María Constanza
No había dejado de pensar en la razón por la cual le dije a mi padre que esta vez deseaba quedarme un año en Brasil. Mi madre volvió a mirarme de esa manera en la que decía: «no me trago ese cuento.» Ya se le había pasado su preocupación por mi interés descomunal por Santos. A tal punto que le averigüé toda la vida con mi mamá y Regina tres años atrás.
Mientras pasaba el tiempo y llegaban mis padres me puse a mirar en internet escuelas para inscribirme y aprender sus platos típicos, también para justificar mi tiempo miré información en repostería. No era que me gustaran mucho hacer postres o tortas, pero esto era para un caso extremo.
—Entonces pulguita, ¿te vas para Brasil y te quedarás donde Santos?
Samuel se lanzó sobre mi cama, él trabajaba en una empresa petrolera en Barrancabermeja, el año pasado se graduó y hace unos seis meses consiguió trabajo; lo hacía de lunes a jueves, el fin de semana lo pasa aquí.
—El chisme como corre. Salta aquí sapito.
—No jodas, pulga