— Buenas noches, querida. — dije mientras tomaba un martillo de la mesa donde se encontraban cada una de las herramientas de tortura. Ella no despertó, o al menos eso quise creer, seguramente se estaba haciendo la dormida. — No me has escuchado, ¿O es que ha sido inoportuna mi visita? — pregunté nuevamente, golpeé la madera al lado de su cabeza con el martillo que tenía en mis manos.
— ¡Maldita loca! — mencionó la mujer gritando exasperada. — ¿Qué m****a estás haciendo aquí? ¿No crees que podrías tener problemas al salir de noche por aquí? — agregó sonriendo de lado.
— Vea mujercita, aquí en esta casa yo hago lo que desee, ahora bien, estoy acá porque esta tarde tú y yo dejamos algo pendiente, necesito que me digas quien carajos te envió. — mencioné sonriendo de lado. — Quiero que me lo digas ya. — agregué. — Tic—Toc. — dije moviendo mis dedos de un lado a otro, la única luz de este lugar era incluso más oscura que las lámparas de noche que teníamos en la habitación de nuestros bebés