estupefacta de la rubia.

— ¿Qué?, ¿despedida? — chilló con indignación la rubia.

—Tome sus cosas, señorita, un auto la espera abajo — Calisto paseó la mirada por toda la habitación hasta detectar las ropas de la mujer, las tomó y se la arrojó encima —venga, le ayudo — dijo la joven tomándola por el brazo y sacándola de la cama.

— ¿Qué haces, estás loca?, ¡Abner!, ¡Abner, querido! — gritó la chica. 

Calisto rodó los ojos.

«Esto se va a poner difícil» se quejó internamente.

Al interior solo se escuchaba el sonido de la regadera, esperaba que para cuando Abner saliera la mujer ya estuviera fuera.

Claro que Abner era ajeno a lo que sucedía afuera, pero no porque estuviera concentrado tomando un baño, sino más bien porque estaba pidiendo refuerzos. En cuanto estuvo fuera del alcance de Calisto, llamó a sus entrañables amigos y compañeros de aventuras, aquellos que jamás lo dejaban morir solo sin importar en qué situación se encontraran.

—Te necesito aquí ahora, no puedo quedarme solo con esa bruja —decía al teléfono.

—Vamos Abner, es solo una chica —le responden al otro lado de la línea.

—Es que no la han visto.

— ¿Qué tan fea está? —inquirió su amigo.

—Debo librarme de esto y no puedo hacerlo solo, los necesito —demandó el joven.

—Amigo me encantaría, pero en este momento voy saliendo a la clínica, mi padre me mandó llamar, lo siento hermano.

—Kenzo, por favor — suplicaba Abner —Ilan está de viaje, llegará hasta en la noche, solo cuento contigo hoy.

Kenzo pegó un largo suspiro —Iré con mi padre, no puedo faltar, en cuanto termine voy a verte, pero no va a ser rápido — explicó.

—Está bien, está bien, solo… espera — Abner se retiró el teléfono de la oreja y prestó atención al barullo de afuera.

— ¿Todo bien? —inquirió su amigo al otro lado de la línea.

—No lo sé, te llamó después.

Abner terminó la llamada mientras abría la puerta del baño.

— ¿Pero qué mierdas? — exclamó al ver a Calisto jaloneando a la rubia que se encontraba enredada en la sabana con sus ropas enganchadas al pecho.

— ¡Querido! — una chispa de esperanza brilló en la mirada de la rubia al ver aparecer a Abner.

Este no tuvo el mismo efecto en Calisto. El rostro de la joven se ensombreció al notar que Abner seguía medio vestido y no tenía rastros de estar tomando una ducha.

— ¿Qué haces? — protestó Abner desde la puerta del baño. 

—Saco la basura. Es parte de lo que haremos hoy —dijo Calisto mientras empujaba a la rubia fuera de la habitación.

— ¿Basura?, ¡Abner! — chilló la mujer en medio del pasillo.

— ¡Suéltala! — pidió tras ellas.

—Lo siento, pero no puedo, son instrucciones precisas de su abuela —dijo tajante —querida, no es nada personal, el señor Barbaren estará indispuesto para ti de por vida, un gusto conocerte, adiós.

Dicho esto, empujó a la mujer fuera del departamento y le cerró la puerta en la cara.

— ¡Estás mal de la cabeza! — chilló Abner en medio de la sala —¡no eres nadie para tomarte estas atribuciones! —sentenció.

—Se equivoca. Desde hoy soy su tutora, prácticamente la responsable de todo lo que haga — rebatió Calisto —es mi deber acatar las instrucciones de su abuela y sacar a su amiguita era una de ellas, debería agradecerme o ¿es que era importante para usted?

Abner no respondió. Se la pasaba bien con la chica, pero de ahí a algo serio había todo un abismo. Calisto no se equivocaba, pero no lo admitiría y mucho menos se lo iba a agradecer.

—Mi abuela puede ordenar lo que quiera, pero en mi vida personal no va a intervenir, ¡en eso decido solo yo!

—Se equivoca, joven, de ahora en adelante, nada de amiguitas —le informó Calisto —por favor limítese a seguir las indicaciones y evíteme la pena de intervenir.

—Esto no va a durar para siempre —Abner dio un par de pasos hacia Calisto con una mirada amenazadora.

Obviamente se necesitaba más para intimidarla, aun así, ella se sorprendió al ver tal actitud en él.

«Al parecer si tiene carácter» pensó ella. 

—Cuando todo termine, tú y yo nos veremos las caras, para entonces seré el presidente de BBN y me encargaré, yo mismo, de echarte a patadas —la voz de Abner sonó como si estuviera exclamando una profecía.

—Para eso, primero tiene que convertirse en el presidente —rebatió ella escéptica.

—Disfrútalo mientras puedas — sentenció Abner.

—Tenga por seguro que eso haré — respondió ella desafiante.

Abner giró sobre sus pies y esta vez sí se fue directo a tomar una ducha para bajar la rabia que Calisto provocaba en él, con el simple hecho de solo respirar.

—Esa loca me acaba de declarar la guerra —se decía a sí mismo bajo el chorro de agua —no tiene idea de lo despiadado y cruel que puedo llegar a ser. Muy bien señorita Melker, iniciemos con la batalla.

Sus carcajadas resonaron en el baño.

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