Así avanzó la velada, entre comentarios sobre la condesa y algún que otro militar que se presentaba interesado en conocerme. Pero yo, esa noche, ya no quería conocer al príncipe; solo deseaba saber más de ella.
Cuando estaba finalizando la velada, nos la volvimos a cruzar. "¿Les gustaría tomar el té? Mañana, tipo 5 pm. La verdad es que no conozco mucha gente en este pueblo aún, y ustedes me agradaron bastante."
"Por supuesto, cuente con nuestra asistencia", respondió nuevamente Isa, ya que yo no era capaz de formular palabra.
Al siguiente día conocí, por primera vez, una mansión. Era la casa de la condesa: enorme, lujosa y llena de sirvientes que corrían para asegurarse de que todo estuviera perfecto para ella. Ese día nos divertimos mucho, y finalmente pude ser un poco más comunicativa. La condesa nos contó sobre su vida, sus viajes, y nos trató como a unas grandes amigas. Con el tiempo, las invitaciones a reuniones y fiestas se volvieron más frecuentes. Me enviaba regalos, lujosos ve