CAPÍTULO 1. ¡YO!

Lizzie

Mi nombre es Elizabeth Cambridge, trabajo para una conocida editorial llamada: Urano en los Ángeles, California. Tengo veintiún años, una licenciatura en Letras y artes y una Maestría en Lenguas Extintas, hablo cinco idiomas y tengo especialidades en casi todas las ramas de Literatura... casi! Padezco un Trastorno obsesivo de limpieza y orden, con trastornos asociados de Ansiedad, pensamientos intrusivos y conductas repetitivas, toda una gama de impulsos negativos que me hacen casi la perfecta especie de fenómeno natural... casi!

El coeficiente intelectual de un individuo normal es de 100 - 109, esa se considera la media, de allí en adelante va subiendo el número de la medición se dice que el individuo es más inteligente; bien, mi coeficiente intelectual es de 150 y eso quiere decir que soy un individuo superdotado. ¡Si, soy un fenómeno! Soy una Nerd.

No tengo vida social ni amigos, tengo un gato y un par de perros preciosos. Veo la vida con otra óptica, esa que lamentablemente se observa tras bambalinas... no me gusta la comida China y soy buena en la cocina, mi madre dice que soy hermosa pero claro... es mi madre, mi padre es un ausente que estuvo a nuestro lado hasta que cumplí seis, casi me lleva por primera vez a la escuela... casi!

En fin, tengo una buena vida. Amo el café y un buen libro creo en el amor aunque pienso que no es para mí; acostumbrada al bullyng y a los comentarios malintencionados me recreo en la vida de aquellos a los cuales admiro por ser perfectos: mi hermano Eliot Cambridge es uno de ellos.

Alto, muy alto con metro ochenta y cinco quizás, ojos azul claro y cabello tan negro como la noche, musculado hasta los dientes y con una racha de buena suerte que es la envidia de todos. Con solo  diecisiete años firmó con los Dogers de los Ángeles para esta temporada: mujeriego, fiestero y con mucho carisma. Casi se parece a mí... ¡casi! Solo que no es un chico índigo o genio como yo.

Mi hermana Elena, una verdadera Diva, metro setenta ojos aguamarina, cabello castaño, cuerpo de infarto y una personalidad fuera de serie. Tiene veintitrés años y es casi mi modelo a seguir... casi! Si no fuera porque ella es modelo, extrovertida y hermosa. Lo sería.

Las letras son mi vida y vivo dentro de los manuscritos, documentos y todo aquello que amerite correcciones; tanto de ortografía como de redacción y coherencia. Soy una Nerd. ¿Ya lo dije? Escribo libros de cuentos y tengo una audición con una celebridad para escribir su biografía ¡tengo suerte!

— ¿Lizzy, pequeña? ¿Aún estás aquí? Creo que ya deberías irte a casa, son las siete de la tarde y está oscureciendo _ me dijo mi jefe asombrado.

El sr. John Enderson amigo de mi padre, de la casa y dueño de esta prestigiosa editorial me empleó cuando recién me gradué en un módulo de Harvard exclusivo para chicos Índigo, genios o patéticos casi como yo ... casi!

Para ese entonces solo contaba con dieciséis años de edad y era ilegal emplear chicos tan jóvenes ya que hubo detenciones en otras empresas por acoso laboral. Así que el trabajo me llegaba a la casa de forma clandestina.

— ¡Oh, por supuesto Jefe se me hizo un poco tarde! -- y realmente era tarde.

— ¡Vamos! Te llevo a casa - eso no fue una pregunta

Mi jefe esperó que guardara, acomodara y limpiara, en ese trayecto lavé mis manos cinco veces. Pasé el paño limpio cuatro veces sobre la misma superficie, abrí y cerré la gaveta del archivo siete veces y caminé sobre mis pasos quince veces, esto dio como resultado: treinta y un movimientos en menos de veinticinco minutos. Me observaba fascinado como si fuera una atracción de circo o algo así, lo miré de vuelta y me encogí de hombros como si ese gesto me exonerara de todo el tiempo que perdió observándome.

—¿Terminaste? - me miró divertido.

—Si, casi terminé... casi! - me sonrió y sacudió la cabeza en un gesto tierno. O eso me pareció.

Antes de salir hice el recorrido de rigor, un, dos, tres... quince pasos quince  de vuelta son treinta. Tomo la perilla de la puerta para cerrar: cierro y abro unas dos veces más y empiezo a contar los diecisiete pasos que hay desde mi oficina hasta el ascensor, al llegar frente a las puertas de metal mi jefe llama el armatoste y yo empiezo a temblar. No me gusta estar encerrada, no me gusta estar en un espacio tan reducido con nadie aun cuando sé que no me lastimará; mi jefe coloca sus dedos en mi espalda baja y doy un salto por el contacto. No me gusta que me toquen camino para deshacerme de sus dedos en mi espalda porque me exaspera.

