PEQUEÑA AMADA MÍA. CAPÍTULO 5. Una no tan mala orden
—¡Ay, Jesús! —exclamó Gigi soltando temblorosa la manga de la camisa y Niko achicó los ojos con curiosidad.
—Dudo que usted hubiera olido la túnica sagrada con tanta emoción, señorita Gigi —replicó entre dientes—. Ahora, ¿me quiere explicar qué de