No tenía ni idea de a quién llamar, pero no permanecería ni un día más en esa casa. No podía soportarlo.
Era algo absurdo, pero no podía dejar de sentirse usada y desechada. Ella había propuesto todo, pero ¿por qué se sentía así?
Había confiado de más, ese era el problema y era algo que no volvería a repetirse durante un buen tiempo, para ser honesta. Estaba cansada.
No lloró, se juró a sí misma que iba a soltar más lágrimas de las que se le habían escapado mientras estaban discutiendo.
No iba a darle la satisfacción de saber que realmente había importado en su vida.
Estaba tan furiosa que no midió sus actos. Lo hizo para lastimar, aunque probablemente se arrepentiría luego. Iba a quedar como una maldita interesada, pero ¿qué importaba? De todas formas su reputación iba a irse por el caño y no era sus padres.
Iba a destruir su propia fama si era necesario para demostrarlo.
Así que cuando estuvo acostada y su respiración se calmó, lo llamó.
—¿Diga? —preguntó ronco. Probablemente es