Usualmente actúo por impulso en estas situaciones, no soy cariñosa, me niego a las muestras de afecto, trato de mantenerme al margen de abrazos, besos, caricias y roces ya saben por los gérmenes que se puedan contraer, si esto ocurre salgo despedida hacia un baño a lavarme la parte afectada con agua, jabón y un desinfectante hipoalergénico: uno nunca sabe que puede contraer ni en qué momento, es mejor estar preparada para todo. Mujer precavida vale por dos. ¿No?

El ingreso al ascensor fue rápido y más rápido aún fue el descenso hacia el parqueadero, se abrieron las puertas y conté uno, dos, tres, cuatro... veintiún pasos hasta el vehículo de mi jefe que es un Audi modelo deportivo del año en curso.

              ¡Es hermoso!

Saca el seguro, tomo la manilla de la puerta y miro a mi jefe con cara de disculpa, éste hace un movimiento con la mano en el cual le resta importancia a lo que voy a hacer y entonces todo mi ser se relaja ante el poder que tiene este movimiento repetitivo al que me aferro cada que toco la manilla, pomo o picaporte perteneciente a cualquier puerta. Abro y cierro dicha puerta tres, cuatro veces e ingreso al auto libre de estrés y en un cómodo silencio hasta llegar a nuestro destino: la casa de mis padres.

—¡Bueno pequeña, hemos llegado. Espero que tengas excelente noche! - me da un asentimiento de cabeza y yo sonrío.

Salgo del auto repitiendo la operación que realicé al entrar y le dije adiós al sr. John con la mano.

—¡Le deseo una linda noche, jefe! - dije e hice un movimiento tenso con mi mano derecha casi diciendo adiós... casi!

Al entrar a casa mi padr... ¿ Ya les dije que tengo un padrastro? ¿No? Casi pensé que lo había hecho... casi!

Entonces bien: mi madre contrajo nupcias con Carl Martín Franco, un ejecutivo de renombre dentro del negocio hotelero, Carl es un excelente hombre: de cabello castaño con ojos almendrados y la persona más comprensiva que conozco, por supuesto no todo puede ser color de rosa. Carl tiene un hijo que es un verdadero patán, y ni siquiera es porque me llama fenómeno sino porque es la peor persona que conozco, como diría mi hermana Elena: un grano en el culo.

Mi madre me recibe con un abrazo y mi padrastro con unos golpecitos en la espalda, me tenso pero cuento uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete y me voy calmando.

—¡Cariño que bueno es tenerte aquí, tengo una sorpresa para ti! - dice mi madre y yo le sonrío.

—¿Ah sí? Y donde está la sorpresa? - le digo mirando a todas partes.

No soy afecta a las sorpresas, soy más de tener todo calculado. Mi hermana Elena siempre da saltitos y aplaude pero yo no puedo.

—¡Aquí estoy preciosa, yo soy la sorpresa! - mi hermano abre los brazos y entonces si sonrío con ganas, lo amo y lo admiro como si fuera una celebridad.

—¡Hola, que sorpresa y que gusto tenerte aquí! - me dirijo hacia él y me meto entre sus brazos, dejando la tensión de lado y lo abracé de vuelta disfrutando su calor.

— Si enana me encanta, estar aquí - me abraza fuerte meciéndome entre sus brazos.

—¡A mi más, te amo! - mi labio inferior tembló, no quería llorar pero fue un arco reflejo.

No quiero que se valla de nuevo, él es mi héroe y mi persona favorita, él es casi toda mi vida... casi!

—¿Estas llorando? ¡Vaya! Pensé que estarías feliz de verme pero ahora se queme equivoqué ¡Ma quizás no debí haber venido, a Lizzy le hizo daño! - miró a mamá sonriendo divertido, pude verlo a través de las lágrimas.

—¡Idiota! - le reproché - Sabes que estas lágrimas son de felicidad - volví a disfrutar de su abrazo.

—¿Tu no vas a preguntar cuando me voy? - puso los ojos en blanco

—¡No!

—¿No? Todos me preguntan lo mismo - me miró interrogante

—Yo no, no quiero que te vayas - me miró y sus ojos se nublaron, aspiró como si se le dificultara.

—Tampoco yo enana, pero no puedo hacer nada al respecto ¿Sabes? Tengo un contrato que respetar - sus ojos azules me ofrecían una disculpa silenciosa.

—Lo sé, y eres un tonto al creerme porque solo estoy jugando -- sonreí con todos los dientes y lo besé de nuevo.

