EPÍLOGO

—¿Qué pasa?, la maestra dijo que habías estado muy serio hoy en clase — preguntó Abner con preocupación a su pequeño hijo.

Este hizo un mohín mientras jugueteaba nervioso con la tela de su suéter.

— Matthew — lo llamó su padre echándole una mirada por el espejo retrovisor del auto y usando el tono de voz con el que el chiquillo sabía que no podía negarse a hacer lo que su padre pedía.

El niño de cabello castaño, ondulado como el de su madre, piel clara y unos bellos ojos color pardo, herencia de su padre, suspiró pesadamente antes de confesar aquello que lo afligía y lo habían mantenido tan callado en clases.

— Uno de mis compañeros dijo algo que me molesto — la vocecita afligida del pequeño repiqueteo en el automóvil.

Abner apretó el volante del auto con tanta fuerza que sus nudillos palidecieron por debajo de la piel que los cubría.

Mocosos, como se atreven a molestar a un Barbaren — refunfuñaba para sus adentros — Cálmate, Abner, contrólate — comenzó a animarse el mismo cuando sint
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