Manuel, escuchando sus palabras, sintió que su enojo se disipaba un poco, pero al ver la expresión todavía inconforme de Lina, habló con severidad:
—Lina, sé que desprecias a Estrella, crees que los Zelaya ya no están a la altura de los Quiroz y que no es digna de Juan. Eso demuestra tu visión limitada. Estrella es una joven excepcional, única entre miles. Si digo que Juan tiene la fortuna de casarse con ella, es porque así lo creo. Estrella es la nieta política que he elegido, y quien la menosprecie, ¡me está menospreciando a mí!
La voz de Manuel resonó con tal firmeza que Lina sintió un escalofrío en su interior.
—Padre tiene razón —intervino Antonio poniéndose de pie rápidamente mientras le daba un empujoncito a Lina—. Cuando Estrella se case con nosotros, la trataremos como a una hija propia.
Lina, a regañadientes, tuvo que ceder:
—Lo entiendo. Si Juan la quiere, está bien.
—Estrella y Juan ya están en edad de casarse. En unos días invitaremos a los Zelaya para hablar sobre la boda