       Él es mi héroe ¿Ya lo dije?

Me despedí de todos y subí a mi habitación, tomé el pomo de la puerta y abrí y cerré unas cuatro veces antes de entrar y hundirme en la cama llorando. No quiero que se vaya, pero no puedo ser egoísta no debo.

Y así me dormí, pensando en qué hacer cuando Eliot deba irse de nuevo...

A la mañana siguiente, desperté primero que la alarma y bajé a la cocina contando rápidamente los veintisiete pasos que había desde el primer peldaño de la escalera hasta la entrada de la misma, ya duchada y vestida apropiadamente para trabajar. La nana estaba haciendo jugo de fresas, mi favorito.

— Buen día nena!

—Buen día nana - la miré con la cabeza inclinada a un lado, sonriendo por la similitud de los apodos cariñosos.

— ¿Tiene hambre mi niña? - iba a contestar pero una voz gruesa me distrajo.

— Si ella no quiere, yo sí nana. ¡Muero de hambre! - era Carl, la nana sonrió tiernamente.

— Buen día mi niño ¿ Por qué mueres de hambre?

— Pues porque si mi nana - la besó en la mejilla y hundió la cara en su cuello.

— Deja la zalamería, Carl ya no eres un bebé - se llevó la mano al pecho de manera teatral y luego las dos a la cara.

— ¡Oh por favor! Me has roto el corazón, no puedo con esta verdad, duele, duele - se golpeó el pecho, nana sonrió derretida y yo solo pude poner los ojos en blanco ante el ridículo tipo Broadway.

— Por mi no te preocupes  nana, yo solo quiero el jugo de fresas - le dije con media sonrisa en los labios.

— ¡Esta bien mi nena!

— Bueno, dame el desayuno del fenómeno - volví a rodar los ojos.

— ¡¿Como la llamaste imbécil?! - ¡ay Dios mi hermano!

— ¡Fenómeno! - le dijo desafiante

Entonces todo pasó muy rápido, Carl cayó al suelo de un golpe que le propinó Eliot y éste se le fue encima, Carl se volteó  en un movimiento rápido y tenía abajo a mi hermano, la nana estaba histérica y yo estaba como una estatua sin saber que hacer, se golpeaban como animales.

— ¡Carl! Detente ahora mismo te lo ordeno! - gritó mi padrastro, mi madre me abrazó: estaba temblando y no tenía idea de que lloraba hasta que me secó las lágrimas diciéndome al oído palabras dulces que me calmarán.

Ambos se detuvieron y se apartaron. Carl (mi padrastro) es un hombre muy alto y pesa unos cien kilos.

— ¡Él empezó papá,  me golpeó! - gritó un Carl molesto pero asustado.

- ¡Llamaste fenómeno a mi hermana imbécil. ¿Piensas que dejaría pasar tu ofensa? - le gritó incrédulo mi hermano

— ¡Discúlpate Carl! - le gruñó

— ¿Qué? Ni lo sueñes - escupió

Entonces sucedió mi padrastro le dio un golpe tan fuerte al chico que éste cayó al suelo, yo empecé a temblar y mi madre a llorar.

— ¡No! No lo golpees más por favor! - gritó mi madre abrazando a mi padrastro por la cintura. Éste la miró con asombro y poco a poco se calmó hasta abrazar a mi madre y besar tiernamente sus labios.

Cosa que me parece asquerosa porque se pasan los gérmenes y bacterias ¡Puaj! Es horrible.

— ¿Estás bien enana?

— ¡Si! - mi voz salió más chillona de lo que pretendía — Pero debo irme a trabajar, ya es la hora - dije abrazándolo, miré  a Carl y el me miró con asco.

Son las ocho con cuarenta y debo estar en la oficina a las nueve treinta, para llegar a tiempo tomaré un taxi. Recorrí los treinta y dos pasos correspondientes desde la cocina a la acera del complejo y saqué mi celular para solicitar un servicio.

A Dios gracias llegó rápido y casi no había tráfico... casi. En el trayecto conté treinta vehículos rojos, diez blancos, siete azules y dieciocho negros que dio un total de sesenta y cinco vehículos contados. ¡Adiós estrés!

Salí del auto después de pagar y corrí prácticamente lo que me llevó a contar veintidós   pasos hasta la recepción, pasando por el frente de la chica asiática y murmurando un “buenos días” rápidamente. Tomé el ascensor y subí los quince pisos.

Al salir escuché murmullos y había un revuelo en la oficina que no comprendí. Articulé un “buenos días, chicas”, contando mis diecisiete pasos desde el ascensor hasta mi oficina, tomé el pomo, acto seguido abrí y cerré la puerta tres veces y entré...

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